El antiguo testamento, constituido por las Escrituras judías, y que es nuestra principal documentación sobre la historia de los hebreos, forma parte de las Escrituras cristianas a la que damos el nombre de Biblia. Hablando con exactitud, la Biblia no es un libro, sino una colección de libros; una biblioteca sagrada. Contiene una maravillosa bibliografía que fue recopilada en Oriente entre los años 1000 a. de C. y 100 d. C.
Los libros contenidos en el Antiguo Testamento estaban, al principio, escritos en rollos de papiro, pergamino o cuero, sin divisiones en capítulos o versículos, y empleando solamente consonantes hebreas. Hacia el año 250 a de C. se hizo en Alejandría una traducción griega del texto hebreo en consonantes de los cinco primeros libros. Esta traducción es conocida como la versión de los Setenta.
Entre los siglos VI y IX d. C., un cuerpo de eruditos llamados “masoretas”, inventó un sistema por medio del cual se podían representar las vocales escribiendo unos signos encima o debajo de las consonantes hebreas, con objeto de que la pronunciación correcta, pudiera ser conservada con mayor exactitud.
Aunque el texto oficial de la Biblia Hebrea fue establecido finalmente por los masoretas, y el Canon,[1]o colección de escritos sagrados, fijado en definitiva ya desde el siglo I d. C., la literatura contenida en esos libros representa un proceso de siglos y la obra de muchos escritores. Algunas partes se remontan hasta una época en la cual, siendo apenas conocida la escritura, las hazañas de los héroes nacionales eran celebradas en leyendas y cantos y transmitidas oralmente de generación en generación. A mediados del siglo IX a. de C. se recopiló la primera colección de las tradiciones hebreas primitivas en el reino de Judá, redactadas por un profeta o por un grupo de profetas. Aproximadamente un siglo después, probablemente en tiempos del profeta Oseas, las tradiciones corrientes en el reino de Israel fueron asimismo coleccionadas y redactadas por escrito. Quienes escribieron aquellas narraciones eran profetas; y se interesaban especialmente en las lecturas religiosas que aquellas narraciones contenían. Además, la primitiva recopilación de leyes hebreas, conocida como Libro de la Alianza, fue incluida en este documento.
Hacia la mitad del siglo VII a. de C. estas dos narraciones paralelas fueron entretejidas hasta formar un conjunto coherente por discípulos de los grandes profetas. Se le agregaban a las fuentes, frases necesarias para hacer fácil y agradable la lectura de la historia, no hacían objeción alguna a incluir dos versiones del mismo suceso, y no se dieron cuenta de las contradicciones que a nosotros nos parecen harto claras. Cuando hacia el año 650 a. de C. estos dos documentos fueron combinados en un todo coherente, se había dado el primer paso hacia la formación de la Biblia Hebrea.
Tan pronto como la monarquía quedó sólidamente establecida, las crónicas o registros de cada reino empezaron a ser guardados por los archiveros oficiales. Además se rehicieron los documentos de la conquista de Canaán bajo Josué, se añadió la historia de la corte de David, y de esta manera surgió una historia completa de los Hebreos desde el siglo X hasta el VI. Esto fue obra de individuos cuyo objeto principal era destacar la importancia, de ciertas lecciones religiosas de gran alcance. Sus antepasados habían sido entusiastas defensores de una reforma religiosa notable que tuvo lugar durante el reinado de Josías obedeciendo a los mandatos del libro de la ley, que se encontró en el templo el año 621 a. de C.
Durante el cautiverio en Babilonia, profetas, sacerdotes y poetas hicieron a la literatura de su pueblo nuevas aportaciones destinadas en última instancia a tener un valor religioso permanente para toda la humanidad, y debido a su obra devota se dio el segundo paso hacia la formación de la Biblia Hebrea. Los discípulos de Ezequiel y los del desconocido autor de Isaías 40-55, no solamente conservaron los mensajes de sus maestros sino que los sacerdotes iniciaron un nuevo movimiento que siguió floreciendo en Babilonia hasta fines del siglo V, cuando Esdras, el competente escriba de la ley mosaica, transfirió el centro de su actividad a Jerusalén. Influidos por el sacerdote-profeta Ezequiel, sus discípulos se dedicaron también a la preparación de un libro que debía servir de guía para los sacerdotes y para el pueblo en el cumplimiento de sus deberes religiosos en Jerusalén tan pronto como volvieran allá.[2] De manera natural y sencilla, todos los mandatos referentes a la ley, lo mismo a la civil que a la religiosa, fueron incluidos en las viejas tradiciones, en aquellos pasajes de la vida de Moisés que según los sacerdotes eran apropiados para ello.
Todos estos mandatos fueron denominados “mosaicos” porque estaban basados, en definitiva, en principios reconocidos como obligatorios desde los días de Moisés. El libro del Deuterenomio, fue colocado después, posiblemente porque terminaba con una referencia a la muerte de Moisés. Esta porción del Antiguo Testamento que contenía la ley inserta en las tradiciones relacionadas con un período entre Abraham y Moisés, lo mismo que explicaciones acerca del día de descanso, el sábado, y la circuncisión, fueron llamadas con el correr del tiempo la Ley o el Pentateuco.[3] Después de 400 a. de C. no se hizo cambio alguno en la Ley y nada se le añadió, fue allí cuando se dio el tercer paso hacia la formación de la Biblia Hebrea, y su primera parte (Libro I o la Ley) quedó completa.
La segunda porción de la Biblia Hebrea fue conocida como los Profetas. Fue ampliada durante el cautiverio y completóse hacia el año 200 a. de C., cuando ocupó su puesto junto a la Ley, pero a pesar de ello los judíos la consideraban como inferior a ésta.
Así, hacia el año 200 a. de C., la Biblia Hebrea consistía de las dos divisiones o libros conocidos como la Ley y los Profetas, y esos escritos eran estudiados por los escribas judíos, enseñados en las escuelas judías, y porciones de ellos eran leídas en la sinagoga todos los sábados. Hubo muchos escritos que, a pesar del alto valor que les concedían los judíos, no se consideraron dignos de ser aceptados hasta una fecha muy posterior. Aquellos escritos que llegaron a ser aceptados fueron incluidos en un tercer grupo al cual se dio el nombre de las Escrituras.
