Finalizadas las guerras por la independencia, las naciones latinoamericanas intentaron construir un nuevo orden político, superador del régimen colonial español. De dicho proceso, se produjeron innumerables conflictos que derivaban de las diferentes interpretaciones acerca de como debian organizarse politicamente los nuevos Estados. El caudillismo y el federalismo protagonizaron este periodo, como expresión de una realidad regional y como una organización política y económica que pretendia prevalecer sobre otras. A continuación, la segunda entrega de una serie de textos mediante los cuales diferentes historiadores argentinos han tratado de explicar los orígenes de ambas manifestaciones.
Los orígenes de nuestro federalismo político deben buscarse, dice Levene, en la lucha de los Cabildos[1] entre sí, para conquistar una situación de igualdad política, y en la lucha de las provincias contra la política centralista de Bs. As. Naturalmente que algo más que una disputa de tipo doctrinario: era una lucha en torno a intereses materiales de carácter económico.
RICARDO LEVENE, Los primeros documentos de nuestro federalismo político. En Humanidades, XXIII, La Plata, 1933.
¿Cuáles son las verdaderas causas del Federalismo? ¿Por qué razones las catorce ciudades que componían la república adoptaron la forma federal para constituirse? Es necesario tomar como punto de partida la existencia de las ciudades, porque son los núcleos que dan origen a las provincias, y porque las zonas rurales adyacentes dependían de ellas como lo accesorio de lo principal. Su aislamiento relativo y el espíritu particularista de sus poblaciones les impiden constituir grupos afines animados de idénticos sentimientos o intereses, dando origen a un localismo municipal que no excluye una organización centralista como la del virreinato.
ZORRAQUIN BECU, RICARDO, El federalismo argentino, Buenos Aires, “La Facultad”, 1939.
¿Qué es nuestro federalismo? “En 1816 nadie se acordaba del sistema republicano federal, porque todas las provincias estaban en tal estado de pobreza, de ignorancia y de desunión entre sí, y todas juntas profesaban tal odio a Bs. As. que era como hablar de una quimera el discurrir sobre el establecimiento de un sistema federal” (…) “las gentes que discurrían opinaban a favor de la monarquía constitucional (…) más que odio a Bs. As. había espíritu de desunión en cada pueblo respecto de los demás, un egoísmo, el más completo para no contribuir a la guerra y sostén de nuestra independencia, que todas querían se hiciese en contra de Bs. As. y al efecto era que todos pedían Congreso General”.
… “El grito de federación, empezó a resonar en las provincias interiores a consecuencia de la reforma luterana que emprendió don Bernardino Rivadavia en la administración de Rodríguez en 1822 y el establecimiento del Banco Nacional, en 1826, hizo que fuese más reforzado; porque al ver lo que pasaba en Bs. As. no querían reforma, ni banco, y porque ya entonces cada pueblo tenía su corifeo, que aspiraba a ser un Reyezuelo de por vida en el país que gobernaba”.[2]
TOMÁS MANUEL ANCHORENA, Carta a Rosas del 4/12/1846.
Las palabras de Anchorena muestran un deliberado y desdeñoso olvido. Es el que se refiere al pensamiento federal de Artigas, fieramente combatido por la oligarquía conservadora de Bs. As. a la que nuestro personaje pertenecía. Artigas pedía en 1813, en las instrucciones dadas a los diputados orientales a la Asamblea de ese año, que no se admitiese “otro sistema que el de la confederación para el pacto recíproco con las provincias que formen nuestro Estado”, promoviendo “la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”, y todo ello sobre la base de la declaración de la independencia. Los tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial “jamás podrán estar unidos entre sí”; “el gobierno supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al gobierno de cada provincia”. “Esta provincia –la del Uruguay- por la presente entra en una firme liga de amistad con cada una de las otras para su defensa común no pudiendo ponerse tasa o derecho sobre los artículos exportados de una provincia a otra ni que ninguna preferencia se dé por cualquiera regulación de comercio o renta en los puertos de una provincia sobre los de otra”. “Esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso”.
