Desde comienzos del siglo XX, el debate que protagonizaron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López en los primeros años de la década del ochenta del siglo pasado, fue concebido como un punto de inflexión para la historiografía argentina, a partir del cual, los historiadores creyeron necesario fijar una posición. Mitre parecía ofrecer una alternativa más adecuada para aquellos que centraron sus expectativas en la profesionalización de la disciplina, por el énfasis que habría puesto durante el debate en la crítica documental. Se vulgarizó así la idea de un enfrentamiento entre una historia erudita y una historia filosófica ajena a tales requisitos.
Nuestra hipótesis es que frente a la ausencia de canales académicos destinados a legitimar tanto las obras como a los hombres que la ejecutaron, la crítica historiográfica se convirtió en el medio privilegiado para dirimir problemas vinculados con la competencia y legitimidad de aquellos que compartían el interés por dilucidar hechos del pasado o, con mayor ambición, desentrañar la trama que permitiera develar la verdad oculta tras esos hechos.
… la crítica (prensa y revistas culturales) se convertiría en eficaz instrumento de consagración y disciplinamiento que, a la vez que contribuía a fijar las reglas de un oficio y las prácticas que lo regían, modelaba la imagen de quien lo practicaba y, en cada uno de esos actos ella misma se constituía y autolegitimaba.
Ubicar el campo de reflexión en la segunda mitad del siglo XIX remite a la ausencia en la primera mitad del siglo de una historiografía propiamente dicha. Ya porque la nación como espacio geográfico político e ideológico que le otorgue sentido y sirva de guía a la narración de los hechos del pasado era un destino incierto.
En la segunda mitad del siglo XIX, el surgimiento de la crítica histórica estuvo asociada a un conjunto de transformaciones de la esfera política y cultural:
En primer lugar, la necesidad de dotar de una legitimidad histórica y jurídica al Estado Nacional, particularmente después de Caseros. (La historiografía proveía una norma de realismo tanto al pensamiento como a la acción política).
En segundo lugar, el Estado actuaba como soporte de una rearticulación de las relaciones entre intelectuales y poder político (la posesión de un saber debidamente especializado le permitía actuar sobre la realidad sin que necesariamente dicha acción fuera concebida como enajenante de la independencia respecto al poder político).
El surgimiento y consolidación de una conciencia historiográfica no era ajeno al proceso de constitución de la literatura como una esfera particular de la producción cultural. En la primera mitad del siglo la crítica literaria estaba orientada en función del privilegio de principios extraliterarios, siendo la difusión de valores propios de un civismo republicano y la crítica al rosismo los principales objetivos que debían guiar a la literatura, convirtiéndose éste en el principio organizador de la crítica (E. Echeverría, principal exponente). En la segunda mitad del siglo, Juan M. Gutiérrez fue quien estimuló el surgimiento de la crítica literaria, ya no en función de dichos condicionamientos.
Mitre y Vélez Sarsfield: interpretaciones en pugna.
Dalmacio Velez Sarsfield
Vélez Sarsfield, desde el periódico “El Nacional” pretendía poner en tela de juicio la interpretación mitrista sobre los sucesos revolucionarios, tal como éste los había presentado en su Historia de Belgrano, de la que en 1859 se había publicado la segunda edición. El problema se encontraba centrado en la interpretación de los hechos, y sometido al régimen de la doxa antes que a una contraprueba de carácter documental. Lo que se hallaba en discusión era el papel jugado por las provincias en la gesta revolucionaria y, por añadidura, el rol de las mismas en la definición del sentido de la Nación. Belgrano y Güemes representaban una tensión aún más profunda anclada en la dicotomía entre élite dirigente y pueblo. La intención de Vélez será la de sobreponer el protagonismo del segundo por sobre las ideas y acciones del primero.
Mitre, como estadista, incorporará a Sarmiento y a Alberdi al debate, como representantes de dos escuelas históricas que han atribuido, en el primer caso todo el mérito a la “minoría inteligente” y en el segundo, al pueblo. Mitre proponía una “justicia distributiva” dando a cada cual el valor que tuvieron en el desarrollo de los sucesos. Así, mientras la razón y la fuerza serían las armas con las cuales las élites imponían la dirección de los sucesos, el “instinto” del pueblo inoculaba su varonil aliento a la revolución.
Como historiador y hombre de letras, la elección del género biográfico lo habría condicionado no a olvidar al pueblo sino en todo caso a prescindir de su protagonismo en el relato.
Como político, el privilegiamiento del héroe estaría justificado por la intención de despertar el sentimiento nacional.
El héroe elegido venía a expresar así tanto el espíritu democrático y republicano como el sentimiento nacional sobre el cual se asentaba la supremacía de la nación sobre las provincias y, por este camino, la de la propia buenos Aires y de la burguesía porteña por sobre el resto de los estados provinciales.
Es la ausencia de pruebas y documentos la que descalificaba, para Mitre, la interpretación de los sucesos propuesta por Vélez Sarsfield y con ella su legitimidad como crítico.
Mitre y López
Vicente Fidel López
Diecisiete años después, la polémica que entablaron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López entre 1881 y 1882, considerada por diversas razones como el momento fundacional de la historiografía argentina del siglo XX, se insertaba en un contexto social, político e historiográfico diverso del anterior.
Removidos los últimos obstáculos para la definitiva consolidación del Estado Nacional y, al propio tiempo, fijado el consenso respecto al futuro deseado y el camino que debía recorrerse para llegar a él. La tesis sobre la “preexistencia de la nación” y, por lo tanto, la de su preeminencia por sobre los estados provinciales, estaba fuera de cualquier disputa.
Ninguno de los protagonistas, ocupaba un lugar preeminente en la escena política.
No era ahora la prensa el soporte material de los argumentos en disputa ni tampoco el público al que ella interpelaba el sujeto que se pretendía legitimante de los mismos.
López, a diferencia de Vélez Sarsfield, no estaba dispuesto a ceder en ningún momento a Mitre el lugar del historiador en la contienda.
Tomada la polémica como un enfrentamiento entre una historia filosófica o “hipotética”, como prefiere Mitre, frente a una historia en la que no se daba un paso sin el aval de los documentos, carece de originalidad y no justifica el carácter fundacional que le ha atribuido la historiografía contemporánea.
A diferencia de Vélez, López no ponía en duda la veracidad de los documentos sino, en todo caso, su correcta transcripción e interpretación. Aceptados los documentos, como base ineludible del debate historiográfico, se abría paso a una discusión en la que entraba en juego el dominio crítico de los mismos y con ello, a la promoción del estatuto científico de la disciplina histórica y a su diferenciación respecto de la literatura. Menos que el uso de documentos, lo que López entendía que estaba en discusión era el método expositivo.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Polémicas por la historia.El surgimiento de la crítica en la historiografía argentina, 1864/1882, Alejandro Claudio Eujanian
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