Finalizadas las guerras por la independencia, las naciones latinoamericanas intentaron construir un nuevo orden político, superador del régimen colonial español. De dicho proceso, se produjeron innumerables conflictos que derivaban de las diferentes interpretaciones acerca de como debian organizarse politicamente los nuevos Estados. El caudillismo y el federalismo protagonizaron este periodo, como expresión de una realidad regional y como una organización política y económica que pretendia prevalecer sobre otras. A continuación, la primera entrega de una serie de textos mediante los cuales diferentes historiadores argentinos han tratado de explicar los orígenes de ambas manifestaciones.
Se me ocurre que en la Argentina de la época que estudiamos, de definida estructura rural, sólo podía ser caudillo un hombre de campo, de a caballo naturalmente. Me refiero a un caudillo auténtico, no a un sableador vulgar, militar cesante al término de las guerras por la Independencia, que se apodera del gobierno. Metidos en la guerra civil, ¿cuál fue la base humana y económica de sus efectivos militares? Salvo en el caso de Buenos Aires que contaba con rentas pingües y que podía alistar hombres a sueldo, soldados, en una palabra, equiparlos y mantenerlos, requisar caballos y montar una imponente industria de guerra, el resto de las provincias sólo podía brindar al caudillo gobernador aquello que ofrecía la campaña, que por otra parte, era muy poco.
(…) El caudillo, bien o mal, era en gran manera la expresión de la provincia. Había surgido de una estructura en la que coincidían intereses de representantes y de representados. Aún así, Buenos Aires siempre se impuso, demostrando con ello la endeblez del federalismo provinciano. Con la Constitución, por la que legítimamente habían suspirado, las cosas no cambiaron. Cambió la metodología de apropiación del poder. (…) fueron algunos provincianos los responsables de las frustraciones del interior. Porque entiéndase bien; cuando hablamos de la oligarquía portuaria no nos referimos específicamente a los porteños, aunque, por supuesto, no los excluimos. Comprendemos en esa oligarquía a toda la graciosamente llamada elite gobernante.
La oligarquía portuaria, desde Buenos Aires, asiento de los poderes nacionales, gobernó a contrapelo de los intereses de las provincias. Pues bien, además de la serie de presidentes provincianos (…) además de los provincianos que integraron la Suprema Corte, no olvidaremos jamás que durante muchísimos años el Congreso Nacional los contó en su seno en evidente mayoría. En el Senado, sobre 30 miembros, 28 eran de provincias, y en Diputados, con unas pocas provincias unidas conseguían la mayoría. Es decir, que nunca hubiesen podido pasar una ley atentatoria contra los intereses de las provincias si sus representantes se hubieran opuesto. Y sin embargo pasaron.
Es que esos representantes (…) eran esencialmente fraudulentos. Con el peor de los fraudes, el moral. Legislaban a contrapelo de los intereses provincianos a favor de sus propios intereses y del monipodio cuyo centro directivo estaba en Buenos Aires.
Industrias que a la postre resultaban una carga nacional, sin dejar un saldo favorable a las provincias, eran generosamente subvencionadas por instituciones bancarias de la Nación con el mentido compromiso de emplear los fondos en modernizar maquinarias, por ejemplo.
(…) Con tan débiles estructuras el federalismo no podía hacer carrera. Se usó su nombre de irresistible magnetismo y se lo negó a cada momento.
(…) ante todo debe descartarse definitivamente la mal planteada cuan irreductible antinomia con que se ha pretendido entender nuestra historia. Suele aceptarse como válido el siguiente planteo: la sociedad argentina se vio dividida en porteños unitarios y provincianos federales. Si bien es cierto que poco después de la Revolución de Mayo advirtióse, en algunos lugares de lo que había sido el virreinato, junto con el pedido por parte de los pueblos de federación, una o disimulada animosidad con respecto a Bs. As., eso, con todo, no confiere validez al planteo arriba indicado.
