por Alejandro H. Justiparán
Ubicado dentro de la tradición de la célebre Ecole des Annales, instigadora de toda la historiografía moderna, Fernand Braudel (1902-1985) ha transformado la manera de concebir y de escribir la historia. Remitiéndose a las fuentes de diferentes ciencias humanas -encabezadas por la geografía y la economía-, y devolviéndole a la historia humana la variedad de sus ritmos, propone una visión global de la historia. La historia tradicional, hasta principios del siglo pasado, se organiza en torno a sucesos y gestas de «grandes hombres», personalidades políticas o militares que pasaron a ser héroes de leyenda. Estos individuos excepcionales constituían la escala de la historia; cuando mueren, se cambia de época y a menudo también, de libros y autores.
La publicación fue fundada para promover un nuevo género de historia y aún hoy alienta las innovaciones en dicha disciplina. Entre sus objetivos más significativos podemos destacar al de la sustitución de la tradicional narración de los acontecimientos por una historia analítica orientada por un problema[1].
Fernand Braudel, después de haber estudiado historia en la Sorbona, enseñó por casi diez años en un liceo en Argelia (1923/1932) mientras trabajaba en su tesis. La misma había sido planteada de manera un tanto convencional, como un análisis de la política exterior de Felipe II. Su investigación se vio interrumpida cuando se lo llamó para enseñar en la Universidad de San Pablo (1935/1937), en el marco de un convenio brasileño – francés. De regreso del Brasil conoce a Lucien Febvre, quien lo persuadió de que “Felipe II y el mediterráneo” debía ser realmente “El Mediterráneo y Felipe II”. Será el marco de la Segunda Guerra Mundial, el que acompañará el desarrollo final de su tesis. Como prisionero de guerra, estuvo recluido en un campo de concentración alemán, cerca de Lübeck, entre 1940-1945. Fue allí donde sin notas ni libros escribió su descomunal tesis. Para esa empresa Braudel dependió de su prodigiosa memoria de los años pasados en los archivos en numerosos puntos del Mediterráneo; Génova, Florencia, Palermo, Venecia, Marsella y Dubrovnik (donde ahorró tiempo filmando los documentos con una cámara norteamericana[2]). Evidentemente, la estadía en Argelia y Brasil le brindó el interés, el conocimiento del tema y la apertura necesaria para semejante emprendimiento.
Lo que había comenzado en los años 1920 como un estudio de la diplomacia mediterránea en el reinado de Felipe II de España se había convertido, bajo el acicate de las observaciones de Marc Bloch y Lucien Febvre y el enorme estímulo de la producción historiográfica de los años treinta en una historia del Mar Mediterráneo desde la formación geológica de los continentes circundantes, pasando por la primitiva ocupación humana de sus riberas, hasta la formación de sus grandes imperios marítimos.
En una historia planteada en tres tiempos, Braudel privilegia las estructuras, esas permanencias casi inamovibles, como el clima, los vientos, la orografía, las fallas geológicas y los estuarios fluviales. Destaca también las estructuras de la vida social humana, incluyendo las mentalidades heredadas y transmitidas inconscientemente de generación en generación. El historiador se ocupara sobre todo en detectar el peso de las estructuras en la historia, pero atendiendo también a las coyunturas, esas confluencias de proceso a larga duración que facilitan o impiden en períodos más o menos extensos, la longue durée, la navegación, el comercio, la agricultura, los movimientos políticos y religiosos, las emigraciones y el auge o decadencia de los estados y las ciudades. Como última prioridad histórica, Braudel subrayó la sucesión de los eventos, esos episodios que se ubicaban en la cresta de las coyunturas. En la perspectiva de miles de años, Braudel consideraba el evento intrascendente más bien reflejo que impulsor de los grandes movimientos coyunturales.
La enorme concatenación de estructuras, coyunturas y eventos que logró consolidar en sus horas de ocio en el campo de concentración se transformó después de 1945, con la ayuda de notas de archivo y consultas bibliotecarias, en la tesis doctoral que defendió en la Universidad de París en 1947, y en la obra de dos tomos que publicó en 1952, y revisó y reeditó unos quince años mas tarde.
En “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”, el autor se interesa en primer lugar por el medio en el que viven los hombres de la cuenca mediterránea: montañas y llanuras, mar y ríos, caminos y ciudades. Este ritmo casi inmóvil del «tiempo geográfico» se verá combinado con aquel más rápido del «tiempo individual» y el de la circulación de hombres e ideas. Esta búsqueda le conducirá a estudiar aquellos centros de actividad humana que son Venecia, Milán, Génova o Florencia y los intercambios que se llevan a cabo entre ellos, a trazar la historia del desarrollo del capitalismo, de los flujos de comunicación y de dinero que genera, el desplazamiento de fronteras que conlleva y la modificación de la estructura del Estado que determina. El marco de esta increíble reconstrucción de la historia es el mundo entero, una historia total, pintada en un lienzo gigante.