En pocas palabras estaban dadas las bases que podían ser el sostén de nuestro federalismo. Más tarde en el Congreso Constituyente de 1853, fueron aceptadas e incorporadas a la Constitución.[3]
… Creado el Directorio, a principios de 1814, con Posadas a la cabeza, la reacción federal contra el gobierno de Bs. As. surge dentro de la propia provincia. La oposición porteña contra el Directorio lleva a la renuncia de Posadas y al nombramiento de Alvear, huérfano de todo apoyo y teniendo en su contra al ejército de Perú y a Artigas. En lo que se refiere al ámbito nacional estaban contra Bs. As. las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Córdoba y Misiones se hallaban bajo la dirección de Artigas e hicieron de la palabra federación la consigna de guerra contra la ciudad del puerto. Artigas, que había ocupado Santa Fe, se dispuso a marchar contra Bs. As., Alvear mandó tropas para que le cerraran el paso, pero en Fontezuelas, el 3 de abril de 1815, se sublevó el coronel Ignacio Alvarez Thomas. El 15, en Bs. As., el Cabildo se colocó al frente de la Revolución, depuso a Alvear y disolvió la Asamblea. La revolución además de popular era federal.
(…) a pesar del proclamado federalismo porteño, las provincias, insisto, no mudaron su actitud con respecto a Bs. As (…) no acababa de triunfar la revolución federal de 1815 cuando se pusieron de manifiesto las hondas divergencias que se agitaban dentro del partido vencedor (…) fue precisamente allí donde se incubó la reacción unitaria alimentada por personajes, algunos de ellos de una futura y manifiesta actuación federal rosista. Para frenar la autoridad del director (Rondeau), fue creada la Junta de Observación (…) cuya designación por la provincia de Bs. As., sin intervención del resto del país, daba por resultado un engendro monstruoso. Un poder nacional, el Directorio, en rehenes de un sector de los porteños. La Junta redactó el Estatuto provincial de 1815, que según Ravignani “nace de una agitación federal y sin embargo es unitario”. Pronto se diseñan dos tendencias: por un lado Dorrego, Agrelo, Soler; por el otro, Anchorena, Arana. Los primeros, federales, los otros centralistas, unitarios en el fondo. En 1816, en momentos en que más arreciaba el movimiento federalista en Bs. As., antes de llegar Pueyrredón a la ciudad y desempeñando Antonio González Balcarce el cargo de Director Interino, la Junta de Observación se pronunció contra éste que encarnaba el espíritu federal provincialista.
El grupo que con el tiempo llegaría a ser el federalismo porteño rosista, que se apodera en este instante de la conducción del partido, era monárquico y fuertemente centralista. Brindó todo su apoyo al Congreso de Tucumán y al Director Pueyrredón. Conviene precisar los términos. Los federales porteños en 1816 se hacen unitarios. Sólo Dorrego, Manuel Moreno y Agrelo, y algunos otros, siguen siendo federales y lo mismo que Estanislao López y Artigas dirigen su política contra el Congreso y Pueyrredón (…) La Constitución unitaria de 1819, dada por los directoriales centralistas, fue rechazada por las provincias y desató la guerra civil, después de haber renunciado Pueyrredón como Director. Comenzaba la llamada Anarquía del año 20.[4]
… Sólo el provincionalismo de Dorrego, que por otra parte jamás se olvidaba de que era porteño; su franca posición republicana y el común anhelo de constituir el país bajo el sistema federal, era lo único que los provincianos encontraban en Bs. As. coincidente con sus aspiraciones e intereses. Y en esto nos vemos frente a otra permanente histórica solamente discutida por quienes se vendan los ojos y se tapan los oídos cuando comienzan a estudiar el problema. Todas las provincias, todos los caudillos expresaron, unos en forma más explícita que otros, su voluntad de constituir el país. Sólo Bs. As. se oponía al voto general de las provincias y de los caudillos. O daba Constitución unitaria o no accedía a que se convocase a Congreso general constituyente. Cuando negaban empleaban los mismos y falsos argumentos: la pobreza de las provincias, y aquí lo extremos se tocaban; iban de la mano Rivadavia y Rosas.
… Naturalmente que no movía a las provincias y a los caudillos un prurito formalista y académico. No eran constitucionalistas porque los dominara una irresistible vocación por el derecho. Creían ver en la Constitución el instrumento hábil que creando instituciones y poderes, desligando jurisdicciones, precisando lo que pertenecía a la Nación y lo que correspondía a las provincias, pudiera frenar los arrestos de Bs. As.[5]
… Y si en un momento es Rivadavia quien priva de recursos a las provincias quitándole a éstas sus aduanas internacionales y si en otro es Rosas quien desenvuelve idéntica política, lo que menos importa es la desastrada conducción de ambos en cuanto a lo que se refiere a los intereses nacionales. Lo que me preocupa consignar es que los dos servían admirablemente los intereses porteños.