El templo fue destruido por los romanos en el año 70 d. De C., y en el año 90 se celebró un concilio de rabinos judíos en Jamnia; entre otras cosas, parece que discutieron qué es lo que debía y qué es lo que no debía incluirse en la tercera división de la Biblia Hebrea. Después de aquella fecha nada nuevo fue añadido. El trabajo, comenzado hacia el año 400 a. de C., quedó terminado hacia fines del siglo I d. C.
LA TIERRA Y EL PUEBLO
La tierra de Canaán, llamada en tiempos posteriores Palestina, era realmente un puente entre la nación que gobernaba la cuenca del Eufrates y la que dominaba la cuenca del Nilo. Ambas querían apoderarse de ella, pues no solamente iban y venían regularmente sus caravanas por ella, sino que era el paso obligado de sus ejércitos. A veces era conquistada por unos; otras veces por otros. Cuando ambas naciones se debilitaban. Canaán gozaba de un breve período de independencia.
Al norte está Siria, cuya capital Damasco, ha sido siempre un famoso centro comercial. Está situada en una bella y fértil llanura, al oeste de la cual se eleva el Monte Hermón coronado de nieve. Por ella pasó el comercio del mundo antiguo, y los mercaderes sirios siempre fueron famosos por sus sederías y su riqueza. Fueron los sirios crueles enemigos de los hebreos, con quienes mantenían incesante estado de guerra, hasta que la creciente amenaza de Asiria los obligó a unirse en un vano intento de salvarse. Cuando vamos de la llanura costera hacia el este, observamos que la forma general del país puede representarse, de manera rudimentaria, así:
El Mediterráneo | La llanura costera | La meseta central | El valle del Jordán | Las altas tierras del oeste y el desierto |
La meseta situada al oeste del Jordán se divide de manera natural en tres porciones, que conocemos familiarmente como Galilea, Efraín o Samaria y Judea.
En el extremo sur, donde esta faja costera se ensancha, están situadas las cinco ciudades filisteas de Asdod y Ascalón, Gaza, Gat y Eglón. Durante muchos años, la turbulenta raza de piratas que fundó estas ciudades disputó a los hebreos la posesión de la comarca situada al oeste del Jordán. Fueron al fin, arrojados de la meseta central, y confinados a las cinco ciudades de la llanura; pero dejaron señal de su estancia en el país en la palabra Palestina, tierra de los pulasati o pelishtim, esto es, filisteos, nombre por el que es hoy generalmente conocida.
El país montañoso de Efraín o Israel era naturalmente la parte más fértil, próspera e importante de Canaán, e inevitablemente, hasta mediados del siglo VIII, representó la parte principal en la historia de los hebreos.
La comarca montañosa que formaba el reino de Judá era mucho menor que Israel. Su pedregosa meseta está de 600 a 900 m. Sobre el nivel del mar, y a pesar de estar junto al camino que iba a Egipto, era de tan difícil acceso que sus habitantes estuvieron siempre más aislados que sus vecinos norteños. Judá no era, por consiguiente, notable por su extensión, su belleza o sus grandes ciudades; no tenía empresas comerciales ni fuerza militar; tampoco la regaban grandes ríos. Ningún camino la atravesaba. Y, no obstante, Jerusalén, la principal ciudad de aquel país formado por ásperas montañas, llegó a ser en verdad “el gozo de toda la tierra”. Allí, protegida por su pobreza y en la seguridad que le daban sus montañas altas, sobrevivió 135 años a la caída del reino situado al norte.
Cananeos y hebreos
Canaán, nombre por el que fue conocido durante muchos siglos el territorio situado entre el Jordán y la costa por los babilonios y los egipcios, recibió su nombre de los predecesores de los hebreos. Ambos, cananeos y hebreos, pertenecían a la gran familia semítica; había, por consiguiente, una gran similitud entre su idioma y sus costumbres, similitud que se extendía a sus vecinos los fenicios, los sirios, los edomitas, los moabitas y los ammonitas tanto como a los pueblos más conocidos de Babilonia y Asiria.
Se cree que los cananeos emigraron del desierto de Arabia y fijaron su residencia en las tierras altas de Canaán hacia el año 2000 a. de C. Arrojaron o esclavizaron a los anteriores habitantes, y con el transcurso del tiempo llegaron a desarrollar un alto grado de civilización. Vivían en ciudades defendidas por macizas murallas de piedra, cada ciudad estaba gobernada por un rey y formaba una ciudad-estado independiente; pero estos gobernantes eran generalmente vasallos de los monarcas más poderosos que gobernaban las tierras del Nilo o las del Eufrates.
La mayor parte de los cananeos eran agricultores y su religión estaba estrechamente ligada a ella. Adoraban muchos dioses, conocidos como baales, a cuya bondad atribuían los frutos de la tierra en la debida estación. Al igual que los babilonios, adoraban a la luna, en cuyo honor se observaba un día de reposo o sábado cada séptimo día. Toda aldea o ciudad tenía su santuario, el que estaba situado generalmente en la cima de un cerro y se le llamaba por consiguiente, “el lugar alto”. Los cananeos practicaban muchas crueles y bárbaras costumbres a nombre de la religión, y no desconocían los sacrificios humanos.
Para los hebreos los términos cananeo y mercader o traficante eran sinónimos, transportaban perfumes, especias, coloridas ropas babilonias y otras mercancías desde su propio país hasta Egipto y recibían a cambio ornamentos de oro y plata. Los cananeos eran un pueblo rico y próspero y su civilización debía mucho a la de los países con los que entraron en contacto. Babilonia es un claro ejemplo de esto, pues su influencia sobre los cananeos puede advertirse fácilmente en sus leyes, sus leyendas y su escritura (escritura cuneiforme babilonia).
Gracias a alrededor de trescientas cartas halladas en Tell el-Amarna, la capital fundada por el faraón Akh-en-Atón (Amenhotep IV), se han conocido muchos detalles sobre la condición de Canaán a mediados del siglo XIV a. de C.
