por Alejandro H. Justiparán
Roger Chartier es, tal vez, uno de los historiadores franceses más reconocidos en el ámbito de la historia de la cultura en la actualidad. Nacido en Lyon en 1945, tras un primer período en el que se dedicó a la historia de la educación, en los 80 comenzó a investigar la historia de la vida privada y particularmente, el mundo de los libros, los editores y los lectores. Actual director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, es autor –entre otros títulos- de El orden de los libros (Barcelona, Gedisa, 1994), El mundo como representación (Barcelona, Gedisa, 1992), Escribir las prácticas (Buenos Aires, Manantial, 1996), su libro, Historia de la lectura en el mundo occidental, (Madrid, Taurus, 1998) constituyó un éxito de ventas y acercó a su autor al gran público. En general, su preocupación historiográfica, siempre vinculada a las transformaciones sociales y políticas producidas en la historia europea, se ha centrado en el estudio de las prácticas de escritura-lectura, los modos de producción de lo escrito (del papiro al códice, del libro a las pantallas) y la apropiación y reconstrucción de significados por parte de los lectores de épocas diferentes.
En Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, (Madrid, Alianza, 1993), Chartier se propone reflexionar acerca de la historia del libro como disciplina tal como se desarrollo en Francia desde el libro fundador de Lucien Febvre y Henri- Jean Martín[1] publicado en 1958; además de recorrer las particularidades de la edición francesa misma. La historia cuantitativa (bajo cuya perspectiva se escribió esta obra), entonces dominante, e influyente en el campo económico, se había difundido a la historia social y cultural, especialmente durante la tercera generación de Annales. Esta generación de historiadores que habían formado parte en la revolución historiográfica francesa pasaron, a decir de Lucien Febvre, “del sótano al desván”,[2] es decir, de la base económica a la “superestructura” cultural, en un esfuerzo por cuestionar pero también complementar los estudios promovidos principalmente por Braudel. Son así los propios investigadores que dirigen la revista mas legitimada en la disciplina quienes llaman a su renovación.[3] Uno de los historiadores mas influyentes esta tercera generación es, sin dudas, Roger Chartier quien, más allá de la historia de las mentalidades, ha abogado por una historia de las representaciones sociales y de la cultura desde la antropología.
“La revolución cuantitativa ha transformado completamente el oficio de historiador en Francia”, señalaba Le Roy Ladurie, uno de los mas brillantes discípulos de Braudel,[4] y no le faltaba razón. Utilizando de la historia económica sus conceptos y sus herramientas, se esbozaba rigurosamente la coyuntura de lo impreso, construyendo estadística con sus títulos. Esta historia serial abrevaba en fuentes que suministraban datos bastante homogéneos de una clase, que pueden disponerse en series de largo plazo, como las tendencias de los precios o las tasas de mortalidad.
Los resultados así obtenidos, son utilizados, valorizados y analizados por Chartier, quien señala que el gran movimiento de cambio que desacraliza la producción impresa, surge como el descubrimiento esencial de esta historia serial.
Económica y social, apoyada en la cifra y en la serie, la historia francesa del libro ha desarrollado de este modo un enfoque original, centrado en la coyuntura de la producción impresa, en su desigual distribución en el seno de la sociedad, y en los medios profesionales de la imprenta y de la librería.[5]
A partir de aquí, Chartier recorre un camino en el que señala dudas, creadoras de fisuras en las certezas que fundamentaban dicha concepción, a saber: la exclusión en dichos estudios de toda producción literaria no autorizada (que comprende toda edición francesa fuera de Francia); el proyecto reductor de la historia cuantitativa;[6] y la poca atención prestada a las formas de lo impreso, careciendo de la comprensión de las practicas de trabajo y de los hábitos obreros. El texto es tratado como una abstracción.
