por Alejandro Héctor Justiparán
El 4 de junio de 1943 se produce un Golpe de Estado que derroca al entonces presidente Ramón Castillo. Concluía así, de manera violenta, el período de la historia argentina conocido como “Década Infame” o “Restauración conservadora”, que había tenido como punto de partida –significativamente- a otro golpe de Estado, el de 1930, y que había derrocado a Hipólito Yrigoyen. Ambos nombres caracterizan por sí solos al período en cuestión, etapa regida por el fraude electoral, la exclusión política de la mayoría de la población , hechos de corrupción en los que resultaron involucrados miembros de la dirigencia política y por un Estado “capturado” por una clase dirigente interesada en la realización de sus intereses particulares.
LA ARGENTINA PREPERONISTA Y EL GOLPE DE 1943
Actores sociales e institucionales
Hacia 1943 el clima social era de gran descontento, con una opinión pública pendiente de los acontecimientos europeos -recordemos que se estaba desarrollando la 2ª Guerra Mundial- y con un sistema político carente de legitimidad. Crisis, esta era sin dudas una de las palabras más escuchadas entonces. Crisis que se manifestaba de diferentes maneras.
a) Crisis de identidad, manifestada por una crisis de concepción de la identidad nacional, atribuida a la convergencia de dos procesos relativamente independientes el uno del otro: la pérdida del prestigio de la clase alta tradicional y, por otro lado, la exigencia de incorporación a la comunidad planteada por los estratos más bajos en rápido desarrollo.
b) Crisis de dependencia, a partir de 1930 se puso de manifiesto la otra cara de la relación de dependencia: la tendencia al abuso del poder por parte de las naciones dominantes y, para la Argentina, la necesidad de inclinarse ante sus exigencias.
c) Crisis de distribución, la creciente distancia entre el desarrollo de la Argentina y el de la potencia económica dominante, Inglaterra, se reflejó, dentro del país, en la creciente brecha entre la situación económica de los sectores ricos y la de los sectores pobres de la población.
d) Crisis de participación, el sociólogo argentino Gino Germani[1] ha propuesto una tipología de las fases históricas argentinas según la medida de la participación del grueso de la población en el proceso político. En dicha tipología, el lapso comprendido entre 1930 y 1943 está clasificado como “retroceso artificial a un sistema de participación limitada”. El grueso de la población fue excluido del acontecer político, más que nada por métodos de manipulación de las elecciones.
e) Crisis de legitimidad, ésta fue, quizás, la más importante entre las diversas crisis que se presentaron después de 1930, pues afectó al sistema político en su sustancia, en su núcleo. Lo más acertado sería definirla como la suma de las restantes crisis, referida al sistema político.
El continuismo conservador de Castillo
La actitud reformadora de Ortiz, se vio interrumpida por su enfermedad, debido a la cual tuvo que delegar el cargo en Castillo, provisionalmente en 1940 y poco después de manera definitiva. El nuevo presidente reorganizó el gabinete dándole un contenido más claramente conservador, decidido a perpetuar al partido en el gobierno a través del fraude electoral.
Mientras tanto, entre los opositores proliferaban actitudes de unidad. Una unidad Democrática entre radicales, demócrata-progresistas, socialistas y comunistas reproduciría las experiencias de los frentes populares, sobre todo vividas en Francia, España y Chile desde antes de la guerra.
Sin embargo, estas negociaciones encontraban resistencia en el sector más “intransigente” de la UCR dirigido por Amadeo Sabattini, que no deseaba diluir la unión radical. La necesidad de unidad contra lo que se veía como influencia fascista en el gobierno de Castillo se reforzó por algunas medidas de éste. Una fue el cierre del Concejo Deliberante de la Capital, por denuncias de corrupción, agregando que si en el Congreso hubiera semejantes sospechas, no vacilaría en ponerle candado también.