Los reyes locales peleaban unos con otros, los oficiales egipcios eran incapaces de mantener el orden, los hititas se apoderaron de los territorios del norte, en tanto que el territorio meridional y central era invadido por las tribus nómadas del desierto. Tal parece que algunas de las tribus hebreas avanzaban hacia la tierra de Canaán en época tan lejana como los mediados del siglo XIV a. de C., es más; hacia el año 1223 a. de C., el faraón Merneptah se vio obligado a reprimir vigorosamente una revuelta en Canaán, y entre los pueblos que subyugó menciona a Israel. Estos hechos son de considerable importancia, pues parecen probar que hubo ciertas tribus hebreas en Canaán antes de que las tribus de José, conducidas por Josué, iniciaran una tentativa que tuvo con resultado su asentamiento en Canaán y el completo dominio de los cananeos.
MOISÉS
La tradición hebrea ha considerado siempre a Moisés como el libertador de su pueblo de la esclavitud en Egipto; es su profeta mayor y su primer legislador; fue él quien estableció los fundamentos tanto de la vida nacional como de la religiosa. Al mismo tiempo, es la primera figura histórica real de la historia hebrea, pues Abraham, Isaac y Jacob, sus supuestos antecesores, pertenecen a un período tan remoto que es completamente imposible comprobar los hechos relatados en las tradiciones acerca de ellos.
No sabemos cuantos años transcurrieron entre su obra, al sacar aquél indisciplinado cuerpo de esclavos de Egipto, y la invasión de Canaán por Josué, mas hay buenas razones para creer que los hebreos, en Egipto, estaban sometidos a Ramsés II (1301-1324 a. de C.) y que abandonaron Egipto durante su reinado, o el de su sucesor Merneptah.[4] La narración de las andanzas de los hebreos bajo la guía de Moisés se encuentra en los libros del Éxodo y de los Números; pero debe recordarse que la primera narración escrita fue hecha alrededor de quinientos años después de ocurridos aquellos sucesos.
En el Monte Sinaí se celebró un pacto religioso, por iniciativa de Moisés, entre los hebreos y Yavé, su Dios libertador. Los pactos eran muy comunes entre los pueblos semíticos. Su vida como nación estaba colocada en consecuencia, bajo la autoridad de Yavé, y los cimientos de la unidad nacional se establecieron sobre el culto a un Dios. Sin embargo, esto sólo se logró después de una lucha en la cual Moisés fue ayudado por su tribu, pues un considerable número de hebreos querían adoptar el culto a la imagen de un becerro.
CANAÁN: CONQUISTA Y COLONIZACIÓN
Los datos referentes a la entrada de los hebreos en la tierra de Canaán y su establecimiento en ella se encuentran en los libros de Josué y de los Jueces. La más antigua de las tradiciones describe la entrada en Canaán, desde el este, de las tribus del desierto bajo la dirección de Josué, quien, después de dos batallas decisivas, logró una base en la meseta central, a la cual se dio más adelante el nombre de Monte de Efraín. Después de la muerte de Josué, varios libertadores o “jueces” conservaron y extendieron el dominio de los hebreos resistiendo todos los intentos de los cananeos para desalojarlos y derrotaron a madianitas, moabitas o ammonitas, quienes invadían con frecuencia el territorio al oeste del Jordán.
En su juventud, Josué, de la tribu de Efraín, había sido designado por Moisés para custodiar el Tabernáculo. Tan pronto como atravesó el Jordán, se lanzó a la conquista de Jericó, marchando en torno a ella con todos sus hombres de guerra y después de poco tiempo “sus murallas se derrumbaron”; en otras palabras, el rey de Jericó se rindió. El constante avance de los hebreos empezó a perturbar mucho, al cabo del tiempo, a los gobernantes cananeos de las altas tierras centrales. Algunos de los reyes locales eran partidarios de llegar a un acuerdo con los intrusos; cuatro ciudades de los gabaonitas hicieron un convenio con Josué, y juntos derrotaron en una decisiva batalla a una confederación de ciudades-estados del sur, bajo el mando del rey de Jerusalén. Los hebreos se aseguraron así una base firme en aquella parte de la meseta central a la cual, en honor a su caudillo Josué, dieron el nombre de Monte Efraín. La misión de Josué fue llevar un paso más adelante la obra de Moisés y establecer las tribus nómades en Canaán.
La colonización; el período de los jueces
Al morir Josué los hebreos no habían conquistado aún Canaán. Se establecieron en aldeas formadas por tiendas sobre la meseta del Monte Efraín y resistieron las tentativas de los cananeos a fin de desalojarlos; pero estaban separados de sus compatriotas del norte y el sur p or fuertes ejércitos cananeos que eran capaces de conservar su posesión en los valles gracias a sus carros de hierro y que, protegidos por ciudades empalizadas o amuralladas, resistieron fácilmente todos los ataques hebreos.
El período durante el cual los hebreos estuvieron en continua lucha para mantenerse en Canaán es conocido como la era de los Jueces. El Libro de los Jueces nos brinda una valiosa imagen de un período de la historia hebrea que se encuentra entre la vida nómada y la sedentaria vida agrícola, entre la entrada en Canaán y la fundación de la Monarquía. Los hebreos tenían poco sentido de unidad y poca capacidad de organización política. A pesar de todo la unidad temporal se produjo bajo la presión de los enemigos del exterior y se realizó siempre en nombre de Yavé.
Los sacrificios humanos, aunque frecuentes entre los cananeos y otros pueblos semitas, eran raros entre los hebreos y fueron condenados por todos sus grandes maestros; pero en todas las épocas de decadencia religiosa reaparecían.
En las últimas páginas del Libro de los Jueces, encontramos que los filisteos son el poder dominante en el territorio situado al oeste del Jordán, y que los hebreos, desarmados y sin caudillos, se habían convertido en sus siervos. Los filisteos o pelishtim, son identificados con una banda de piratas, conocida como los pulasati, quienes después de ser arrojados del Delta por Ramsés III hacia el año 1200 a. de C., bajaron hasta las costas de Canaán donde se establecieron. Su lugar de origen era quizá Creta, llamada Kaphtor por los hebreos y Keftiu por los egipcios. Tan poderosos llegaron a ser estos filisteos que dieron a Canaán el nombre de Palestina. Que nosotros empleamos para referirnos a esta tierra.
