por Alejandro H. Justiparán
Entiendo que, además del necesario marco histórico, el estudio de la aventura generacional de las grandes familias de la oligarquía, sobre las cuales la literatura ha ofrecido recientemente importantes trabajos, es una faceta que nos permitiría abordar a la historia latinoamericana desde otro lugar, enriqueciendo nuestra mirada. Es en este camino, que he elegido la obra de la escritora chilena Isabel Allende, “La casa de los espíritus”, en la que a través de la vida de una familia acomodada chilena, durante tres generaciones, desgrana la historia del país trasandino, sus conflictos políticos, sociales y culturales. A modo introductorio, presento una breve reseña de la epopeya emancipadora en Chile, hasta llegar a fines del siglo XIX, momento a partir del cual comienza el relato.INTRODUCCIÓN
LA EMANCIPACIÓN AMERICANA
Las noticias de la invasión de la madre patria, de la caída de la monarquía y del alzamiento español en masa llegaron al norte de América del Sur en julio de 1808 y a Nueva España y al Río de la Plata en agosto.
En España se formó, con alguna dificultad, una Junta Central, en nombre del Rey, en Aranjuez, en setiembre de 1808; pero se vió obligada a huir a Sevilla dos meses después. Allí, en enero de 1809, dictó un decreto real declarando que los dominios españoles en las Indias no eran colonias sino una parte integrante de la monarquía española y que, como tales, estaban facultados para su representación en la Junta a la que debían obediencia. Pero los criollos se negaron a aceptar la subordinación al pueblo de la península, la soberanía había vuelto al pueblo, aunque por el “pueblo” ciertamente, no se entendiera más que una pequeña pero activa minoría criolla. Y a esta doctrina de la “soberanía popular”, dio una nueva fuerza la noticia de la disolución de la Junta Central en España y de la aparente conquista de la península.
El movimiento insurreccionario que siguió en América del Sur comenzó con una rebelión de las ciudades o, mejor aún, de los cabildos, órganos del gobierno municipal en los que la aristocracia criolla, excluida generalmente de los cargos más elevados del Estado, disfrutaban de cierta medida de representación y autoridad. Fue esencialmente un movimiento por la autonomía local, en el que las capitales, en su mayoría, fueron a la cabeza, y las provincias las siguieron o se resistieron; y que reveló al principio una sorprendente unidad de acción.[1]
Iniciándose con una reunión extraordinaria del cabildo de Caracas el 19 de abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, en el virreinato de Nueva Granada y en Cartagena a principios de junio, y en la capital virreinal, Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio, y en Santiago de Chile en setiembre. Esta simultaneidad de la insurrección tiene, por supuesto, causas que hunden sus orígenes en el pasado y está alentada por grupos sociales movidos por algo más que ideas para combatir por su independencia. Se trata de un fenómeno histórico cuya naturaleza encierra múltiples interrogantes, se hace entonces necesario plasmar una realidad social americana, lentamente transformada desde el siglo XVI.
Algunos autores hacen especial hincapié en resaltar la coyuntura histórica. Es cierto que “… el estallido revolucionario se produce en una América española inmersa en el ciclo que hoy conocemos como de las revoluciones burguesas, abierto a partir de la independencia de las colonias inglesas de América del Norte en el siglo XVIII, continuando con la Revolución Francesa, que ingresa en el siglo XIX con el movimiento de la emancipación hispanoamericana, y prosigue hasta promediar la centuria con las revoluciones europeas de 1830 primero y la de 1848 luego”[2].
Ni la tesis economicista, ni la coyuntura internacional, ni la influencia ideologizante proveen, por sí solas, de explicación suficiente.
Caracteres generales de la revolución chilena
Las diferencias raciales determinaban en gran parte las clases sociales. En la América andina, al igual que en el resto del continente predominaba numéricamente la población indígena que formaba la extensa capa social inferior frente a una clase social media generada por una creciente población mestiza y criolla, ambas por debajo en la escala social de una clase alta, numéricamente pequeña, de piel blanca y de origen predominantemente europeo.
