por el Prof. Alejandro H. Justiparán
En un anterior artículo, desentrañábamos las bases que sustentaron el éxito de la implementación del modelo agroexportador en la Argentina de fines del siglo XIX. En esta oportunidad profundizaré un poco más la problemática incorporando más voces de la historiografía argentina.
Aldo Ferrer, economista y político argentino, escribió en 1963 “La economía argentina”, un clásico de la literatura económica sobre el desarrollo argentino. El libro sistematiza el análisis del proceso formativo de la economía argentina diferenciándolo en etapas históricas. La tercera etapa, definida como de la economía primaria exportadora señala la incorporación plena de Argentina en el mercado mundial hacia mediados del siglo XIX. La combinación de factores dados –expansión de la demanda y existencia de tierras fértiles- y adquiridos –inmigración, extensión de ferrocarriles y organización nacional, proporcionó las condiciones básicas para el desarrollo de la producción agropecuaria.
Otros condicionantes no fueron menos importantes. Ferrer señala así la capacidad de pagos externos, la radicación de capitales extranjeros y el pago de servicios sobre los mismos. Condición necesaria fue la organización nacional, iniciada con la elección de Mitre como presidente del país unificado en 1862. Dicha organización institucional tuvo una estrecha relación con el funcionamiento del sistema económico de esta esta etapa al unificar el régimen presupuestario, centralizar las fuentes de recurso -en especial, la aduana de Buenos Aires- y establecer un sistema monetario que garantizara condiciones de estabilidad. El papel del Estado es señalado por el autor como necesario para facilitar la entrada de capitales e inmigrantes del exterior. Sin estos dos factores no hubiera sido posible expandir la producción ganadera y articularla con el mercado mundial. La escasez de mano de obra y la falta de una red de transportes acorde a las nuevas exigencias no hubieran podido ser solucionados sin la incorporación de contingentes migratorios y el aporte de capitales extranjeros. Como contrapartida, el modelo adolecía de una determinante dependencia externa, ya que el volumen, los precios y los términos de intercambio de las exportaciones argentinas estuvieron en toda la etapa condicionados por las fases del ciclo económico por el cual atravesaban los países industrializados que importaban nuestros productos.
Ferrer hace especial hincapié en la influencia, que tuvo en dicho proceso, el régimen de tenencia de tierra. La falta de acceso a su propiedad por parte de los colonos inmigrantes, influenció en la estratificación social (en campo y ciudad), el crecimiento de la producción agropecuaria y en el equilibrio político interno.
En La formación de la Argentina moderna (R. Cortés Conde y E. Gallo, 1964), en referencia al mismo período, destacan –al igual que Ferrer- como importantes los factores externos que estimularon y propiciaron el desarrollo del modelo agroexportador. Coinciden, además, en los factores que condicionaron la incorporación al mercado mundial, en especial a la política de tierras, condicionada por el ordenamiento previo de la estructura.
La diferencia entre ambos autores es de carácter disciplinar. Mientras Ferrer despliega un enfoque de tipo estructural, Cortés Conde y Gallo asignan mayor importancia a los actores sociales. En su trabajo incorporan a los polos de crecimiento en la sociedad colonial y a la consolidación de la sociedad ganadera como determinantes de la estructura. Los grupos sociales y económicos preexistentes son señalados como determinantes. Y cuando analizan el papel del Estado, profundizan su papel estructural, al identificar a los grupos terratenientes, que, merced a las políticas públicas de tierra y trabajo, manejaron los controles reales del poder. Así, los factores endógenos se articulan con los exógenos, conformando un período que, en otras circunstancias, hubiera tenido otro desarrollo.
El papel de la gran propiedad en la expansión agraria constituye una de las problemáticas más relevantes del período antes señalado. James Scobie en 1964 analiza la irrupción de la agricultura y su posterior desarrollo en función del acceso a la tierra. En su libro Revolución en las pampas, identifica dos grandes etapas: un ciclo santafesino, fruto de campañas de colonización; y otro bonaerense que comienza a delinearse hacia 1880, y que estaba supeditado al arrendamiento de tierras a los colonos y a la subordinación de la agricultura a la ganadería previamente vigente.
El reparto de la tierra obedece a una acción gubernamental, dirigida a impedir el acceso a manos inmigrantes. Así, las grandes extensiones de tierra obtenidas tras la expansión de la frontera, sólo podían ser obtenidas por quienes poseían capitales, crédito o influencia. Estas condiciones, que favorecían la gran explotación, atentaban contra el desarrollo agrícola, porque exponía a los pequeños productores a fuerzas restrictivas, altas tarifas ferroviarias y poderosos intereses de mercado. Este estado de situación correspondía a la zona pampeana, ya que las colonias agrícolas santafecinas llegaron a ser autosuficientes en producción de trigo en el mismo período. Pero su impacto era mucho menor que el de la campaña bonaerense, única capaz de modificar drásticamente la economía argentina.
Roberto Cortés Conde, en El progreso argentino (1979) revisa parte de su anterior argumentación y establece una ruptura con esta visión institucionalista en la que el Estado Nacional es el responsable del reparto de la tierra pública y, por consiguiente, el brazo ejecutor de la conformación latifundista de las nuevas tierras arrebatadas a los pueblos originarios. Afirma que el predominio ganadero obedeció a la relación de los recursos: tierra y trabajo, a la accesibilidad de los mercados y a la disponibilidad de transportes y redes de comunicación. Los recién llegados no accedían a la tierra –sino como arrendatarios- no por una decisión gubernamental, sino porque sólo contaban con su trabajo y no estaban en condiciones de afrontar las circunstancias planteadas. Sólo las grandes propiedades reunían las condiciones necesarias para establecerse.
Cortés Conde sostiene que la existencia de la gran propiedad como factor que detenía el desarrollo y el progreso, sólo era compatible con las condiciones establecidas antes de 1880. A partir de entonces, la oferta de tierra pública empezó a funcionar bajo la lógica de la oferta y la demanda, conformándose así un genuino mercado de tierras. En cuanto al desarrollo agrícola, este fue posible merced a la extensión de los ferrocarriles y a la adaptación ganadera al mercado exportador, (aquí si coincidiendo con Scobie) determinándose así el destino que se le dio a las tierras: el de una explotación combinada de ganadería con agricultura, aumentando el cultivo de forrajeras.
Bibliografía
- Ferrer Aldo. La economía argentina, las etapas de su desarrollo y problemas actuales. Fondo de Cultura Económica, 1963. Introducción, Capítulos X y XI. Versión UNTREF Virtual.
- Cortés Conde, Roberto, Gallo, Ezequiel. La formación de la Argentina moderna. Buenos Aires, Paidós, 1967. Fragmentos. Versión UNTREF virtual.
- Scobie, James. Revolución en las pampas, historia social del trigo argentino, 1880/1914. Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1979. Capítulos II y III. Versión UNTREF Virtual.
- Cortés Conde, Roberto. El progreso argentino, 1880/1914. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1979. Capítulos II y III. Versión UNTREF Virtual.
IMAGEN: Album de la República Argentina, Le Figaro de París, Buenos Aires, 1925, en Historia de la economía argentina del siglo XX, fascículo 3, Página 12, 2007.