LA FUNDACIÓN DE LA MONARQUÍA
Los dos libros de Samuel unidos al I y II de los Reyes forman un conjunto que relata la historia de la monarquía hebrea desde que fue establecida por Samuel hasta la caída del reino de Israel en el año 721 a. de C., y la destrucción de Jerusalén en 586 a. de C..
La historia del establecimiento de la monarquía hebrea nos presenta tres caracteres principales. El profeta Samuel fue el primero en comprender que las tribus hebreas necesitaban un rey; eligió a Saúl, quien en unión de su hijo Jonatán asestó los primeros golpes eficaces al poder de los filisteos. Después de su muerte, David continuó y completó su obra y asentó firmemente la monarquía en Jerusalén.
Pertenecía Samuel a la tribu de Efraín; fue dedicado a Yavé desde su nacimiento; cuando era aún joven, los filisteos atacaron resueltamente a los hebreos y capturaron el Arca arrasando la comarca de Silo, de la que se adueñaron por más de medio siglo. El Arca, que para los filisteos era naturalmente el dios hebreo, fue llevada al santuario de su propio dios, Dagón, en Azoto. Pero estalló la peste allí, al igual que en cada una de las cinco ciudades filisteas donde el Arca era trasladada. Se atribuyó la peste a la cólera del dios hebreo, por lo que fue trasladada a Quiriat-Jearim en las montañas Safela y puesta bajo la custodia de un hebreo llamado Abinadab, cuyo hijo Eliezer fue consagrado para que la custodiase. Allí permaneció el Arca hasta que David derrotó a los filisteos y fue lo bastante fuerte para llevarla en triunfo a su nueva capital, Jerusalén.
Saúl se consagró a lo que sería la obra de su vida, su misión fue emprender una guerra sin término contra los filisteos que habían oprimido largo tiempo a los hebreos y en aquel tiempo dominaban Palestina. Desgraciadamente, hubo un serio rompimiento entre Saúl y Samuel. Saúl carecía de verdadero sentimiento religioso y su naturaleza no respondía a impresiones religiosas. No fue capaz de reconocer que hay una ley por encima del rey, y a causa de esto se resintió por la acción de Samuel, que finalmente tuvo que buscar un sucesor al hombre del que tanto había esperado.
No hizo el menor intento de destronar a Saúl, pero pensó que era la voluntad divina que a su muerte la corona pasara a otra familia. Así halló a David, hijo de Isaí, de la tribu de Judá, al cual ungió secretamente.
Durante este período David tuvo amigos en la familia de Saúl, y se casó con Micol, hija de Saúl; no obstante, éste puso hombres al acecho de la casa de David con intención de que lo asesinaran, esta estratagema fue frustrada por la sagacidad de su esposa, quien le ayudó a escapar. David buscó refugio en la fortaleza de Odulam, a unos 19 kilómetros al oeste del sur de Belén, donde se le unieron sus parientes y una banda de cuatrocientos fugitivos de la ley, muchos de los cuales no eran hebreos. Así se convirtió en un jefe de importancia en el sur de Palestina, puesto que dirigía un cuerpo de audaces guerreros. Saúl trató más de una vez de capturarlo, más no pudo. Durante aquellos años sirvió a Aquis rey de Gat,[5] no como hebreo fugitivo, sino como valioso aliado.
Fue entonces cuando hostigó los pueblos vecinos no israelitas y de esta manera benefició tanto a los hebreos como a los filisteos. Cuando éstos se decidieron a atacar a Saúl, David no participó de la contienda, ya que los nobles filisteos temían que durante la batalla se pasara al enemigo.
Saúl, derrotado y gravemente herido, fue perseguido tenazmente por los filisteos, y encontrando imposible la fuga, pidió a su escudero que lo matara. El escudero se negó a ello, en vista de lo cual Saúl se echó sobre su propia espada. Jonatán y otros dos hijos más, sucumbieron en el campo de batalla. Entretanto David, a su regreso a Siceleg[6], fue notificado del desastre acaecido y la suerte fatal de Saúl y Jonatán. Samuel había fallecido en Rama poco tiempo después de que David se puso fuera de la ley; no vio la derrota de su pueblo en Monte Gélboe ni la realización de sus esperanzas en David.
LA MONARQUÍA: DAVID Y SALOMÓN
Después de la muerte de Saúl, David avanzó hasta Hebrón, donde fue proclamado rey de la tribu de Judá. Como los filisteos no lo molestaban, probablemente porque durante algún tiempo siguió siendo su vasallo, fue afirmando gradualmente su posición. En Majanaim, al este del Jordán, los restos de las tropas de Saúl se habían reunido bajo el mando de Abner, jefe del ejército de Saúl, quien puso en el trono a Isbaal, el único hijo sobreviviente del rey; era un gobernante débil y el poder estaba realmente en manos de Abner, quien pronto comprendió que Isbaal no era el hombre capaz de unir a los hebreos; por consiguiente hizo proposiciones a David. Desgraciadamente existía una sangrienta rencilla entre Abner y Joab, primo de David y segundo en el mando, quien al enterarse de la unión que se estaba tramando, mató traidoramente a Abner, poniendo en peligro la unión de los clanes divididos. El asesinato de Isbaal a manos de dos de sus soldados, hizo que los ancianos pidieran a David que fuera su jefe contra el enemigo nacional, y lo lograron al ungirlo como rey de todo Israel en el santuario de Hebrón.
Cuando estas noticias llegaron a los filisteos, decidieron adelantarse y atacarlo, ante un primer reagrupamiento de filas, David infligió dos derrotas tan aplastantes a los filisteos, que éstos fueron arrojados de la meseta central y en lo sucesivo quedaron confinados a las cinco ciudades en la llanura marítima.
Estos triunfos lo dejaron en condiciones de atacar Jerusalén, los hebreos no habían sido nunca capaces de arrancársela a los cananeos o a los jebuseos; pero David, comprendiendo que era admirablemente adecuada para ser capital del ya unido Israel, a causa de su posición central y con fuertes defensas naturales, decidió entrar en posesión de ella. Al lograrlo, la ciudad fue conocida desde entonces como “la ciudad de David”, y a ella llevó el Arca, con objeto de que tanto él como su pueblo estuvieran seguros de la presencia de Yavé entre ellos.