Federales y unitarios los hubo en provincias del mismo modo que los hubo en Buenos Aires. Otro es el problema. La problemática del federalismo no había llegado aún a cristalizar en fórmulas jurídicas, ni mostrado su fresca vitalidad, cuando bajo su bandera se cobijan fuerzas que invocándolo conspiran a la postre, contra él. Más que federalismo, muestran los pueblos un fuerte y disociador localismo que no deberá confundirse con regionalismo, etapa al parecer avanzada y a la que aún no hemos arribado.[1]
Enrique M. Barba
Federalismo, Unitarismo, Rosismo.
El federalismo no nació en la República Argentina en las masas semibárbaras de las campañas, sino en las ciudades, en las comunas urbanas del territorio (…) no fue un movimiento puramente anárquico producido por las masas campesinas, ni un fenómeno de la anarquía espontánea, hija del estado de desgobierno en que cayó el país después de 1810 (…) sino el resultado de una evolución orgánica que vino operándose lentamente desde los orígenes remotos del país argentino y hecho visible en su momento oportuno (…) estuvo sujeto a principios y doctrinas tradicionales en ellas y que no sólo constituían el fondo del derecho constitucional español sino que se basaron en la estructura íntima del país argentino.
… La doctrina de Moreno era una doctrina española. Enviada por él contra la Regencia de España e Indias, fue invocada por los pueblos del virreinato contra la Junta de Buenos Aires y contra las ciudades capitales de sus respectivas provincias. Roto el vínculo con el Rey de España, las ciudades (los pueblos según el lenguaje político de la época) reasumieron su independencia y los Cabildos que según la doctrina tradicional representaban la soberanía popular asumieron el gobierno delas ciudades. He aquí la doctrina de la federación argentina que era rigurosamente lógica y perfectamente deducida de los principios recibidos.[2]
Francisco Ramos Mejía
El federalismo argentino, Bs. As., “La cultura Argentina”, 1915.
(…) El principal aspecto de nuestras querellas intestinas fue el reparto entre los vencedores del rebaño del vencido, y atribuye un sentido preciso al pacto secreto que terminó la guerra entre Santa Fe y Buenos Aires el 24 de noviembre de 1820, mediante la entrega de 25.000 cabezas de ganado. Frente al lema la pampa y las vacas para todos, álzose el derecho de propiedad.
La política aduanera de Buenos Aires y la acumulación de poder, riqueza y población determinaron, según Alvarez, un crecimiento desigual en detrimento del resto del país que originó los reclamos de provincias y formulaciones de tipo federal.
Juan Alvarez
Las guerras civiles argentinas, Bs. As., “La Facultad”, 1936.
“Todas las cuestiones de organización nacional serán consideradas del punto de vista del derecho público federativo. El federalismo es la base natural del derecho público federativo. El federalismo es la base natural de la reorganización del país. Todos los antecedentes constitucionales del país son federales. Todas las cuestiones económicas tales como la navegación de los ríos, sistemas de aduanas, percepción de la renta, etc., no son otras cosa que cuestiones federales que deben resolverse por el mismo sistema que las ha hecho surgir. La República Argentina salvada por el federalismo debe constituirse federativamente. Restablecer el pacto federal desnaturalizado; dar a cada localidad lo que le corresponde; conciliar los intereses de todas y cada una y constituir por medio de una gran nación en que se combine la independencia de las distintas partes que la componen, por la mayor suma de libertad y poder posible: tal es la grande obra que debemos propender”.
Bartolomé Mitre
Profesión de fe, “Los debates”, año I, Nº 1, Bs. As., 1/4/1852.
[1] BARBA, Enrique. Unitarismo, Federalismo, Rosismo. Página 19.
[2] Con distintos argumentos Levene y Zorraquin han impugnado la tesis de Ramos Mejía. Es el mismo autor quien se contradice cuando más tarde afirma que: las comunas argentinas eran débiles por la escasa importancia numérica de la población y sobre todo, por la falta de una clase dirigente rica, ilustrada y poderosa. Debido a esas causas no pudieron contrarrestar los efectos inevitables de la guerra de la Independencia que las postró, ni sobreponerse a la ambición de los caudillos que bastardearon la índole eminentemente orgánica del movimiento que habían iniciado y que redujeron la doctrina comunal a un particularismo inilustrado, estrecho y sin horizontes.
Ramos Mejía se apega a fórmulas institucionales, legales o constitucionales para interpretar el federalismo