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ADIÓS MONA LISA ¿La verdadera historia?

Posted by on 4 febrero, 2011

La historia de “La Gioconda” -obra maestra del genio renacentista Leonardo Da Vinci– oficialmente aceptada, es la escrita por Vasari treinta años después de la muerte de Leonardo (Vite de’ più eccellenti architetti, pittori, et scultori italiani, da Cimabue insino a’ tempi nostri 1542-1550), donde abundan los testimonios de discípulos, colegas y demás personas que lo habían tratado de manera próxima.

Según esta versión, acuciado por las deudas, Leonardo aceptó, en 1503, el encargo del prestamista Francesco del Giocondo para que pintara a su esposa. Se llamaba Lisa Gherardini (“Mona” era como se llamaba a las mujeres casadas de entonces, por eso lo de “Mona Lisa”) y posó para el maestro, quien recién terminó el cuadro en sus últimos años de vida, cuando trabajaba en la corte del Rey de Francia. Tras la muerte de Da Vinci, el Rey colgó el cuadro en el pabellón de baños del palacio de Fointanebleau. ¡Menuda vista para aquellos invitados que corrían a aliviar sus necesidades!

Roberto Zapperi, uno de los más prestigiosos historiadores del arte, descree de la versión de Vasari. Estudios realizados en la pintura demuestran que no había sido pintada en partes como se afirmaba. Y por otro lado, resultaba por lo menos difícil creer que el gran Leonardo realizara el mejor retrato de su vida usando como modelo a una ignota mujer y a pedido de un usurero.

En “Adiós Mona Lisa”, la verdadera historia del retrato más famoso del mundo (Katz, 2010), Zapperi aporta una nueva versión. En ella, el Cardenal Luis de Aragón visitó a Leonardo en el castillo de Amboise, donde residía bajo la protección del monarca francés. Allí, la conversación giró en torno a un amigo en común, Giuliano de Médici, antiguo protector del pintor y muy cercano amigo de Luis. El menor de los Médici -hermano del Papa León X- era todo un atorrante de vida licenciosa que se daba la gran vida en Roma. Tuvo un hijo natural al que llamó Ippolito, el que al empezar a hablar, preguntó por su mamá (la desdichada habia muerto durante el parto). Ese fue el encargo personal que Giuliano le hizo al pintor. El de retratar a una madre para Ippolito. Fue así que de la nada, Leonardo creó la imagen de una mujer que debía parecerle al pequeño presente de tan vívida y a la vez inalcanzable por estar muerta.

El relato de Leonardo a Luis, fue reproducido por el clérigo Antonio Debeatis, secretario del cardenal, quien llevaba un diario de las actividades de su jefe. Y es en función de ese relato que Zapperi inicia su investigación, construyendo un relato fascinante.

Roberto Zapperi, reconocido como uno de los mayores especialistas del Renacimiento, es desde 2001 catedrático (Warburg-Professor) en Hamburgo y miembro de la Academia Alemana de Lengua y Literatura. En paralelo a una larga trayectoria docente colabora desde 1992 con el periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung

Título: Adiós, Mona Lisa. La verdadera historia del retrato más famoso del mundo
Autor: Zapperi, Roberto
Traducción: José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski
Editorial: Katz
Edición: Buenos Aires, 2010
Idioma: castellano
Páginas: 132 p.

FRAGMENTO DE SU CONCLUSIÓN

Este libro lo llevo dentro de mí desde hace muchos años, desde el momento en que leí, en 1994, el Kunststück que Frank Zöllner dedicó al célebre cuadro de Leonardo.  Sus conclusiones, que son las generalmente aceptadas, aunque con alguna excepción muy

rara, no me convencieron en absoluto, y por varias razones. La primera y más evidente era que un personaje tan insignificante como Lisa Gherardini, esposa del mercader florentino Francesco del Giocondo, difícilmente podía inspirar un retrato de tan pro­funda riqueza emotiva. La segunda razón residía en la escasa confianza inspirada por el testimonio de Vasari, quien ni siquiera había visto el cuadro y se había basado, en cuanto a la identificación del personaje, en rumores vagos e imprecisos recogidos en el ambiente florentino a una distancia de muchos años como para merecer el más mínimo crédito. La tercera razón era que como en casi todos los estudios se subvaluaba gravemente el testimonio de Antonio de Beatis, quien había recogido las propias declaraciones de Leonardo. De limitarse a lo que Leonardo dijo, la pista a seguir era otra, la que llevaba al comitente que él mismo había indicado, es decir, a Giuliano de Medici. Por más fuerte que fuera mi insatisfacción, el peso exorbitante de una inabarcable bibliografía, toda o casi toda oprimida por la tesis de Vasari, me contuvieron e impidieron por muchos años volcarme a esta empresa. Un primer estímulo para acometerla me llegó hace algunos años de dos estudios publicados por mi mujer, Ingeborg Walter, en nuestro libro Il ritratto dell’amata. Storie d’amore da Petrarca a Tiziano, sobre los retratos leonardescos de Ginevra Benci y Cecilia Gallerani, dos damas de un vuelo muy diferente que ofrecieron a Leonardo otros incentivos y es­tablecieron con él una relación bastante fecunda de fuerte interacción. Tales consideraciones me convencieron de embarcarme en la empresa para intentar resolver, de una buena vez, el enigma de la identificación de la dama retratada por Leonardo. Una confirmación de la dirección de mis búsquedas me llegó, por fin, del ensayo de Lothar Sickel sobre la madre y el nacimiento misterioso de Ippolito de Medici, hijo ilegítimo de Giuliano de Medici. Pacifica Brandani era la única mujer amada por Giuliano cuyo retrato él pudo haber encargado. Los resultados de la investigación me sorprendieron antes que a nadie, pues no esperaba seguramente descubrir la ausencia de una mujer real, de carne y hueso, esto es una dama con una fisonomía histórica bien precisa como Ginevra Benci y Cecilia Gallerani. Nada de eso, ninguna mujer había posado como modelo para Leonardo, quien pintó en cambio el retrato más famoso del mundo confiado tan sólo en los dictados de su fantasía.

He conducido la búsqueda sobre la base del buen método histórico, el mismo que practiqué en los libros que escribí hasta ahora, sin ninguna concesión a las modas hoy imperantes en estos estudios. Ningún golpe de escena, por lo tanto, ningún paradigma indiciario, ningún mensaje cifrado a descifrar, sólo la máxima atención a la documentación disponible, indagada y controlada en sus mínimos detalles, adelantando hipótesis sólo en los casos extremos para suplir las lagunas de la documentación y apoyándome siempre en los puntos firmes fijados por los documentos. En una palabra, no hice sino mi oficio acostumbrado, el oficio de historiador.

Artículo periodístico de referencia: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-157127-2010-11-19.html

IMÁGENES: http://www.taringa.net/comunidades/ciencia-con-paciencia/660435/[I]-Historia:-Arte-Renacentista:-Leonardo-Da-Vinci.html

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