Para consolidar su poder y asegurar sus fronteras, David atacó y derrotó sucesivamente a los moabitas, los ammonitas, los idumeos, los amalecitas y los sirios. Hizo un tratado comercial con los tirios que duró siglos. Los fenicios eran mercaderes y traficantes, y dependían de pueblos como los hebreos para el suministro de alimentos; a cambio entregaban materiales de construcción y artífices hábiles en la erección de aquellos edificios que ellos no eran capaces de construir.
Antes de la época de David los hebreos no tenían un ejército regular, al asegurarse el trono, el nuevo monarca creó un cuerpo bien equipado de soldados preparados que habían de servir de núcleo de su fuerza de combate.
La segunda mitad del reinado de David fue trastornada por la guerra civil y por disturbios internos, entre los que se encontraban el levantamiento en armas de su hijo Absalón, el que aprovechó el descontento de los hebreos de Hebrón, que estaban envidiosos de la capital Jerusalén. Tomado por sorpresa, David se decidió a huir, los sacerdotes le fueron leales, pero el rey les negó sacar el Arca y seguirle.
Ya reorganizado su ejército, venció a las fuerzas de Absalón, el que fue muerto a pesar de que su padre había ordenado que se respetara su vida. Aunque las generaciones posteriores idealizaran indudablemente a David, fue de hecho el más interesante de todos los gobernantes hebreos y el verdadero fundador de la monarquía.
Salomón
Para los hebreos, incluso en los días de nuestro Señor, Salomón era la sabiduría hecha hombre. Organizó un sistema de impuestos y para llevar adelante sus ambiciosos proyectos de construcción, instituyó un sistema de trabajo obligatorio por el cual cada hebreo físicamente apto trabajaba para el rey durante tres meses cada año. Salomón sabía muy bien que sus súbditos tenían poca habilidad para la arquitectura; así pues renovó y amplió el tratado con Hiram, rey de Tiro, quien suministró la madera necesaria y los obreros necesarios para enseñar a los hebreos.
En el punto más alto de la colina oriental, dominando el valle del Cedrón, construyó Salomón el Templo, en el que colocó el Arca, no obstante tener poco interés verdadero por la religión. Por otra parte estimuló expediciones que navegaron por la costa de África hasta Ofir, así la riqueza del país aumentó con extraordinaria rapidez y el genio comercial de sus súbditos comenzó a rebelarse.
HISTORIA DE ISRAEL
933-721 a. de C
Los hebreos alcanzaron la unidad nacional durante los reinados de David y Salomón. Entraron en Canaán en períodos diferentes y como grupos aislados y durante muchos años vivieron separados; después de la ascensión al trono de Roboam se separaron de nuevo, y esta vez para siempre.
La causa de la separación fue la conducta torpe de Roboam, el hijo de Salomón, con una diputación de la tribu de Efraín presidida por Jeroboam[7], quién regresó de Egipto a la muerte de Salomón y se convirtió en el representante de las tribus norteñas. Roboam ya había accedido ir a Siquem para ser coronado; pero se negó a la razonable petición de Jeroboam de que el trabajo obligatorio debía ser menos riguroso.
Al recibir la contestación del joven rey, las tribus israelitas se separaron, proclamando rey a Jeroboam, y haciendo de Siquem su capital. Políticamente, esta revuelta fue una reacción contra la tiranía de Salomón, religiosamente, fue un alegato a favor de la vuelta a la vida más sencilla de los primeros tiempos de la monarquía y a los ideales religiosos de Samuel y David.[8] Desde aquel momento, el reino del sur o Judá se convirtió en un reino relativamente insignificante, situación que se prolongó durante muchos años, y aun es probable que durante algunos períodos fuera vasallo de su vecino más rico y poderoso, Israel. Sin embargo, se vio libre de revoluciones y la dinastía de David gobernó honrosamente durante cuatro siglos. Jerusalén era casi inexpugnable, y el Templo era el centro de una religión en la que la fidelidad a Yavé mantuvo firmemente unidos al rey y su pueblo.
Jeroboam I hizo de Siquem su capital política y de Bétel y Dan los dos santuarios principales. El último fue muy pronto destruido por los sirios; pero el primero se hizo famoso como “casa del rey” o santuario real. En Bétel un toro de metal señalaba el sagrario; era éste un rasgo común del culto semítico a la naturaleza, y al adoptarlo, Jeroboam daba un paso más hacia una aproximación entre las religiones hebrea y cananea.
Los reyes fueron sucediéndose con desconcertante rapidez hasta que Omri, gobernante fuerte y popular, empuñó las riendas del gobierno.[9] Derrotó a los moabitas pero le derrotaron los sirios, que fueron enemigos constantes del reino del norte hasta que ambos, Israel y Siria, unieron sus fuerzas contra un enemigo más poderoso: Asiria. Ajab, que sucedió a su padre Omri, renovó el tratado con Tiro, hecho por David y Salomón, e Israel empezó a jugar un papel cada vez más importante entre las potencias del Mediterráneo oriental. Cada vez que Asiria se sentía fuerte y trataba de aplastar a los gobernantes de Palestina, se formaba una coalición en la que Siria e Israel tomaban parte; en cambio, cuando Asiria se debilitaba, había una constante lucha por la posición preponderante entre Israel y Siria.
El reinado de Ajab fue importante también en cuanto a la religión, Jezabel, la princesa tiria que casó con Ajab, introdujo entre los hebreos la adoración al principal dios tirio: Melkart. Se concedió a la reina un sagrario para su dios; más no conforme con esto trató de persuadir a los hebreos a fin de que abandonaran el culto a Yavé sustituyéndolo por el Baal de los tirios y llegó incluso a perseguir a los que se rehusaron a hacerlo. Entonces, en el Monte Carmelo, el profeta Elías enseñó a los hombres de Israel el deber de fidelidad a Yavé y reafirmó el mandamiento de Moisés: “No tendrás otro dios frente a mí”. Desde la división del reino se había manifestado una marcada decadencia en la moral del reino de Israel.