En este contexto, la revolución de Chile presenta algunos caracteres muy originales. Ninguna de las colonias españolas parecía menos preparada que ésta para alcanzar su independencia; ninguna había sido más desatendida por la metrópoli; ninguna era más pobre y atrasada; y sin embargo, su revolución se hizo con bastante orden y una vez alcanzada la independencia, Chile se adelantó a todas sus hermanas en la regularización del gobierno y en el establecimiento de la paz bajo sólidas bases.
El desdén con que la España lo había mirado fue causa de que Chile recibiera una herencia menor de vicios y de corrupción, y de que al constituirse en república independiente, se viera libre de muchas de las llagas que han demorado la organización de los otros pueblos del nuevo mundo.
Chile era un país esencialmente agrícola. El antiguo sistema de los repartimientos, modificado por la ley y por la costumbre, había dado origen a una organización social muy semejante al feudalismo de la edad media[3]. Los propietarios tenían a su lado una especie de colonia de campesinos que les debían respeto y vasallaje[4]. Los inquilinos, éste era el nombre con que en el país eran conocidos esos vasallos, estaban sometidos por la costumbre mas bien que por la ley, y esa sumisión no les imponía un despotismo duro, sino una dominación casi siempre suave y benéfica. Resultaba de aquí que la gran mayoría de los pobladores del país estaba bajo la dependencia de los propietarios, y que éstos tenían suficiente poder y prestigio para cambiar la faz de los negocios públicos el día que mejor les pareciera.
Para triunfar, la revolución no tenía más que conquistarse el apoyo de los grandes propietarios, conscientes del desprecio con que chile era mirado por los monarcas españoles.
El descontento contra algunas medidas radicales de reformas impuestas por la metrópoli europea y dirigida a un control más estricto de los territorios coloniales y a una explotación económica más intensa, una creciente oposición entre los nuevos inmigrantes españoles y portugueses recién llegados y los miembros de la clase alta criolla blanca nacida en América, y sobre todo la presión económica de la clase alta sobre la inferior, habían desencadenado a lo largo del siglo XVIII numerosas intentonas revolucionarias, unas locales y otras de ámbito regional.
La independencia
Destituido el gobernador García Carrasco, es reemplazado por un nacido en Chile, Mateo de Toro y Zambrano, a quien corresponderá dirigir el Cabildo del 18 de septiembre de 1810, donde se cuestiona qué hacer mientras el rey español Fernando VII está prisionero de los franceses. Se decidió establecer una Junta de Gobierno, que fue presidida por Toro y Zambrano, tiene entre sus integrantes a un hombre de Concepción, Juan Martínez de Rozas. Éste, pronto, pasó a manejar a la Junta, y organiza elecciones para nombrar a los diputados del primer Congreso Nacional.
El 4 de julio de 1811 se inaugura el primer Congreso Nacional, abocándose a materias de tipo, entre las que destacan la fin parcial de la esclavitud en Chile (los nuevos esclavos que nacieran ya no lo serían).
Pronto se inician las intrigas de gobierno… pues un joven santiaguino de poderosa familia no está de acuerdo en el lento ritmo de hacer las cosas que tiene el Congreso. Se trata de José Miguel Carrera, el cual se apodera del gobierno. Su dirección, sin embargo, es buena e inteligente. Desarrolla la cultura dando inicio a lo que después serán instituciones tan importantes como la Biblioteca Nacional, el colegio Instituto Nacional (estas obras fueron inauguradas por la Junta de Santiago de 1813), así como la publicación de periódicos. Establece un Reglamento Constitucional en el cual dice que toda ley que no sea hecha en Chile no es válida, lo cual significa la independencia de Chile.
Pero, España no se quedó tranquila, dando inicio a la Guerra de la Independencia, que en una primera etapa logran ganar en 1814. El ejército chileno es una revoltura de generales y soldados, sin entrenamiento ni para mandar ni para ser mandados. La derrota significó la pelea entre los líderes máximos chilenos: José Miguel Carrera y el sureño Bernardo O’Higgins. Ellos debieron huir a Argentina donde son acogidos por el general José de San Martín. El argentino obliga Carrera a irse lejos, debido una desobediencia cometida por su hermano Luis.