El “Mediterráneo…”, es un libro extenso dividido en tres partes, cada una de las cuales ejemplifica un enfoque diferente del pasado. En primer lugar, se trata de la historia “casi atemporal” de la relación entre el “hombre” y el “ambiente”, ya adelantado desde su título mismo: “La influencia del medio ambiente”. Se trata de una historia “a cámara lenta, que permite descubrir rasgos permanentes”, relacionada con una geografía “que deja de ser un fin en sí para convertirse en un medio; (que) nos ayuda a recrear las más lentas de las realidades estructurales, a verlo todo en una perspectiva según el punto de fuga de la duración más larga”[3]. El verdadero objeto de estudio es esta historia, una especie de geografía histórica, o, como Braudel prefiere llamarla, una “geohistoria”.
En esta parte del libro, el objeto es mostrar que todos los rasgos geográficos son parte de la historia y que ni la historia de los acontecimientos ni las tendencias generales pueden ser comprendidas sin tales rasgos.[4] En su concienzuda descripción de las rutas terrestres y marinas en el marco del Mediterráneo, Braudel hace mucho más que detallar y precisar un espacio geográfico, “todo esto es mucho más que el aspecto pintoresco de una historia llena de colorido: es su realidad subyacente”,[5] nos dice. Y de eso se trata, hasta la política misma, aquella que se desprende de la relación entre los dos mundos que se enfrentan en el mediterráneo (el turco y el español), no hará más que seguir la línea general de esa realidad que subyace.
A pesar de mostrar los contrastes que había entre el Mediterráneo occidental, dominado por los españoles en ese período, y el Mediterráneo oriental, que estaba sometido a los turcos; Braudel deja en claro que toda la región mediterránea constituye una unidad y aún más, una unidad mayor que la de Europa, gracias al clima, a los viñedos y a los olivos que florecen en ella y gracias también al mar mismo.
Para poder estudiarlo en su totalidad, desmembra al mediterráneo en los diferentes mares en los que está compuesta. Los recorre a través de las rutas de sus mercaderes y de las flotas de guerra, definiéndolas como “rutas fluviales”, por su cercanía a las costas y por su constante detención al final de la jornada. “Del mismo modo que a lo largo de las rutas terrestres –las que trazó Roma en los países de Occidente-, cada una de las etapas diarias ha marcado el nacimiento de un centro de población, con impresionante regularidad, lo mismo ocurre en las costas, a lo largo de las rutas del mar: los puertos están a una jornada de navegación unos de otros”.[6]
La segunda parte del libro se presenta gradualmente como la cambiante historia de estructuras económicas, sociales y políticas (“Destinos colectivos y movimientos de conjunto”), donde las aguas más calmas que corren a mayor profundidad constituyen su eje principal. La estructura domina los problemas de la larga duración. Por estructura se entenderá una organización, una coherencia, unas relaciones bastante fijas entre realidades y masas sociales. Para los historiadores es armazón, arquitectura, pero mucho más todavía, una realidad que el tiempo no desgasta por completo. Ciertas estructuras de vida muy prolongada obstruyen la historia, la determinan; otras se agotan más fácilmente. Pero todas son a la vez sostén y obstáculos.[7]
El siglo XVI es presentado como un período favorable a la formación de grandes Estados, como los imperios español y turco que dominaban el Mediterráneo. Lo mismo que las estructuras políticas, las estructuras sociales de los dos grandes imperios –opuestos en tantos aspectos- fueron haciéndose cada vez más semejantes. En ambas regiones, según Braudel, la tendencia fundamental era la polarización económica y social. La nobleza prosperaba y se trasladaba a las ciudades en tanto que los pobres se hacían cada vez más pobres y eran empujados a dedicarse a la piratería y al bandolerismo. En cuanto a la clase media, tendía a desaparecer frente a la nobleza, proceso que Braudel describe como “la traición” o la “bancarrota” de la burguesía. Extiende esta comparación del Mediterráneo cristiano y del Mediterráneo musulmán pasando de la sociedad a la “civilización”, como él la llama, en un capítulo que se concentra en las fronteras culturales y en la gradual difusión de ideas, de bienes o de costumbres a través de esas fronteras.
Esta historia se desarrolla a un ritmo más lento que la historia de los acontecimientos, abarcando generaciones y hasta siglos, de manera tal que los contemporáneos ni siquiera se dan cuenta de ella, siendo arrastrados por su corriente. Braudel, al analizar los disturbios, levantamientos y revueltas que se suceden a diario en el Mediterráneo del siglo XVI, pone de relieve aquellos rumores de fondo que manifiestan una realidad más profunda. Esta suma de hechos aparentemente inconexos, ¿constituyen un testimonio coherente, considerado a un nivel más profundo?. “He ahí el problema que se le plantea al historiador. Responder afirmativamente (…) significa querer encontrar correlaciones, regularidad y movimientos de conjunto allí donde a primera vista no hay sino anarquía, incoherencia y absurdo evidente”.[8] Planteado así, el flagelo del robo y del vagabundaje, y su relación con las ciudades respetables, “es un espectáculo permanente, una estructura de la época”[9], una guerra a la que no quiere prestar atención la gran historia, que la reduce a algo secundario, a cargo de los ensayistas y que será rescatada de su ostracismo por Braudel, el que le dará una diferente significación.