El enfermizo hijo de Ajab, Ocozías, fue sucedido por su vigoroso hermano Joram, quien se dedicó inmediatamente a tratar con toda energía a los enemigos de Israel. Mientras realizaba un sitio a la ciudad de Ramot de Galad fue herido y se vio obligado a volver a Jezrael, dejando al mando a su comandante en jefe Jehú. Éste, instigado por el profeta Eliseo, se rebeló y apresuró a entrar en Jezrael, y empezó su reinado con la matanza brutal de todos los miembros de la familia de Ajab y de los que adoraban a Melkart. Jehú y sus sucesores Joacaz y Joás mantuvieron su dominio sobre el reino con dificultad. En el año 841 a. de C. Jehú fue derrotado y obligado a pagar tributo a Salmanasar III. Los asirios estaban por aquel entonces en el pináculo de su poder. Jeroboam II, hijo de Joás, logró el triunfo en una serie de campañas, gracias a las cuales los sirios fueron arrojados más allá de su frontera habitual.
El reinado de Jeroboam señaló el punto más alto del poderío de Israel; después de su muerte subieron al trono sucesivos reyes débiles o brutales que pagaron tributo al rey asirio Teglat-falasar III o Pul (745-727 a. de C.), quien incluyó a Israel y a Judá entre sus vasallos. En el año 732 los sirios fueron totalmente derrotados por Asiria y la mayor parte del pueblo deportado. Los hebreos perdieron mucho territorio, su rey Pecaj fue asesinado y un asirio llamado Oseas ocupó el trono. En el año 721 a. de C. Samaria fue tomada por Sargón II, sucesor de Salmanasar V; lo mejor del pueblo fue deportado a territorio asirio y solamente los israelitas más pobres permanecieron en su tierra, que fue repoblada por cautivos de los asirios procedentes de Cuta y otras ciudades derrotadas. Estos colonos trajeron consigo varias religiones extrañas a las que añadieron la de Yavé, se mezclaron en matrimonio con los israelitas, y sus descendientes, conocidos como samaritanos, practicaron una forma mixta de religión que parece ser la misma que profesaban los judíos que en el siglo VI regresaron de Babilonia. El desastroso final del reino de Israel le pareció al profético recopilador de los libros de los Reyes ser la prueba de que “la virtud engrandece a una nación”, y que la prosperidad comercial, y la sagacidad política no tienen poder alguno para evitar la ruina que sobrevendrá a las naciones que desoigan las demandas de Dios y no cumplan sus deberes para con Él y para con sus hermanos, fieles servidores de Aquél.
HISTORIA DE JUDA
933-586 a. de C.
Durante los dos siglos (de 933 a 721 a. de C.) que representaron el apogeo y la decadencia de Israel, el reino de Judá representa un papel insignificante en la historia. Después de la rebelión triunfante del reino del norte, en el año de 933 a. de C., el profeta Semeyas aconsejó a Roboam, hijo de Salomón, que aceptara las consecuencias de su propia insensatez y se dedicara al gobierno de su disminuido territorio. El único acontecimiento importante durante este reinado fue un ataque egipcio hecho bajo el mando del faraón Sesac; el templo y el palacio fueron saqueados y no es nada improbable que el Arca fuera destrozada o transportada a otro lugar.
El nieto de Roboam, Asa, impidió el culto cananeo dentro del palacio; pero el hijo de Asa, Josafat, fue el verdadero responsable de la introducción del culto tirio en Judá, debido al casamiento de su hijo Joram con Atalía, hija de Jezabel, unión que fue casi tan desastrosa para el reino del sur como había sido la de Ajab para el norte. Durante este reinado hubo estrecha colaboración entre Israel y Judá.
Ajaz, que subió al trono hacia el año 735 a. de C., mezcló a Judá en las empresas políticas del mundo de entonces, privando de esta manera al pequeño reino montañoso no sólo de su independencia política, sino aún de su libertad religiosa. Fue poco después de la muerte de Ajaz y de la elevación al trono de su hijo Ezequías cuando Samaria fue sitiada y tomada por Sargón II y cuando la mayoría de los israelitas fueron deportados a territorio asirio.
En la primera parte de su reinado, Ezequías, probablemente influido por las enseñanzas del profeta Isaías, parece haber intentado una reforma religiosa. Ordenó la destrucción de una serpiente de bronce que estaba en el templo. Varios santuarios del país fueron suprimidos y varios emblemas idolátricos echados fuera del recinto del Templo. A la muerte de Ezequías hubo un cambio total y desastroso en su política religiosa. Su hijo Manases era vasallo de Asiria, y en una gran asamblea en el año 677 rindió homenaje al nuevo rey Esarhadón, adoptando con entusiasmo el culto de los dioses asirios. No solamente introdujo el culto del sol, de la luna y de las estrellas, el sacrificio de niños y la adivinación, sino que persiguió severamente a los que continuaron fieles a Yavé.
Su nieto Josías inició una fuerte reforma religiosa, aprovechando la declinación del poder asirio (alrededor del 621 a. de C.), e hizo destruir todos los objetos relacionados con su culto. Se dieron mayores detalles para la celebración de las tres grandes festividades: Pascua, Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos.
La reforma que comenzó con tantas esperanzas Josías nunca llegó a penetrar más que superficialmente. Antes de terminar aquel siglo, Judá fue arrastrada en la corriente de los acontecimientos que siguieron a la caída del reino asirio. Cuando Nabopolasar, rey de Babilonia, sitió y tomó Nínive en el año 612 a. de C., todos los vasallos de aquel reino tuvieron la esperanza de recobrar su independencia; Judá cayó primero bajo el yugo egipcio (608 a. de C.) y luego bajo el poder babilonio (605 a. de C.). Los estados se declararon en rebeldía, pero fueron derrotados por Nabucodonosor, quién llegó a Jerusalén en 596; el rey, la reina madre, los príncipes, los sacerdotes, los nobles y lo mejor de la Nación de Judá fueron deportados a Babilonia.
El nuevo rey, Sedecías, organizó una nueva rebelión general con la ayuda de Egipto, en el año 586 Jerusalén fue tomada, el Templo y la ciudad destruidos y la mayoría de los habitantes deportados al otro lado del Eufrates.
Después del año 586 a. de C. no hubo ya ningún Estado judío organizado; la monarquía había llegado a su fin y la vida nacional parecía condenada a extinguirse. De allí en adelante los judíos no estuvieron confinados en Palestina, sino representados por tres grupos o colonias de los cuales el más extenso era el que se hallaba en Babilonia. Otro grupo se asentó en Egipto, y los judíos más pobres, fueron aquellos campesinos que habían quedado en Judá.