Sobre esta experiencia, Chartier se apoya en sus propias investigaciones y en la experiencia en la co-dirección con Henri-Jean Martín de una Historia de la edición francesa,[7] para así edificar una nueva manera de considerar la historia del libro. Se rompe con la idea que asociaba fuertemente la invención de la imprenta con el nacimiento del libro, reconociendo las fuertes continuidades que unen la edad del manuscrito y el tiempo del impreso. Comprenderlos, exigirá una perspectiva de duración mas larga, que sitúa el corte a mediados del siglo XV. Esta ubicación en el largo plazo, privara –para Chartier- al invento de Gutemberg su carácter revolucionario.[8]
La imprenta no altera las modalidades de la relación con lo escrito. Permite una circulación de los textos a escala inédita, bajando el costo de fabricación de los libros. En opinión de Chartier, no constituye una ruptura comparable a la que condujo a los hombres de Occidente, en los siglos II y III, a volver a aprender totalmente el uso del libro, cambiado en su forma, en su organización y en sus usos. Esa primera revolución, la del codex, modela un modo de relación con lo escrito. Una razón distinta y mas poderosa, señala la continuidad de la cultura del manuscrito.
La revolución del leer precede a las revoluciones del libro; a aquella que al final de la Edad Media hizo que el libro copiado a mano fuese sucedido por el libro compuesto en caracteres móviles e impreso en la prensa; y también a aquella que, en los inicios de nuestra era, substituye el rollo por el codex es muy posterior a la generalización de la lectura silenciosa aparecida en Grecia entre los siglos VI y V antes de Cristo.[9]
La más espectacular de las mutaciones reside en los progresos de la lectura silenciosa que no supone la oralización del texto para los otros o para sí mismo. Ya antes de la invención de la imprenta, este modo de leer se había difundido en el mundo universitario medieval y escolástico, y después en las cortes. Durante los dos siglos de la primera modernidad, la práctica conquista lectores más numerosos, que no son lectores profesionales o cortesanos y a quienes les gustan las obras de ficción.
Frente a la perspectiva coyuntural –que imputa a una sola innovación técnica las transformaciones culturales- Chartier ofrece un enfoque de larga duración que insiste en las continuidades en que se inscribe la cultura impresa. Tal enfoque permitirá comprender la dependencia y emancipación del libro impreso en relación al manuscrito.[10]
La clave de la evolución estriba en la aparición de nuevas categorías de lectores, que dan una nueva dimensión al mercado del libro. Esta revalorización del concepto de lectura va a la par con el concepto de edición, en el que Chartier se detendrá especialmente.
El trabajo de edición constituye con toda evidencia ese proceso fundamental en el que se cruzan la historia de las técnicas y la historia de la producción, la sociología del mundo de la librería y la sociología de la lectura, el estudio material de los libros y el estudio cultural de los textos (…) de ahí, necesariamente, una interrogación sobre sus variaciones históricas, las formas sucesivas que son las suyas, y las rupturas que jalonan su trayectoria.[11]
A Chartier le interesa pensar cómo, desde fines de la Edad Media, lo escrito transforma toda la cultura europea, difunde nuevas formas de socialización y nuevos modos de estar en el mundo. La línea de la historia cultural propuesta por el autor, apunta a desplazar ciertos estudios clásicos y «a pensar de manera más compleja y dinámica -como él mismo señala- las relaciones entre los sistemas de percepción y de juicio y las fronteras que atraviesan el mundo real”. Chartier define desde la lectura, el modo de entender a los textos literarios, dramáticos, jurídicos, científicos, religiosos, en la historia, es decir, según las condiciones de producción de los sujetos históricos.
Lo que se esta poniendo sobre el tapete entonces, no solo la cuestión de qué textos o cómo eran leídos, sino qué es leer en cada época, cómo ha cambiado históricamente tanto «el juego de las reglas» que proponen los textos, como las reglas en juego que imponen las prácticas sociales. Sus estudios sobre la historia del libro nos muestran su creciente insatisfacción con la historia de las mentalidades y con la historia serial.
La historia del libro, convertida en historia de la edición e historia de la lectura tiene mucho que enseñar sobre la forma en que se transformaron las condiciones del ejercicio del poder, las discrepancias entre los grupos y las clases, las practicas culturales, las formas de estar en sociedad.[12]
La interpretación de las condiciones de legibilidad de una época, otorga al texto las características propias de las culturas, aporta la reconstrucción de los lazos sociales y discute la distribución del poder instituido. Sus investigaciones y planteamientos teóricos y metodológicos introducen aspectos dejados de lado tradicionalmente por la crítica, aspectos, que por otra parte, superan ampliamente al planteo cuantitativo.