… Al estudiar las reiteradas quejas y reclamaciones de las provincias en punto a cuestiones económicas o a la organización del país, observamos dos cosas que a mi entender se plantean claramente. Las cuestiones económicas mal resueltas, herencia de la etapa colonial. La Constitución, el provincionalismo y el federalismo están imbricados (…) era lógico que frente al desbordante centralismo porteño, los intereses del interior no contemplados o peor aún, contrariados, se produjera la dispersión. Era la forma natural de expresarse. Las provincias van a la diáspora a que han sido provocadas. Pero en la dispersión las alienta el fuego sagrado de la nacionalidad. Se agudiza el espíritu provinciano al mismo tiempo que se protesta la necesidad urgente de constituirse. La palabra Constitución entraña un desafío y una defensa. Hay que imponer la ley a Bs. As. para que dentro de ella se garanticen los derechos de las provincias.
Era también lógico que temiendo al centralismo porteño temieran mucho más el que derivase de una monarquía a la que Buenos Aires, centro indiscutido de las luces en lo que a Ilustración libresca y universitaria se refiere, suministraría los hombres que debían apuntalar el régimen. Y no por instinto, con decisión razonada se volcaron a favor de la forma republicana. Las situaciones e ideas planteadas por las provincias frente a las ofrecidas por Bs. As., ¿ se ajustaban o no a la realidad nacional? Resueltos los problemas de acuerdo al pensar provinciano, ¿se beneficiaba o no el país? Tomado en su conjunto en su aspecto teórico o doctrinario, mi respuesta a las dos preguntas es afirmativa.
… Estudiada la situación particular de cada provincia, no hace falta tener vista de águila para advertir, de primeras, que hablar de igualdad frente a Bs. As. era un absurdo. Provincias, algunas sumidas en la inopia, que pedían congreso y no podían pagar sus diputados…
… los únicos verdaderamente auténticos parecían ser Rivadavia y Rosas. El primero intentaba hacer un federalismo bajo el régimen de unidad; el segundo, logró consolidar el unitarismo bajo la ficción federal. En última instancia dos porteños, que impusieron la política del puerto.
… Satisfacer los deseos provincianos hubiese significado liquidar a Bs. As. que no renunciaría y era lógico a las ventajas que debía a su posición geográfica (…) para integrarse el país, desde el punto de vista provinciano, solo cabía esta disyuntiva: renunciamiento de Bs. As. o revolución. Lo primero era absurdo pensarlo; lo segundo, cuando las provincias parecían estar en condiciones de hacerla habían llegado a tal extremo de postración (Cepeda, 1/2/1820) que Bs. As. compró la paz con unas vacas, realizando una operación más económica que la guerra y más eficaz que ésta. Lograba con ello neutralizar a López, desbaratando el plan de Bustos, de Córdoba, de quitar a Bs. As. el centro de dirección de la cosa nacional. Los directoriales, más fuertes que nunca, eligieron gobernador frente a Dorrego y con el apoyo de Rosas, al unitario Martín Rodríguez (…) alguna explicación había que dar, que era imprudente e impolítico elegir al popular caudillo, después de su reciente derrota frente a López en Gamonal. Lo que no dijeron es que ellos mismos prepararon la derrota de Dorrego abandonándolo, ¡cuando no!, Rosas y Rodríguez, que intempestivamente se retiraron con sus efectivos de acuerdo con López, en momentos antes de librarse la batalla.
Enrique M. Barba, Unitarismo, Federalismo, Rosismo.
[1] Los documentos a los que él alude se refieren a los orígenes más remotos de nuestro federalismo. Es la etapa disgregadora o localista. (Enrique Barba, Op. Cit. pág. 13.)
[2] Para Enrique Barba, Anchorena era uno de los hombres más cultos de su época y de probada honradez, vivía cerradamente dentro de un sistema de ideas al que sirvió con tozuda fidelidad. Porteño a ultranza, toleraba a los provincianos hasta donde lo exigía la buena educación y los modales. BARBA, Enrique. Op. Cit. Pág. 20.
[3] Barba, Enrique M. Op. Cit. Pág. 23
[4] BARBA, Enrique. Op. Cit. Pág. 28 a 30.
[5] BARBA, Enrique. Op. Cit. Pág 32.
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