EL CAUTIVERIO
En el año 586 a. de C., la vida nacional de los hebreos fue arrancada de raíz y transplantada a suelo extranjero. En Babilonia se encontraron los judíos en medio de una laboriosa vida comercial en la que muy pronto empezaron a tomar parte importante. En algún momento, algunos judíos intentaron una rebelión pero en general prefirieron mantenerse en paz.
Algunos adoptaron la religión de los conquistadores, otros se sentían seguros de que Yavé seguía siendo fiel al pacto con su pueblo, podían reunirse para el culto y, de hecho, el culto en la sinagoga tiene sus raíces en estas reuniones.
Moral, intelectual y espiritualmente, los judíos de Babilonia eran lo mejor de la nación, no sólo esto, sino que los judíos de Jerusalén dependían de los que, por voluntad propia, permanecieron en Babilonia o incluso en Persia. Desde el siglo VI en adelante, los judíos de Judá constituían solamente una pequeña parte del judaísmo, y los que continuaron viviendo fuera de Palestina y fueron posteriormente conocidos como la Diáspora, tuvieron una parte mucho mayor en el desarrollo religioso de la nación, aunque Jerusalén continuara siendo, hasta el año 70 a. de C., la morada espiritual de todo judío.
EL REGRESO
En el año 539 a. de C., Ciro, rey de Persia, después de una notable serie de campañas por medio de las cuales estableció el Imperio medo-persa y se adueñó del Asia Menor, aniquiló las fuerzas babilónicas mandadas por Belsasar. Cuando Ciro entró en Babilonia fue recibido con gran entusiasmo por los ciudadanos. En 538 se publicó un edicto que daba permiso a todos los extranjeros para regresar a sus países nativos, llevándose las imágenes de sus dioses. Por lo que se refiere al período comprendido entre los años 536 y 400 a. de C. dependemos desgraciadamente de la historia tal como la interpreta el cronista en los libros de Esdras y Nehemías.
Los judíos estuvieron sujetos al gobierno persa desde 538 hasta 331 a. de C., cuando la derrota de Darío III por Alejandro el Grande implicó el cambio de dueños. Los persas trataron bien a los judíos y con tal que éstos pagaran sus impuestos, disfrutaban de libertad civil y religiosa. Algunos, sin embargo se rebelaron y fueron transportados a las costas del Mar Caspio en 353 a. de C. Durante este período el hebreo pasó a ser una lengua muerta y el arameo –lengua hermana de la hebrea usada para el comercio y la diplomacia en Siria- desplazó a hebreo en Palestina y llegó a ser la lengua popular.[10] Los judíos que regresaron a Judá, sea en 536 o en 520, tuvieron que hacer frente a numerosas dificultades. Los pueblos del desierto se habían apoderado del territorio meridional del reino de Judá y los samaritanos, pueblo mestizo que descendía de los israelitas y de los colonos introducidos por los asirios, habían adquirido tierras del norte.
Hacia el año 516 a. de C. el templo fue reconstruido, no era tan magnífico como el templo de Salomón y no se permitió a los samaritanos participar en su construcción[11]. Algunos judíos determinaron reconstruir las murallas de Jerusalén, los samaritanos, recelosos de los judíos, informaron de esto a los Persas, quienes demolieron dicha construcción. En el año 445 a. de C.. Nehemías, que había llegado al cargo de Artajerjes I, consiguió del rey la autorización para reconstruir la muralla y el nombramiento de Gobernador de Jerusalén, aunque sólo por un período señalado, que parece haber durado 12 años.
DESDE ALEJANDRO EL GRANDE
HASTA LA MERTE DE HERODES
Alejandro, hijo de Filipo de Macedonia, derrotó a Darío III (336-331 a. de C.) y estableció un imperio que se extendía desde Macedonia hasta Egipto y desde el Indo hasta el Mediterráneo. El joven monarca trató bien a los judíos de Palestina y les concedió muchos privilegios, dándoles la bienvenida como ciudadanos de Alejandría, la que poco tiempo después contenía la mayor población judía fuera de Palestina.
A la muerte de Alejandro en el año 323, uno de sus generales se apoderó de Egipto y otro de Siria, en tanto que Palestina, situada entre ambos países fue presa primero de uno y después de otro. Desde el 301 al 198 a. de C. los judíos quedaron sujetos al dominio egipcio; pero cuando Antíoco III, rey de Siria, se apoderó de la presa por la que habían luchado en vano sus predecesores, los judíos conocieron tiempos de tribulación. En el año 176 a. de C. Antíoco IV determinó la abolición de la religión judía y en el 168 a. de C. publicó un decreto que prohibía, bajo pena de muerte, la práctica de dicha religión y ordenaba la destrucción de los libros sagrados. Parecía que el judaísmo desaparecería muy pronto, pero Antíoco había equivocado sus cálculos sobre la tenacidad de los judíos y su capacidad de sacrificio a favor de su fe. Se organizó la resistencia armada y Judas, hijo de un anciano sacerdote, luego de varias batallas, en el año 165 a. de C. tomó Jerusalén.
En el año 161 a. de C. fue sucedido por sus dos hermanos, Jonatán (161-143) que llegó a ser el primer rey-sacerdote, y Simón (143-135), que aseguró a los judíos la completa independencia de Siria. Entonces se produjo un rompimiento con los hasidim, quienes rechazaban las empresas militares emprendidas únicamente a fin de ensanchar sus dominios. Al separarse del grupo principal de judíos, sus adversarios les llamaron fariseos, es decir, los separados.
En el año 63 a. de C. Pompeyo tomó Jerusalén y asesinó a millares de judíos, desde aquel tiempo Palestina quedó sujeta a Roma y el poder cayó gradualmente en manos de los Herodes. Hacia fines del reinado de Herodes, nació en Belén de Judá, la ciudad de David, el rey que tanto habían anunciado los profetas.
