por Alejandro H. Justiparán
Inseguridad. En la calle. En los medios. En el trabajo. En el colegio. Tema de conversación obligado, en el que una inmensa mayoría coincide y donde no hay lugar para quien opine diferente. Todos creen tener razón, todos creen tener la solución. Mano dura. Represión. Muerte al que mata. Marchas, protestas, piquetes (si, piquetes). La geografía cambia, el paisaje no.
Me pregunto. ¿Nunca una marcha para acabar con el flagelo de la pobreza? ¿Nunca un piquete para exigirle al gobierno que termine con la marginalidad? ¿Para cuando un escrache a algún diputado para que vote por medidas concretas para terminar con la indigencia?. Tenemos un techo lleno de goteras y sólo pensamos en poner baldes. Y cada vez más. ¿No será hora de arreglar el techo?
La rueda sigue girando. El miedo que nos paraliza y acorrala nos hace tomar decisiones apresuradas. ¿Votar a quien promete mano dura y más policía? Estamos hablando de un claro modelo de derecha. Y hay para elegir: Macri, De Narváez, Carrió (ya no se sabe para donde va). ¿No fueron las políticas que ellos representan las que reprodujeron de manera obscena la pobreza? La cuestión entonces pasa por como resolver este problema desde políticas progresistas. Si. Dije progresistas. No huyan, no es una mala palabra. Como tampoco lo son los derechos humanos. El problema radica en “el natural rechazo de las corrientes progresistas a utilizar la represión legítima debido a la alergia que le produce el contacto con un policía o un gendarme a cualquiera que haya sufrido la acción de la dictadura, lo que ha generado una notable falta de capacidad de gestión sobre el tema” (José Natanson, “De la tinellización de la política a la politización de Tinelli”, Página 12, 22/11/09).
El otro problema es el de la legitimación de la antipolítica. Da para otro comentario.