O’Higgins se pone bajo las órdenes de San Martín, organizándose un Ejército Libertador de Los Andes. Entre las principales figuras castrenses de esta fuerza destaca el general chileno Ramón Freire.
En Chile se viven días muy difíciles. Arrestos, ejecuciones sumarias, violencia innecesaria. Sólo el accionar de las «montoneras» (una suerte de guerrillas) mantiene la esperanza a los chilenos.
En 1817 se cruza la cordillera y se logra liberar a Santiago. Se instala a gobernar O’Higgins. La guerra continúa en el sur. España envía a su mejor gente, incluyendo al general Mariano Osorio.
El 12 de febrero de 1818 se firma el Acta de Independencia de Chile, con lo cual legalmente pasa a ser un país independiente. Pero, la guerra continuaba. Los españoles se acercan a Santiago. O’Higgins es herido, y asume el gobierno un héroe de los días de la Reconquista española, Manuel Rodríguez. Cuando San Martín se entera, lo destituye, y según se presume ordena su posterior ejecución.
La batalla final es el 5 de abril de 1818, muy cerca de Santiago. El general español Osorio se prepara para atacar. Pero, antes lo hace Ramón Freire, provocando el desconcierto entre ellos. San Martín remata las acciones, el triunfo es total. Chile es definitivamente un país independiente.
Las guerras de la independencia hispanoamericana terminaron virtualmente en 1824. Entre los grandes Lagos y el Cabo de Hornos el dominio eurpeo en el Nuevo Mundo quedó reducido a una cadena de islas en las Indias Occidentales, al establecimiento inglés de Belice en la América Central y a las tres colonias de la Guayana inglesa, francesa y holandesa en América del Sur.
Preponderancia de las clases altas
Las clases altas coloniales pudieron mantener íntegra en gran parte su preponderancia política, económica y social en los nuevos estados que ahora nacían independientes, aún cuando en los ejércitos insurgentes los miembros mejor establecidos de las clases mestizas también exigían derechos políticos y recompensas económicas. Estos grupos pudieron ser remunerados principalmente con cargos relevantes en el ejército y tierras procedentes de las fincas expropiadas a los españoles de Europa desterrados.
No se consiguió una estabilidad política en los estados hispanoamericanos a raíz de la independencias a pesar de la continuidad social. Para empezar, las elites dirigentes se dividieron en conservadoras y liberales. Las primeras se inclinaron proritariamente por una autoridad central fuerte, por el proteccionismo económico, por el apoyo incondicional a la Iglesia y a menudo también por ideas monárquicas, mientras que las elites liberales optaban más bien por una forma estatal federalista, por el aperturismo comercial frente al extranjero, por la limitación del poder eclesiástico, y por la concepción estrictamente republicana del estado. En ambas elites se echaba de menos una conciencia nacional y de estado, de forma que los particularismos locales y regionales dominaban totalmente y se imponían a los superiores intereses de la nación por encima de toda pertenencia ideológica superior. Bajo el signo de esos intereses particulares podían defenderse principios políticos liberales en son conservador y criterios conservadores en son liberal según el talante de cada cual.
La geografía impuso una unidad natural a Chile. El país era como una isla. Las montañas y el desierto, el mar y el bosque, la rodeaban por todos lados. Su población total en 1830 superaba muy poco al millón, y era de origen europeo e indio, pero con una homogeneidad racial cada vez mayor. La clave de su estructura social y económica descansaba sobre un sistema heredado de propiedad de la tierra, que había hecho de la “hacienda” la unidad fundamental territorial, social y económica –a la que el campesino estaba ligado por contrato o costumbre-, y había dotado a Chile de una nobleza hacendada, conservadora por instinto, hábito y convicción.
“El hacendado construyó la república aristocrática de Chile”.[5]
La constitución de 1833 correspondía exactamente con las ideas y costumbres de la aristocracia chilena y con la estructura y tradiciones de la sociedad de Chile. Se excluyó del sufragio a los analfabetos y a los que carecían de propiedades (la mayoría de la población); alió la Iglesia al Estado; y unió el gobierno local y el central.
