Entre 1862 y 1880 se sucedieron las presidencias constitucionales de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda. Durante esos años, se consolidó una nueva alianza social integrada por comerciantes y terratenientes interesados en impulsar y expandir las exportaciones de las producciones agropecuarias requeridas por el mercado internacional. Al mismo tiempo, la autoridad del Estado Nacional se extendió y fortaleció cuando las autoridades nacionales fueron haciéndose cargo de las funciones y atribuciones que les otorgaba la Constitución Nacional y que hasta ese momento eran ejercidas por los gobiernos provinciales. La centralización del poder estatal se manifestó en las siguientes medidas de gobierno del período:
La formación de un Ejército Nacional, la organización de un sistema de rentas nacionales y un aparato recaudador de impuestos de alcance nacional, la centralización de la emisión de moneda y la unificación y codificación de la legislación.
Para afirmar su poder u obtener la obediencia del conjunto de integrantes de la sociedad, las autoridades nacionales utilizaron en algunos casos la violencia de la fuerza militar, y en otros, buscaron tejer alianzas políticas con los gobernantes provinciales. El objetivo era el de modernizar el Estado y sus herramientas para garantizar el funcionamiento del nuevo modelo. Se hacia necesaria la ampliación del espacio productivo (ocupando el territorio indígena), poblándolo (inmigración extranjera) y realizando las inversiones necesarias para activarlo. Los capitales y la mano de obra llegarían desde Europa, pero era el Estado nacional el que debía crear una estructura orgánica que garantizase el desarrollo y el funcionamiento del modelo exportador primario. Los presidentes de este período, no sólo terminaron con la oposición de aquellos sectores que se verían perjudicados por la centralización (caudillos federales, habitantes originarios, autonomistas porteños) sino que también conformaron grupos que desde el Interior compartieran el proyecto nacional. Más allá de sus diferencias puntuales, Mitre, Sarmiento y Avellaneda presentaron rasgos comunes en relación con los objetivos propuestos: progreso y civilización, inmigración, inversiones, transportes, educación y expansión del espacio productivo. Entre 1862 y 1880 se construyó así una matriz política y económica que señalaría el futuro del país. Para bien y para mal….
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