Pero el detonante fue la decisión, a mediados de 1943, del Partido Demócrata Nacional de nombrar candidato para las elecciones de septiembre de ese año a Robustiano Patrón Costas, un azucarero del norte, ligado a lo más tradicional y poco renovador del partido. Cuando avanzaba 1943, la oposición carecía de líderes manifiestos y de fuerza para neutralizar la “máquina electoral” oficialista. Castillo no parecía temer la interferencia militar…
El G.O.U. y el golpe del 4 de junio de 1943
Al comienzo de la década del ‘40 se había formado una logia militar secreta, especialmente difundida entre coroneles, denominada Grupo Obra de Unificación o, según otros, Grupo de Oficiales Unidos (GOU). Se trataba de un grupo con orientación nacionalista, fuertemente influido por ideas de derecha prevalecientes en ese campo intelectual en aquel entonces, y con simpatías por los países del Eje Roma-Berlín-Tokio, al que le asignaban fuertes posibilidades de ganar la guerra. Muchos de sus miembros, sin embargo, eran mas bien pragmáticos y buscaban desarrollar una política que permitiera al país asumir un rango importante en el mundo, como líder de un área económico sudamericana.
El complot pretendía, por espíritu de disciplina, llevar al poder al ministro de Guerra de Castillo, general Pedro P. Ramirez. Por otra parte marchaba un proyecto independiente, dirigido por el general Arturo Rawson. Antes la crisis desatada por la perspectiva de continuismo conservador, ambos proyectos confluyeron, y una asonada militar rápidamente derrocó al presidente el 4 de junio de 1943; sólo hubo una pequeña resistencia y una treintena de muertos.
El resultado de estos dos factores fue una situación confusa, pues asumió la primera magistratura, provisional, el general Rawson. Pero a los tres días ya había sido desplazado por Ramirez. Detrás de éste había un grupo de poder que incluía como elemento importante al coronel Juan D. Perón y otros tres o cuatro miembros del GOU.
Uno de los mitos propiciados por el propio GOU era el de considerarse los responsables del movimiento del 4 de junio. Como ejemplo, he aquí dos testimonios esclarecedores. Uno a cargo del coronel ® Domingo A. Mercante en entrevista con Félix Luna.[2]
“A fines de 1942, hacia Navidad, Perón me llamó a su oficina (…) Y me leyó algo que había escrito, de su puño y letra, sobre la necesidad de unir a los oficiales del Ejército, jerarquizar sus cuadros, infundir nuevos objetivos a las Fuerzas Armadas. Era el documento inicial del GOU (…) Esto significa la revolución, le contesté”.
El segundo testimonio está a cargo del propio Perón al mismo autor, en enero de 1969.
“Cuando vuelvo a Buenos Aires me encuentro con una serie de oficiales que me dicen: hemos escuchado sus conferencias y estamos total y absolutamente con usted. Pensamos que el proceso que usted ha descripto es indetenible y que en nuestro país estamos abocados a un nuevo fraude electoral que lo entregará a las fuerzas más regresivas. Nosotros no estamos con eso (…) Ellos me dijeron que no habían perdido el tiempo; que el Ejército estaba organizado y que podían tomar el poder en cualquier momento (…) les dije: cuidado muchachos, despacio, porque tomar el gobierno para fracasar, es mejor no tomarlo (…) Denme diez días, después nos juntamos y les doy mi parecer”.
“Hablé entonces con mucha gente. El primero, Patrón Costas (…) Le dije que en el peor de los casos no llegaría a proclamarse su candidatura y que si alcanzaba a proclamarse, de todos modos no sería presidente (…) Hablé también con los radicales, con socialistas, etc (…) lo que yo no quería era un golpe militar intrascendente (…) llamé a mis camaradas y les dije: Yo me hago cargo, pero no del golpe militar ni del gobierno que resulte, sino de la realización de la revolución de fondo que debe seguir a este golpe militar. Este golpe sólo tiene razón de ser si a continuación podemos hacer una transformación profunda que cambie toda la orientación que se ha seguido hasta hoy, que es mala.”