El presidente estaba dotado de tantos poderes que podía convertirse virtualmente en un autócrata. El sistema así concebido apenas sufrió alteración durante cuarenta años. Sobrevivió a la guerra civil de 1891, que señaló la caída del sistema presidencial y su sustitución por un régimen parlamentario, y no fue abandonada hasta 1925.
El escenario estaba preparado, Chile, país de notorias desigualdades sociales, de aristócratas terratenientes que habían conformado una casta dominante, iba a ser magistralmente descripto por Isabel Allende.
LA HISTORIA CHILENA DESDE LA NARRATIVA
AUTORA: ISABEL ALLENDE.
Isabel Allende, nacida en Chile en 1942, vive actualmente en los Estados Unidos. Periodista de profesión, tuvo durante 15 años una columna humorística en su país y más tarde en Venezuela, donde residió después del Golpe Militar de Chile en 1973.
Hizo televisión, escribió crónicas periodísticas que abarcaron diversidad de temas, obras de teatro y cuentos infantiles. Hoy es sin duda la novelista latinoamericana más leída en el mundo. La siguiente es su obra: La casa de los espíritus (1982), De amor y sombra (1984), Eva Luna (1987) y Cuentos de Eva Luna (1988), El plan infinito (1991), Paula (1994), Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos (1998), y La hija de la fortuna (1999), traducidos a más de 25 lenguas, encabezan la lista de best-sellers en varios países de América y Europa.
La casa de los espíritus
Desde principios de siglo hasta la actualidad, este relato sigue la vida de Esteban Trueba, de su mujer, de sus hijos legítimos y naturales, de sus nietos.
La saga de una familia y de un mundo, la historia del arrebato del autoritarismo, los desbordes de la fantasía, la interpretación de lo irreal y lo ilusorio. Todo ello en un espacio donde la violencia, la lucha y la esperanza coinciden, un espacio en el cual puede reconocerse el vivir de los países latinoamericanos.
“Barrabás llegó a la familia por vía marítima, anotó la niña Clara con su delicada caligrafía. Ya entonces tenía el hábito de escribir las cosas importantes y más tarde, cuando se quedó muda, escribía también las trivialidades, sin sospechar que cincuenta años después, sus cuadernos me servirían para rescatar la memoria del pasado y para sobrevivir a mi propio espanto”.
De esta manera nos vamos adentrando en la historia de los del Valle, una familia acaudalada de la ciudad capital hacia fines del siglo pasado. Severo del Valle era un acaudalado hombre perteneciente a una de las familias más prestigiosas de la sociedad. Tenía profundas ambiciones políticas y era capaz de no faltar un solo domingo a misa aún a pesar de su condición de ateo y masón, tan sólo para que todos pudieran verlo.
Formaba parte del partido liberal y aspiraba a una banca en el Congreso, se declaraba enemigo feroz de los conservadores, que estaban a cargo del gobierno. Ambas formaciones políticas se nutrían de la flor y nata de la sociedad, y a pesar de discrepar en varios aspectos, coincidían en el mantenimiento de los privilegios que sustentaban desde la época de la colonia.
“Fue un triunfo para él cuando lo invitaron a presentarse como candidato del Partido Liberal en las elecciones parlamentarias, en representación de una provincia del Sur donde nunca había estado y tampoco podía ubicar fácilmente en el mapa”.
Para su desgracia y la de toda su familia, la cruenta lucha política cobró como víctima a su hija Rosa, la mayor de la familia, que murió envenenada al ingerir una bebida destinada a su padre. Esta pérdida irreparable, separó a Severo del Valle por siempre de la política.
Esteban Trueba, el novio de Rosa, portaba también un distinguido apellido, pero no tenía la acomodada posición de los del Valle. Por esto consigue la concesión de una mina en el norte del país, con el sólo objeto de hacer fortuna y poder casarse con su prometida.
Deshecho por la muerte de Rosa, viaja a una antigua propiedad familiar en el campo. Así conocemos el mundo de las “Tres Marías”, el fundo de los Trueba, muy venido a menos, abandonado. Esta parte del relato nos permite conocer la vida del hacendado y su relación –casi feudal- con los campesinos.
