Con el objetivo de afianzar el poder del Estado y la centralización de su autoridad, el gobierno necesitaba integrar el territorio nacional. Para ello, se propuso expulsar a los habitantes originarios que ocupaban grandes extensiones de tierra, las que, incorporadas a la producción, significarían recursos esenciales para la consolidación del Estado Nacional. Hacia 1780, el gobierno de Sarmiento (1868/1874) firmó un tratado con los caciques Cafulcurá y Catriel, pero la paz duraría apenas un año. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874/1880), su Ministro de Guerra, Adolfo Alsina, propuso cavar una zanja que uniera una red de fortines para detener los malones y un plan para avanzar paulatinamente hasta el rio Negro. en palabras de Alsina, el plan era «contra el desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos». El plan no contemplaba la situación de los indígenas ni respetaba sus intereses, motivo por el cual volvieron a sublevarse hacia 1875.
Tras la muerte de Alsina en 1877, asume el ministerio Julio A. Roca, quien propone una guerra ofensiva y sin cuartel. Esta conquista militar -finalizada en 1885- catapultó a Roca como candidato presidencial. A continuación, les presento una selección de fuentes históricas, que permiten un análisis más profundo, no sin antes explicar el mal uso del concepto «desierto».
LA INVENCIÓN DEL DESIERTO
La palabra <desierto> evoca la idea de ausencia de vegetación, de personas, de infraestructura, de poblados… Sin embargo, militares, políticos y otros personajes de la época usaron esta palabra para referirse a áreas pobladas por distintas comunidades indígenas y que, en algunos casos, poseían una vegetación exhuberante. En efecto, el <desierto> no sólo incluían la estepa patagónica sino también grandes extensiones de pastizales de la llanura pampeana y los parques y selvas chaqueños. Esto es así porque la imagen del <desierto> funcionó en el marco de los supuestos positivistas de la época, según los cuales, era un desierto cualquier espacio no poblado por hombres <blancos y civilizados>.
La invasión grande[1]
«El Azul rodeado hasta las chacras, como aconteció en 1855, su campaña saqueada; las fuerzas de línea divididas y aisladas, en la impotencia; las lejanas divisiones de Villegas, Freyre y Winter realizando marchas tremendas que aniquilaban sus caballos, para cortar el camino al enemigo, fuera de las líneas de fortines, y los bárbaros esparcidos sobre una zona de millares de leguas, ricas en ganado y oblaciones cristianas, desde Tapalqué a Bahía Blanca, retirándose con un botín colosal de 300.000 animales y 500 cautivos, después de matar 300 vecinos y quemar 40 casas, tal era el cuadro a que asistía con horror la Nación entera!»
Estanislao Zeballos, La conquista de las quince mil leguas, 1878.
El plan Alsina para la conquista del «desierto»
«La crisis que hoy pesa sobre el mercado reconoce varias causas que pueden llamarse accidentes y que desaparecerán con el tiempo (…) Hay otra, sin embargo, determinante y permanente: la falta de equilibrio entre la producción y el consumo, causa que no desaparecerá espontáneamente, y que puede ser removida, en gran parte, por leyes y actos administrativos que hagan a la República tan productora, que alcance o supere el consumo. Para alcanzar este resultado, el poder Ejecutivo piensa que uno de los medios prontos y eficaces es dar incremento a la ganadería, y esto sólo se consigue entregando a la explotación particular, y por precios ínfimos, dos mil leguas superficiales que representan para el pastoreo y para la producción cinco millones de vacas (…) Si la industria pastoril se conserva hoy estacionaria, si no toma vuelo y ensanche para producir lo bastante para cubrir la importación, no es por falta de mercados, no es por falta de material de ganado. Es que los campos del interior de las líneas de fronteras están cansados o recargados y se necesitan otros, en que las haciendas estén desahogadas y sobre todo que no representen un capital crecido cuyos intereses devoran todo el fruto del trabajo. (…).
Si se consigue que las tribus hoy alzadas se rocen con la civilización que va a buscarlas, si se les cumplen los tratadps, en una palabra, si ellas que sólo aspiran a la satisfacción de sus necesidades físicas, palpitan la mejora en su modo de vivir puramente material, puede asegurarse que el sometimiento es inevitable (…) El Poder Ejecutivo, aleccionado por una larga experiencia, nada espera de las expediciones a las tolderías de los salvajes para quemarlas y arrebatarles sus familias, como ellas queman las poblaciones cristianas y cautivan a sus moradores.»
Mensaje de Adolfo Alsina, ministro de Guerra, al Congreso, 25 de agosto de 1875.
«A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva, que es el mismo seguido por Rosas, que casi concluyó con ellos. (…) El sistema actual de líneas de fuertes, establecido a fines del siglo pasado por Azara, y el mantenerse a la defensiva, avanzando lentamente con la población, ya sabemos cuales son sus resultados y cuales serán en adelante. (…) Los fuertes fijos en medio del desierto matan la disciplina, diezman las tropas, y poco o ningún espacio dominan. Para mí el mayor fuerte, la mejor muralla para guerrear con los indios de la Pampa y reducirlos de una vez, es un regimiento o una fracción de tropas de las dos armas, bien montadas, que anden constantemente recorriendo las guaridas de los indios apareciéndoseles por donde menos lo piensen.»
Carta de Julio A. Roca a Alsina, octubre a diciembre de 1875.