Luego y, por último, la historia del rápido movimiento de los acontecimientos (“Los acontecimientos, la política y los hombres”), la historia más tradicional, la que probablemente corresponde a la idea original de Braudel de una tesis sobre la política exterior de Felipe II. La historia de los acontecimientos, “una historia de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas. Ultrasensible por definición, el menor paso queda marcado en sus instrumentos de medida.. Historia que tal y como es, es la más apasionante, la más rica en humanidad, y también la más peligrosa. Desconfiemos de esta historia todavía en ascuas, tal como las gentes de la época la sintieron y la vivieron, al ritmo de su vida, breve como la nuestra.”.[10] Para comprender el pasado será necesario bucear debajo de las ondas.
Traza breves pero incisivos esbozos de los principales personajes que aparecen en el escenario histórico del Mediterráneo del siglo XVI, desde el duque de Alba –“instrumento del destino”–[11] hasta Felipe II. La batalla de Lepanto, fundamental en la historia mediterránea, es descripta muy circunstancialmente. Sin embargo, esta narración de acontecimientos dista mucho de la tradicional historia de ”tambores y trompetas”. De vez en cuando el autor se sale de esta senda para hacer resaltar la falta de significación de los hechos y la limitación de la libertad en las acciones de los individuos. A Braudel le interesa situar a los individuos y los acontecimientos en un contexto, en su medio, pero los hace inteligibles a costa de revelar su fundamental falta de importancia.
Sin poner en duda el interés de estos relatos, la propuesta es la de cambiar el enfoque de la historia. Frente a la rápida oscilación de los acontecimientos a escala humana, que el historiador compara a los pliegues de la superficie del océano, intenta navegar en alta mar para encontrar esa otra historia más lenta de los grupos humanos en relación con su medio y de las estructuras que modelan las sociedades, ya se trate de las grandes rutas del comercio y de las vías navegables o de las mentalidades.
El personaje del libro, su protagonista, es un personaje complejo, embarazoso, difícil de encuadrar, que escapa a las medidas habituales. “Es inútil querer escribir su historia lisa y llana, a la manera usual” [12]nos dice Braudel, y es quizás allí donde radica la clave de su elección. “Cuesta trabajo saber, exactamente, que clase de personaje histórico es este Mediterráneo: necesitamos, para llegar a averiguarlo, poner en la empresa mucha paciencia, revolver muchos papeles y exponernos, evidentemente, a ciertos errores inevitables. Nada más nítido que el Mediterráneo del oceanógrafo, o el del geólogo, o el del geógrafo: trátase de campos de estudio bien deslindados, jalonados y marcados por sus etiquetas. No así el Mediterráneo de la historia”[13].
“El Mediterráneo…” hace que sus lectores cobren conciencia de la importancia que tiene el espacio en la historia, logra ese efecto convirtiendo al propio mar en el héroe de su epopeya, en lugar de preferir una unidad política como el imperio español, para no hablar de individuos como un Felipe II; ese efecto se logra al recordarse repetidas veces la importancia que tienen las distancias y las comunicaciones. Y, sobre todo, ayuda a sus lectores a ver el Mediterráneo como un todo al situarse fuera de él. Todavía más significativo para los historiadores es la original manera que tiene de tratar el tiempo, su intento de “dividir el tiempo histórico en tiempo geográfico, tiempo social y tiempo individual”. Por supuesto, antes de 1949 era bastante común en el vocabulario de los historiadores, así como el lenguaje corriente, la distinción de corto plazo y largo plazo. Sin embargo, continúa siendo una contribución personal de Braudel haber combinado el estudio de la longue durée con el estudio de la compleja interacción del ambiente, de la economía, de la sociedad, de la política, de la cultura y de los acontecimientos.
El Mediterráneo deja de ser el telón de fondo, para, gracias a Braudel, pasar a ser el verdadero protagonista de la historia.
[1] Fernand Braudel: “Mi gran problema, el único problema que tenía que resolver era mostrar que el tiempo se mueve a diferentes velocidades”.
[2] PETER BURKE, “La revolución historiográfica francesa”, gedisa editorial, 1990, pág. 39.
[3] FERNAND BRAUDEL, “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”, Fondo de Cultura Económica, 4º reimpresión, 1997, Tomo I, pág. 27.
[4] PETER BURKE, Op. Cit., pág. 42.
[5] FERNAND BRAUDEL, Op. Cit., pág. 139.
[6] Ibídem, pág. 139.
[7] FERNAND BRAUDEL, “Historia y ciencias sociales: la larga duración”, tomado de Cuadernos americanos, México, noviembre/diciembre de 1958.
[8] FERNAND BRAUDEL, “El Mediterráneo…”, Op. Cit., Tomo II, pág. 114.
[9] Ibídem, pág. 121.
[10] Ibídem, prólogo a la primera edición francesa, pág. 18.
[11] Ibídem, Tomo II, pág. 602.
[12] Ibídem, prólogo a la primera edición francesa, pág. 12.
[13] Ibídem, pág. 13.
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