“Nadie me va a quitar de la cabeza la idea de que he sido un buen patrón. Cualquiera que hubiera visto las Tres Marías en los tiempos del abandono y la viera ahora, que es un fundo modelo, tendría que estar de acuerdo conmigo. (…) En esa época la gente trabajaba sin chistar. Creo que mi presencia les devolvió la seguridad y vieron que poco a poco esa tierra se convertía en un lugar próspero. Eran gente buena y sencilla, no había revoltosos. También es cierto que eran muy pobres e ignorantes”.
El patrón solía ir al pueblo y volvía con un veterinario que revisaba a las vacas y a las gallinas, y de paso le echaba una mirada a los enfermos. Le explicaba a su nieta que no lo hacía por considerar a la gente pobre como animales, sino porque era muy difícil conseguir médicos por aquella región. Solía también llevar una o dos veces al año a un sacerdote, para bendecir las uniones, los animales y las máquinas, bautizar a los niños y rezar a los difuntos.
Esteban Trueba sentía que esa gente era suya, que le debían a él esta nueva prosperidad que estaban gozando – a pesar de haberla conseguido con su trabajo – en fín, que debían estarle agradecidos. Ese sentido de posesión incluía repetidas violaciones a las muchachas de la propiedad, las que estaban resignadas a su destino. Antes que ellas sus madres, y antes que sus madres sus abuelas, habían sufrido el mismo destino de perra.
Los campesinos escondían a las muchachas y apretaban los puños inútilmente, pues no podían hacerle frente. Esteban Trueba era más fuerte y tenía impunidad.
“Trueba organizó una pulpería. Era un modesto almacén donde los inquilinos podían comprar lo necesario sin tener que hacer el viaje en carreta hasta San Lucas. El patrón compraba las cosas al por mayor y lo revendía al mismo precio a sus trabajadores. Impuso un sistema de vales, que primero funcionó como una forma de crédito y con el tiempo llegó a reemplazar al dinero legal. Con sus papeles rosados se compraba todo en la pulpería y se pagaban los sueldos. Cada trabajador tenía derecho, además de los famosos papelitos, a un trozo de tierra para cultivar en su tiempo libre, seis gallinas por familia al año, una porción de semillas, una parte de la cosecha que cubriera sus necesidades, pan y leche para el día y cincuenta pesos que se repartían para Navidad y para las fiestas patrias entre los hombres. Las mujeres no eran consideradas jefas de familia, excepto en el caso de las viudas. El jabón de lavar, la lana para tejer y el jarabe para fortalecer los pulmones eran distribuidos gratuitamente, porque Trueba no quería a su alrededor gente sucia, con frío o enferma”.
En vano su administrador y el viejo cura del hospital de las monjas trataron de convencerle que no eran las casitas de ladrillo, ni los litros de leche los que hacían a un buen patrón, sino dar a la gente un sueldo decente en vez de papelitos rosados, un horario de trabajo que no les moliera los riñones y un poco de respeto y dignidad, para Trueba esas cosa olían a comunismo. Es aquí donde vemos el ingreso de ideas de izquierda en la región, a través de los delegados de los nuevos partidos, y el rechazo que encontraban en la clase dirigente, la de los hacendados que veían peligrar su posición y su dinero.
El libro jamás cita el nombre de una ciudad, o una fecha determinada. Sí podemos saber que esta organización de tipo feudal, sucedía al mismo tiempo que en Europa se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, ya que Trueba seguía paso a paso los destinos de la guerra en una radio transoceánica que había encargado a la capital.
Aún entonces los campesinos vivían igual que en los tiempos de la Colonia, y no habían oído hablar de sindicatos, ni de domingos festivos, ni de un salario mínimo
“La guerra en Europa había terminado (…) de allí estaban llegando las ideas subversivas traídas por los vientos incontrolables de la radio, el telégrafo y los buques cargados de emigrantes. (…) El país despertaba. La oleada de descontento que agitaba al pueblo estaba golpeando la sólida estructura de aquella sociedad oligárquica”.
