HALPERIN DONGHI T., “La Historiografia argentina, del ochenta al centenario”; en Ensayos de historiografía, El cielo por asalto–Imago Mundi, Bs.As., 1996.
Reseña del prof. Alejandro H. Justiparán
Las tres décadas que van del coronamiento de la organización nacional al Centenario se presentan para la historiografía argentina como de avance por un camino ascendente a partir de la escuela erudita, a través de Mitre y Groussac, hasta la Nueva Escuela Histórica
… para Rómulo Carbia ese avance culmina con el descubrimiento y la aplicación de un modelo permanentemente válido de obra histórica, que la Nueva Escuela tuvo la dicha de hallar en el manual de Bernheim… esa visión no ha sido reemplazada por otra que permita organizar con igual eficacia, en torno de un motivo central, el conjunto de obras dispersas en tema e inspiración, agrupables bajo la rúbrica de historiografía argentina 1880/1910.
La heterogeneidad parece en efecto dominar ahora más claramente que en etapas previas y posteriores. Falta aún el elemento unificador que brinde una escuela histórica entendida como centro de aprendizaje emprendido en común, que será el aporte de la Nueva Escuela (en sentido literal, la primera escuela de historia que tuvo la Argentina).
(…) Mitre y López ofrecieron los términos de referencia frente a los cuales creyeron necesario definirse los historiadores argentinos. Sus propuestas alternativas eran habitualmente definidas como la de la historia erudita y la filosófica. Esa definición (…) reflejaba muy mal las diferencias esenciales entre ambos historiadores. Mitre las había señalado más certeramente cuando había observado que la inspiración de su rival era más política que filosófica: López no se resignaba a que el pasado fuese en efecto pasado, y ello explicaba, a la vez que la inmediatez y la eficacia de sus evocaciones, la falta total de perspectiva en el cuadro histórico por él trazado.
Esa identificación sin residuos entre el historiador y su héroe colectivo, la burguesía liberal de Buenos Aires, tiene otras consecuencias… Mitre subraya los peligros del empleo acrítico de la tradición oral recibida de quienes el historiador ve no como meros informantes sino como arquetipos de una edad heroica que la sórdida Argentina de 1880 es radicalmente incapaz de emular.
Ello no sólo hace de López un historiador poco confiable: le hace imposible abordar lo que para Mitre es el tema por excelencia de la historiografía nacional: el surgimiento de la nacionalidad. La creación de la República, esa hazaña inimitable de la burguesía liberal porteña, es para López más admirable en sí misma, como obra maestra de virtud política, que en su resultado, esa Argentina contemporánea que aparece como sombrío anticlímax a una edad de oro irremediablemente perdida.
Para usar el vocabulario que Carbia tomaba de Bernheim, la historia de López no era en absoluto genética. No podía serlo porque le faltaba ese optimismo en cuanto al resultado del proceso histórico que hacía digna de interés su exploración: … López no sólo dudaba de que el resultado del proceso histórico fuese valioso sino también de que se pudiera hablar de resultados, de que la historia fuese un proceso creador en el cual los hombres transforman a la realidad y se transforman a sí mismos, y no el desplegarse en el tiempo de ciertos rasgos eternos de estos hombres y esa realidad.
En la HISTORIA DE BELGRANO Mitre quiere ser todo lo que López no es. Si la historia política es colocada también en el centro de su construcción, el momento político aparece en ella como la culminación de un proceso en que una nueva sociedad primero se crea a sí misma y luego toma conciencia de sí.
Mitre da cuenta, a la vez que del pasado, del presente y del futuro. Su imagen del nacimiento de la nacionalidad no sólo integra los distintos planos de la realidad histórica en un proceso unificado en torno al ético-político; en éste es capaz de mostrar el surgimiento de la nacionalidad no como la herencia constantemente amenazada de una de las corrientes en liza, sino como el fruto de la acción de todas las que a través de sus choques cooperan en ese resultado que por otra parte las excede.
(…) para unos y para otros la visión histórica que subtendía la HISTORIA DE BELGRANO se apoyaba en una apuesta que podía darse ya por irremisiblemente perdida: la que había postulado que la Argentina hallaría modo de encuadrar su estructura política en el marco de la “democracia orgánica”, meta del vasto esfuerzo de creación de una nacionalidad y un estado cuyas primeras etapas reconstruye la obra de Mitre.
El descubrimiento de que la promesa de la era fundacional no había sido mantenida ponía en crisis también la imagen de la historia adoptada por Mitre, la que organizaba en torno al plano ético-político, en que adquieren conciencia de sí y plena eficacia transformadora las fuerzas sociales lentamente acumuladas en la etapa precursora. El papel resolutivo y acelerador de la política pasa cada vez más a segundo plano, y con ello la supremacía jerárquica de ese nivel pierde en buena medida su justificación.
(…) La obra de Mitre ofrece en efecto un ejemplo particularmente exitoso de la historiografía liberal nacionalista, expresión última de esa revolución aportada a la historiografía europea por el historicismo romántico.
Parece requerirse una disposición para rastrear relaciones entre los distintos planos de la realidad histórica, admitiendo de antemano que ellas aparecen más complejas y menos unilaterales de lo que la concepción liberal-nacionalista había supuesto.
… las opciones que adquieren significación son, por una parte, la que aspira a una historia menos centrada en lo político y ya no gobernada por el ritmo propio de los procesos políticos, y por otra, la que reclama la resolución de la historia en alguna de las nuevas ciencias sociales, o una síntesis de ellas.
Las obras que aparecen (El federalismo argentino, de Francisco Ramos Mejía, La época de Rosas, de Ernesto Quesada, la Ciudad Indiana de, Juan Agustín García o El juicio del siglo, de Joaquín V. Gonzalez) se apartan del modelo de la historia narrativa. Ese modelo había debido su vigencia al lugar central asignado a la historia política: el proceso político ofrecía el camino real que el historiador debía recorrer paso tras paso en la huella de sus héroes, y sobre todo de ese héroe colectivo que era la nación en su hacerse. Desaparecida esa imagen jerarquizada y centralizada del proceso histórico, esa pauta ordenadora tan sencilla y segura que ofrece la sucesión de hechos en el tiempo debía ser reemplazada por otras que atendiesen también a las relaciones entre los distintos niveles de la realidad histórica.