“Así ocurrió la revolución y yo, de acuerdo con lo que había exigido, fui designado en un puesto secundario, jefe del Estado Mayor de la Primera División, porque no quería estar en el primer plano. Y empecé a trabajar para formar un concepto, unas bases de lo que debía ser la revolución.”[3]
Los ministerios fueron ocupados por militares, casi todos del GOU, divididos entre los que eran fuertemente neutralistas (o simpatizantes del Eje) y los que preferían que el país se acercara a los Aliados. Por razones de técnica y de vinculación con el empresariado, se designó a un civil, Jorge Santamarina, en Hacienda.
Las tropas que habían salido a la calle lo habían hecho comandadas por sus jefes naturales. Esto le había dado a la revolución un carácter estrictamente castrense. Sin embargo en el espectro político los distintos partidos se mantuvieron expectantes con la idea de ubicarse provechosamente en el nuevo cuadro de situación. Los militares golpistas adquirieron para un amplio sector de la opinión pública la imagen de salvadores de la república frente a un futuro que prometía ser el continuismo del fraude conservador, de los negociados, de la venalidad de los hombres públicos. El manifiesto revolucionario prometía terminar con la corrupción y el fraude que habían “desvinculado al pueblo de la cosa pública” y Rawson denunciaba el peligro de que el comunismo ganara terreno en un país lleno de posibilidades.
Ante el hecho consumado la Suprema Corte de Justicia avaló el gobierno de facto con una acordada redactada en los mismos términos que la del año ’30.
Para comprender el marco político en el que se dieron los hechos, debe considerarse la división en las filas conservadoras en torno a más de una candidatura. Tampoco puede dejar de mencionarse la cercanía de algunos personajes del radicalismo y la tendencia natural de esta fuerza a buscar el apoyo de los hombres de armas considerados –desde tiempos de Yrigoyen– custodios de la democracia.
Varias fueron entonces las motivaciones que guiaron a este grupo de militares en la búsqueda del poder, la ruptura del continuismo conservador, del fraude patriótico, y también la lectura de una sociedad que había sufrido grandes cambios. El aumento de las masas obreras como consecuencia del proceso de industrialización, había desbordado a los dirigentes, tanto políticos como sindicales. El peligro de un giro de estos grupos hacia la izquierda también era preocupante.
Restaría saber, si como dice Perón en sus declaraciones, tenía bien en claro desde un principio cual era el camino a seguir. Si su política de seducción hacia los gremios y las mejoras que otorgará a los obreros desde la Secretaría de Trabajo son, en definitiva, muestras de una notable intuición política.
Fueron muchos los intereses que coincidieron, para que el golpe tuviera el éxito esperado. Los grupos nacionalistas, presentes en el Ejército y en la Iglesia, contaron con el tácito apoyo de todos los partidos políticos que se veían afectados por el fraude conservador. Los sindicatos, en su mayoría de tendencia socialista y comunista, aguardaban expectantes, mejoras a sus condiciones laborales, las que no podían esperar del gobierno conservador. Ya veremos que muchas de estas alianzas, tácitas algunas y concretadas otras, se modificarían en el curso de los próximos dos años.
[1] Germani, Gino (1911-1979), sociólogo italo-argentino, estudió el proceso de transformación de la sociedad tradicional a la sociedad moderna en los países latinoamericanos. Su trabajo puede dividirse en dos periodos. El primero está centrado en la epistemología y la fundamentación de la sociología. Entiende la sociología como expresión unificadora, a la manera de las ciencias positivas. La divide en tres partes: teórica, descriptiva y aplicada. El segundo, de mayor originalidad y madurez, se ocupa del análisis de los procesos de modernización. Analizó el proceso de transformación de las sociedades de América Latina, en especial los casos de Argentina y Brasil. De su amplia obra se señalan: Política y sociedad en una época de transición (1962), Sociología de la modernización (1969) y El concepto de marginalidad: significado, raíces históricas y características teóricas (1980.
[2] LUNA, FÉLIX, “El 45”, página 57.
[3] Ibídem, páginas 59 a 63.
Imágenes: PAVÓN PEREYRA, Enrique, Director, Perón, el hombre del destino. Abril, educativa y cultural, Tomo I, págs. 226, 233 y 219.
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