“La clase alta, sin embargo, dueña del poder y de la riqueza, no se dio cuenta del peligro que amenazaba el frágil equilibrio de su posición”.
Los grupos terratenientes, los propietarios de las minas, los beneficiarios del comercio monopolista, todos los que detentaban el poder económico, aceptaban y practicaban vehementemente el orden constituido sobre la base de la servidumbre de las poblaciones autóctonas. En las áreas rurales perduraba el esquema social que había prevalecido en Europa durante la Edad Media y que aún persistía en muchas partes durante la Edad Moderna. La ciudad, en cambio, alejó y fomentó los gérmenes del disconformismo burgués.[6]
Resulta evidente que en las áreas rurales estas ideas no habían llegado a penetrar. No existían allí clases medias sino dos grupos sociales extremos, sin posibilidad alguna de conciliación. Largos siglos de dependencia habían logrado constituir un sistema pasivo de consentimiento por parte de los grupos sometidos, que veían en la protección del señor la única posibilidad de sobrevivir o de mejorar.
Tradicionalismo, actitud mágica más que religiosa, obediencia espontánea y una actitud inerte ante los acontecimientos y frente al futuro caracterizaban el comportamiento de estos grupos rurales.
Esteban Trueba finalmente se casó con una del Valle, hermana de Rosa, su anterior prometida, se llamaba Clara. Tuvo con ella tres hijos, Blanca y los mellizos Jaime y Nicolás. Sus vidas transcurrieron entre las Tres Marías y una gran y fastuosa casona en la capital. Clara poseía el don de la clarividencia, que se había manifestado en ella desde muy pequeña, se comunicaba con los espíritus, predecía el futuro y podía comunicarse telepáticamente. Los dones de su esposa poco atraían a Esteban, el amor que por ella sentía, todo lo justificaba.
Los años pasaron, Chile sufre una aguda crisis económica, que provoca el traslado de gran parte de la población rural a la ciudad, comenzando a formar un cordón de miseria a su alrededor. Son tiempos en que las desigualdades son cada vez más manifiestas. Este mundo de opresores y oprimidos, es representado vívidamente en el libro. Cada integrante de la familia adopta posiciones. Así se ve el duro enfrentamiento entre Esteban Trueba y su hija, enamorada de uno de los peones rurales de las “Tres Marías”, además comunista. Fruto de ese amor nacería Alba, que sufriría en carne propia todos los males y pecados de la familia, y de un país que se desangraba en luchas intestinas.
Una fuerte convicción política y un marcado odio hacia el comunismo, iniciaron a Esteban en las lides políticas, fue electo senador por el partido conservador, del que era una de sus espadas más significativas. Esto lo separó aún más de su familia.
Su hijo Jaime se recibió de médico, y una fuerte debilidad por los más desposeídos, hizo de él un profesional abnegado, dedicado por completo a su profesión y a los que menos tenían. Esto le valió un duro enfrentamiento con su padre.
“El senador Trueba luchaba contra sus enemigos políticos, que dada día avanzaban más en la conquista del poder. No estaba interesado en el poder, la riqueza o el prestigio. Su obsesión era destruir lo que él llamaba “el cáncer marxista”, que estaba filtrándose poco a poco en el pueblo”.
-¡El día que no podamos echar guante a las urnas antes que cuenten los votos, nos vamos al carajo! –sostenía.
La predicción del senador se cumplió inexorablemente, aquel candidato que recorría los feudos y que era estrechamente vigilado por los matones de los patrones en sus discursos, era ahora presidente. Y entonces se vió el inusitado espectáculo de la gente del
pueblo, paseando por la zona reservada y preciosa donde muy pocas veces se habían aventurado y donde eran extranjeros. En pocas horas el país se dividió en dos bandos irreconciliables y la división comenzó a extenderse entre todas las familias.
A partir de allí comenzó la conspiración, las antiguas elites, con el apoyo de multinacionales y potencias extranjeras, boicotearon el gobierno. Trueba fue un activo protagonista. Fue uno de los primeros que se atrevió a decir que para detener el avance del comunismo sólo daría resultado un golpe militar. El que no tardó en llegar.