El escrito impreso, juega un rol protagónico en el análisis de Chartier de los modelos culturales de la Francia del Antiguo Régimen. Para dicho análisis recurre a fuentes regionales, a inventarios post-morten, y a libros de cuentas de libreros; elementos todos trabajados y recogidos por la historia serial, pero que en Chartier alcanzan una nueva relevancia y significación. En una época en la que el analfabetismo sigue siendo muy alto –incluso en las ciudades- se hace posible la constitución de un mercado “popular” del impreso, apoyado fuertemente en lazos comunitarios y sociales. Sin embargo, esa recepción popular del impreso no crea una literatura especifica, sino que refuerza diferencias culturales hasta entonces poco sensibles.
Mientras que en estos (los campos) la cultura tradicional otorga poco espacio al impreso (…) en las ciudades la aculturación con el impreso es casi cotidiana, porque el libro esta presente, porque los muros soportan imágenes y carteles, porque es frecuente el recurso al escrito. A uno y otro lado de las murallas ciudadanas, los universos culturales se vuelven mas contrastados, lo cual cimenta el desprecio de los unos y la hostilidad de los otros.[13]
Chartier replantea la significación del libro, redescubierto como signo de distinción y portador de identidad cultural. Las estrategias editoriales no son solo valorizadas en su rol de ampliación progresiva del publico del libro, sino en el de la constitución de sistemas de apreciación que clasifica culturalmente los productos de la imprenta.
Los textos adquieren nueva vida cuando son recuperados no solo en su significación sino en su práctica social. Chartier parte de la materialidad de los objetos culturales y de su participación en los procesos sociales, permaneciendo fiel a lo que constituye el objeto mismo de las ciencias sociales: el estudio de la sociedad.[14] Este enfoque –renovador en Annales– ofrece argumentos para rehabilitar el estudio de los textos, de los que no solo hay que estudiar su significado, sino los fenómenos de apropiación, concepto clave en el pensamiento del autor. La apropiación implica un uso y unas prácticas alrededor de los objetos culturales dentro de un determinado contexto histórico. En su dimensión material, los objetos culturales —no solamente los libros— son producidos, transmitidos y apropiados. Y este es el nuevo campo de trabajo del historiador.
[1] Lucien FEVBRE y Henri-Jean MARTÍN, L’Apparittion du livre, Editions Albin Michel, 1958. (Traducción española: “La aparición del libro”, Madrid, U.T.E.H.A., 1959; México, 1962)
[2] Citado en Peter BURKE, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales 1929/1984,Barcelona, Gedisa, 1996, pag. 70.
[3] Gerard NOIRIEL, La crisis de los paradigmas, en Sobre la crisis de la historia, Madrid, Edic. Cátedra, 1997, Pág. 150.
[4] Le Roy LADURIE, en Peter BURKE, op. Cit., Pág. 52.
[5] Roger CHARTIER, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 1993. Cáp. 1, De la historia del libro a la historia de la lectura, Pág. 17.
[6] Peter BURKE, op. Cit., pag. 80. Para Burke, el enfoque cuantitativo de la historia en general y el enfoque cuantitativo de la historia de la cultura en particular pueden evidentemente criticarse por considerarse reduccionistas.
[7] Henri-Jean MARTÍN y Roger CHARTIER, Historia de la edición francesa, Paris, Fayard, 1991. Sus cuatro volúmenes abarcan desde la época del manuscrito hasta mediados del siglo XX.
[8] “El libro no fue inventado por Gutemberg”. Roger CHARTIER, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Op. Cit. Pag. 22.
[9] Ibidem, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna,. Pág. 25.
[10] La relación entre impreso y manuscrito no debe pensarse solo en términos de sustitución del uno por el otro. Los libros copiados a mano siguen siendo numerosos en el Antiguo Régimen. Chartier, op. Cit. Pag. 25.
[11] Ibidem, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna,. Pág. 29.
[12] Ibidem, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Pág. 39.
[13] Roger CHARTIER, Estrategias editoriales y lecturas populares, 1530/1660, en Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Pág. 124.
[14] Gerard NOIRIEL, Op. Cit., Pág. 149.
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