EL CARÁCTER PROGRESIVO DE LA
RELIGIÓN HEBREA
Políticamente, la nación dejó de existir en los primeros años del siglo VI a. de C.; pero al ocurrir el desastre nacional la religión de los judíos era ya lo suficientemente fuerte para resistir el choque, y resurgir, purificada y fortalecida por el tónico amargo de la adversidad. En las escrituras del Antiguo Testamento, vemos tres etapas de desarrollo claramente señaladas: 1) la enseñanza de los profetas; 2) la disciplina de la Ley, y 3) la espera de un reino de dios, gobernado por el Mesías, rey descendiente de David.
La misión de los jefes de las tribus hebreas en Canaán, fue unirlas en la fidelidad a Yavé. Esta fidelidad y la existencia nacional iban de la mano; sin la primera jamás hubieran conseguido la segunda.
Después del Cautiverio, la religión de los judíos estuvo dominada por la Ley, durante los cuatro siglos que transcurrieron desde la aceptación de la Ley como guía de conducta justa, ella defendía el tesoro peculiar de los judíos: la creencia en un solo Dios. A lo largo de la historia de los hebreos encontramos un movimiento constante y firme de lo menos bueno a lo mejor, un adelanto gradual y progresivo en el conocimiento de las cosas de Dios, debido a las enseñanzas de aquellos que afirmaban ser portavoces de Dios para declarar su voluntad y guiar al resto de la Nación, lenta pero seguramente, hasta que Dios pudiera irrumpir en ella y completar su obra.
ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
– 2000 Los pueblos semíticos entran en Canaán.
-1750 Hammurabi, rey de Babilonia.
S.XVII/VI ERA BÍBLICA
s.XVII Los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob, patriarcas del pueblo judío y portadores de la creencia en un único Dios, se establecen en la Tierra de Israel. El hambre fuerza a los israelitas a emigrar a Egipto.
-1250/1230 Éxodo de Egipto: Moisés saca a los israelitas de Egipto, seguido por 40 años de deambular por el desierto. La Torá, incluyendo los Diez Mandamientos, es recibida en el Monte Sinaí.
-1225/1050 Los israelitas se asientan en la tierra de Israel.
-1180 Pueblos marítimos procedentes de Creta, entre ellos los filisteos, se establecen en Canaán.
-1025/1020 Establecimiento de la monarquía judía: Saúl, primer rey; Jerusalén es convertida capital del reino de David.
-960 El primer Templo, centro nacional y espiritual del pueblo judío, es construido en Jerusalén por el rey Salomón.
-933 El reino se divide en dos: Judá e Israel.
-722/720 Israel es vencido por los Asirios; 10 tribus exiliadas. Fin del reino de Israel, deportación de israelitas.
-608 Judá bajo el yugo egipcio.
-586 Judá es conquistada por Babilonia, Jerusalén y el Primer Templo son destruidos, la mayoría de los judíos son exiliados a Babilonia. Fin del reino de Judá. Ya no hay ningún estado judío organizado. CAUTIVERIO.
-536/142 PERÍODO PERSA Y HELENÍSTICO
-538/515 Muchos judíos retornan de Babilonia; el Templo es reconstruido.
-332 La tierra es conquistada por Alejandro Magno; dominio helenístico.
-301/198 Los judíos bajo el dominio egipcio.
-166/160 Rebelión Macabea (Hasmonea) contra las restricciones en la práctica del judaísmo y la profanación del Templo.
-142/129 Autonomía judía bajo la dinastía Hasmonea
-129/63 Independencia judía bajo la monarquía hasmonea.
-63/313 DOMINIO ROMANO
-63 Jerusalén es capturada por el general romano Pompeyo.
-37/4 Herodes, rey romano vasallo, gobierna la tierra de Israel; el Templo es refaccionado.
20 al 33 Ministerio de Jesús de Nazaret.
66 Rebelión judía contra Roma.
70 Destrucción de Jerusalén y del segundo Templo.
73 Última resistencia de los judíos en Masada.
210 Se completa la Codificación de la Ley Oral judía
313/636 DOMINIO BIZANTINO
614 Invasión persa.
636/1099 DOMINIO ARABE
1099/1291 DOMINIO CRUZADO; Reino Latino de Jerusalén
1291/1516 DOMINIO MAMELUCO
1517/1917 DOMINIO OTOMANO
[1] La palabra canon se deriva de una palabra griega que significa regla o modelo. Se aplica a los libros contenidos en el Antiguo y el Nuevo Testamento a causa de que fijan un modelo de fe y de conducta.
[2] El Levítico, capítulos 17-26 contienen el resultado de sus trabajos.
[3] La palabra Pentateuco se deriva de dos palabras griegas que significan cinco libros: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuterenomio.
[4] No es fácil decidir la fecha exacta del éxodo de Egipto y el establecimiento de los hebreos en Canaán. Se ha descartado generalmente la versión que considera a Tutmosis III como el faraón de la opresión y sitúa el éxodo en el año 1447 a. de C. durante el reinado de su sucesor Amenhotep II. Muchos eruditos consideran que Ramsés II fue el opresor y fijan la fecha del éxodo en el reinado de Merneptah (1225-1215 a. de C.). La pérdida del dominio de los egipcios sobre Palestina a partir de 1167 a. de C. proporcionó a las tribus del desierto, dirigidas por Josué, una oportunidad para entrar al país y establecerse en grupos aislados entre los habitantes naturales. Para los escritores del Antiguo Testamento, la certeza de la fecha carecía de importancia en relación con las lecciones religiosas que se podían obtener del relato.
[5] Rey filisteo.
[6] Comarca cedida a David por los filisteos, gracias a su alianza.
[7] Jeroboam intentó provocar una rebelión durante el reinado de Salomón; pero su conspiración fue descubierta y tuvo que huir a Egipto para salvar su vida.
[8] El partido de los profetas, tomó a mal la tolerancia de Salomón hacia los cultos extranjeros, resultado inevitable de su política comercial, y evidentemente se oponían a la preeminencia de Jerusalén, motivo por el cual apoyaron a Jeroboam.
[9] Omri trasladó prudentemente la capital de Siquem a Samaria.
[10] Idioma hablado por Cristo y sus discípulos.
[11] Los judíos no se los permitieron, a pesar de los pedidos de los samaritanos de colaborar en los trabajos. Motivos de índole religiosa fueron los detonantes.
20 Responses to LOS HEBREOS, historia de un pueblo