Paradójicamente, el ascenso militar por el que tanto había luchado Trueba, significó su tragedia, la muerte de su hijo Jaime a manos de las Fuerzas Armadas en la casa de gobierno, el día del golpe, y el secuestro de su nieta, novia de un terrorista y activista estudiantil. Torturada y violada por un coronel dominado por un intenso odio hacia la familia Trueba, Esteban García era nieto ilegítimo de don Esteban, fruto de una de sus tantas violaciones de antaño. Todo lo ocurrido no fue fortuito, sino que corresponde a un destino dibujado en el que se entremezclan odios, pasiones y desencuentros familiares. Es un trazo tosco y torcido, pero ninguna pincelada es inútil.
Podría decirse que la autora trazó un preciso paralelo entre esta familia paradigmática del país, y los destinos del mismo. Dos mundos en constante enfrentamiento: hacendados y peones, campo y ciudad, dictadura y democracia, ricos y pobres.
Relevancia de la novela como fuente de consulta histórica
Rescatamos esencialmente, la clara descripción que la novela hace de la sociedad chilena, de la profunda división de sus clases sociales, y de los estertores de un viejo sistema que no se resignaba a ser reemplazado. A través de cada uno de sus personajes, nos asomamos a la historia chilena, y a través de ella a la historia latinoamericana.
El pasaje del mundo rural al ámbito norteamericano en las condiciones requeridas por el desarrollo industrial, produjo a partir de fines del siglo XIX, una consolidación de las viejas aristocracias terratenientes. Éstas se modernizaron en sus actitudes económicas pero se retrajeron socialmente, adquiriendo rasgos de oligarquías conservadoras en su comportamiento social y político. La formación de las nuevas clases medias, acrecentadas por el flujo inmigratorio, alteró el tradicional equilibrio social.
Las clases altas defendieron sus privilegios estrechando sus filas, el enfrentamiento fue inevitable.
Resulta tan claro y tan vívido el relato, que no es necesaria la presencia de fechas, nombres de los protagonistas políticos, o tan siquiera del país en cuestión (de todas maneras no aparecen). Descubrimos entre sus líneas a Salvador Allende, al poeta Pablo Neruda, y los acontecimientos más importantes en el ámbito nacional e internacional.
No aprecio errores históricos importantes, quizá si, la omisión de la guerra del Pacífico (1878/1929), aunque encuentro una lejana referencia en el nombre que tenía el auto de los del Valle, “El Covadonga”, a la sazón, nombre de uno de los buques chilenos partícipes de dicha guerra.
En síntesis, me parece un valioso aporte, para la mejor comprensión de los problemas latinoamericanos.
Bibliografía
q Allende, Isabel. “La casa de los espíritus”. Editorial Sudamericana.
q Romero, José Luis. “Situaciones e ideologías en Latinoamérica”. Editorial Sudamericana. Buenos aires, 1986.
q Humphreys, R. A. “Historia del mundo moderno”. Editorial Sopena. Barcelona, 1995.
q Martinez Díaz, Nelson. “La independencia Hispanoaméricana”. Editorial Historia 16. Madrid, 1989.
q D. Barros Arana. “Compendio de Historia de América”. Cabaut y Cía editores.
[1] Humphreys, R. A. “Historia del mundo moderno”, página 420.
[2] Martinez Díaz, Nelson, “La Independencia Hispanoamericana”. Página 9.
[3] Barros Arana. D. “Compendio de Historia de América”, página 377.
[4] Al respecto, es tema de discusión si estas colonias tenían carácter feudal o capitalista como rasgo común de los territorios coloniales ibéricos de principios del siglo XIX. Lo determinante es seguramente que la vida social, no se regía por el principio de la individualidad y de la competencia social, sino por una fuerte conciencia colectiva, por relaciones patriarcales de autoridad y dependencia y por las relaciones de clientela y de lazos de clan. Estamos frente a una sociedad a la que se debe medir según unas relaciones sociales arcaicas.
[5] Humphreys, R. A. Op. Cit. Página 481.
[6] Romero, José Luis. “Situaciones e ideologías en Latinoamérica”, página 33.
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