La <conquista del desierto> desde la perspectiva del indio
«Buenos caciques, hermanos y guerreros: el huinca (blanco) pillo y ladrón una vez más nos amenaza con traernos la guerra para apoderarse de nuestras mapu (tierras) y nuestro cullin (hacienda). Si nos quita lo que más queremos, adonde iremos a parar? Cómo podremos vivir? Hasta cuando nos haremos de aguantar la insolencia del intruso que se ampara en sus tralcas y nos mata sin piedad? No tienen ellos un Dios como lo tenemos nosotros que les ilumine el pensamiento y les haga comprender la injusticia que cometen? No somos acaso hombres como ellos? No tenemos familia, mujeres, ninios y ancianos que no pueden defenderse y han de sufrir la guerra que nos hacen? Nuestra suerte se vuelve cada día más adversa. El huinca al parecer no quiere trato con nosotros. Acaso los pehuenches tenemos la cupa de que los huiliches, salineros y ranquilches les hagan malones? Hemos hecho los puelches últimanente algún malón a las ciudades huincas? No nos hemos dedicado a trabajar criando nuestra ovejas y vacas, boleando nuestros avestruces y guanacos para vivir sin exigir del huinca, como hacen aquellos paisanos, ninguna clase de ayuda? Entonces, por qué el huinca nos quiere exterminar?
Pero ya se comprende su intención. Quiere robarnos nuestras tierras para hacer pueblos y obligarlos a trabajar en su provecho. Quiere privarnos de nuestra libertad; quiere acorralarnos contra la cordillera y echarns de nuestros campos, donde nacieron nuestros padres, nuestros hijos y deben nacer nuestros nietos.»
Discurso de gran cacique pehuenche Purrán en el parlamento de guerra realizado en el llano de Ranquilón en abril de 1879. En Ricardo Álvarez, El ocaso de Purrán; citado por Curruhuinca-Roux, las matanzas de Neuquén. Crónicas Mapuches.
Los beneficios de la ocupación del desierto
«Como consecuencia de el incremento considerable que tomará la riqueza pública y el aumento de todos los valores en la extensión dilatada que abraza la actual línea (de frontera), como efecto inmediato de la seguridad y garantías perfectas que serán las consecuencias de la ocupación del río Negro, la población podrá extenderse sobre vastas planicies y los criaderos multiplicarse considerablemente bajo la protección eficaz de la Nación, que sólo entonces podrá llamarse con verdad dueña absoluta de las pampas argentinas. Y aún quedará al país, como capital valioso, las quince mil leguas cuadradas que se ganarán para la civilización y el trabajo productor; cuyo precio irá creciendo con la población hasta alcanzar proporciones incalculables.
Por otra parte, la ocupación del río Negro, su navegación hasta el (lago) Nahuel Huapi por el (rio) Limay (…) facilitarán la colonización y la conquista pacífica de la parte comprendida entre el Limay y el Neuquén (…).
Las tribus que la habitan son poco numerosas y según informes fidedignos, su población total no alcanza a veinte mil almas. Miembros de la gran familia araucana (…) Han alcanzado un grado de civilización bastante elevado, respecto de las otras razas indígenas de América del Sur, y su transformación se opera como estamos viendo todos los días de una generación a otra, cuando poderes previsores le dedican un poco de atención. Su contacto permanente con Chile y la mezcla de la raza europea han hecho tanto camino, que estos indios casi no se diferencian de nuestros gauchos y pronto tendrán que desaparecer por absorción (…).
La ocupación del rio Negro no ofrece en sí misma ninguna dificultad, pero antes de llevarla a cabo es necesario desalojar a los indios del desierto que se trata de conquistar, para no dejar un solo enemigo en la retaguardia, sometiéndolos por la persuasión o la fuerza, o arrojándole al sur de aquella barrera; esta es la principal dificultad.»
Julio A. Roca, 14 de agosto de 1878.
Carta del cacique Sayhueque
Gobierno Aborigen Argentino, Río Limay, 3 de abril de 1881.
«Al gobernante de la Colonia Chubut: (…) Y ahora, mi amigo, tengo que contar el ataque espantoso que me hicieron el 19 de marzo, cuando tres ejércitos cayeron sobre mis tribus y mataron sin aviso a un número muy grande de mi gente. Llegaron furtivamente y armados a mis tolderias cual si fuera yo un enemigo y asesino. Yo tengo compromisos serios con el Gobierno desde hace mucho tiempo, y por lo tanto no puedo luchar ni disputar con los ejércitos. Me alejé, pues, con mi gente y mis toldos, para tratar de evitar sacrificios y desgracias. Por un tiempo a lo menos tuve éxito. (…) A pesar de todo, me encuentro hoy arruinado y sacrificado. Las tierras que mis antepasados y Dios me dieron, me han sido arrebatadas, lo mismo que todos mis animales, hasta 50.000 cabezas entre vacunos, yeguas y ovejas y arrias de caballos de labor e incontables grupos de mujeres, niños y ancianos. A causa de esto, amigo, le pido que eleve al gobierno todas mis protestas y aflicciones que he sufrido. (…) No soy un extraño de otro país, sino nacido y criado en esta tierra, y un argentino leal al Gobierno. (…) Yo mismo nunca realicé malones, ni maté a nadie, ni tomé cautivos. Y por eso le pido que interceda ante el Gobierno, para asegurar la paz y la tranquilidad para mi pueblo, y que nos devuelvan nuestros animales, y mi dinero, pero sobre todo mis tierras. Espero conversar algún día con usted, y hacer un arreglo amistoso entre nuestros pueblos.»
Lewis Jones, Una nueva Gales en Sudamerica. Trelew, Comisión Oficial del Centenario, 1966.
[1] LA ARGENTINA, una historia para pensar (1776/1996), Kapelusz, buenos Aires, 2000, Página 231.
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