Un diccionario publicado por la Universidad Nacional de General Sarmiento reseña 1.300 neologismos aparecidos en la prensa nacional entre 2003 y 2005. Abundan los vocablos referidos a la economía y a los derechos humanos. Su análisis permite leer los cambios sociales, las tensiones políticas y las modas que atravesaron el país en los últimos años.
Diego Rosemberg
Periodista.
© LMD ed. Cono Sur
“El trabajo revela la sociedad post crisis”, define Andreína Adelstein, coautora de 1.300 neologismos en la prensa argentina, junto a Inés Kuguel y Gabriela Resnik (1).
La cantidad de nuevos términos económicos que se incluyeron en del lenguaje cotidiano habla de la importancia que tuvieron las finanzas en todos estos años. “Riesgo país”, “default”, “megacanje”, “tercerización”, “formador de precios”, “base monetaria”, “cuasimoneda”, “off shore, “holdout”, son apenas un puñado de ejemplos que se suman a otros preexistentes pero que las investigadoras consideran también neologismos por no haber sido incluidos en ningún tipo de diccionario de español o de argentinismos hasta esta publicación, como son los casos de “hiperinflación”, “deuda externa”, “convertibilidad” o “microcrédito”.
Campo de disputa ideológica
Muchas de estas nuevas palabras o expresiones no fueron acuñadas por los propios periodistas, sino absorbidas sin filtros del lenguaje utilizado por sus fuentes. Y, se sabe, las fuentes siempre son interesadas: intentan seducir a la prensa con sus relatos de los hechos para que los medios instalen en la opinión pública sus puntos de vista sobre la realidad. “Cuando consultamos a algunos economistas para que nos especifiquen las definiciones de estos neologismos, nos comentaban que la primera vez que los habían visto no era en los diarios, sino en los documentos que hacían circular los organismos internacionales para sugerir las políticas que se debían aplicar en el país”, señala Kuguel.
No parece casual, entonces, que las investigadoras hayan descubierto que buena parte de estos términos connotan pesimismo y sensaciones de temor. En su última visita a Argentina, la periodista canadiense Naomi Klein manifestó que el ex ministro de Economía Domingo Cavallo le había admitido en una entrevista que a los capitalistas les entusiasma que la población tenga miedo en situaciones de crisis porque pueden avanzar más fácilmente con sus programas y sacar mayores ventajas.
El contagio del habla social con la jerga económica llegó al contrasentido de definir como un “banco de alimentos” a un proyecto solidario que recibe donaciones de comida para distribuirlas en zonas carenciadas. ¿Existe alguna institución menos solidaria que esas entidades financieras a las que se llama “banco”?
El lenguaje es un campo más –aunque no menor– de disputa ideológica. Por eso, en algunos casos aparecieron dos neologismos diferentes para designar a una misma situación. El ejemplo más claro tal vez sea el de “capitales golondrina” o “fondos buitre”, según se quiso connotar de manera positiva o negativa a los capitales invertidos de manera especulativa y por breves lapsos en la economía de un país.
El uso sutil de las palabras para fijar posición sin que la opinión quede expuesta de manera explícita no es un recurso novedoso en la prensa argentina. Desde los años ’80, por ejemplo, en la mayoría de las crónicas sobre conflictos gremiales suele expresarse que los trabajadores “acatan” las medidas de fuerza, utilizando para informar un verbo que connota sumisión a una orden de la autoridad. Rara vez, en cambio, los periodistas hablan de “adhesión” a los paros sindicales, expresión que significaría que los trabajadores se suman y participan de manera voluntaria en las huelgas.
Uno de los neologismos que aparece en el trabajo publicado por la Universidad de General Sarmiento sirve de ejemplo para mostrar cómo las nuevas construcciones muchas veces pretenden guiar las lecturas. Los medios de comunicación utilizan con frecuencia el neologismo “globalifóbico” para referirse a los militantes que tienen una posición ideológica contraria a la actual globalización. El nuevo vocablo asocia a estas personas con una fobia que, como indica el diccionario, es un temor irracional. De esta forma, sus acciones no pertenecerían al universo de la política sino al de la salud mental.
“Sería bueno saber con qué grado de conciencia se utilizan estos términos. En medio del conflicto del campo escuchaba decir ‘piquetero rural’ o ‘golpismo’ y yo me preguntaba si los periodistas estaban diciendo lo que realmente querían decir. Por momentos la sensación es que cualquiera dice cualquier cosa y a quien trabaja con la palabra como materia prima se le podría exigir mayor responsabilidad”, opina Adelstein.
En el reciente conflicto desatado por la implementación de las retenciones móviles resultó interesante analizar cómo algunos medios fijaban posición utilizando la palabra “paro” o la expresión “lock out”, según editorializaban a favor de los ruralistas o del gobierno respectivamente. También fue sustancioso observar cómo comenzó a expandirse el neologismo “agronegocio”. Hasta hace unos años, los economistas argentinos hablaban de “agricultura” para designar a una rama de la economía que –sin desconocer la disputa de intereses que allí se daba– aún conservaba algún apego a los modos de vida y las costumbres regionales. Los organismos oficiales, sean ministerios o secretarías, todavía utilizan ese vocablo en su propia denominación. En cambio, el neologismo “agronegocio”, un término que fue propalado con admiración por los suplementos rurales de los diarios, parece ostentar atributos positivos de modernidad y encripta en su connotación una forma de explotación rural que incluye a los fondos de inversión (buitres o golondrinas, según quien los mire), los “pools” de siembra, los fideicomisos y las semillas trangénicas.
Uso acrítico del lenguaje
La creación de eufemismos es otra de las técnicas habituales que se utilizan para generar corrientes favorables de opinión o, al menos, para evitar las negativas. Así nació en el Departamento de Estado estadounidense la expresión “daños colaterales”, con la intención de evitar mencionar a las inexplicables muertes de civiles ocasionadas por las operaciones bélicas. En Argentina y América Latina es posible rastrear el mismo mecanismo en la expresión “flexibilización laboral”, un neologismo que generó interesantes tensiones de sentido. Al principio fue difundido desde esferas gubernamentales como un eufemismo que permitía disimular que la nueva legislación del trabajo no significaba otra cosa que la precarización y la anulación de históricos derechos adquiridos por los trabajadores. Pero más tarde, el uso corriente terminó por darle a la expresión una valoración negativa cuando la realidad se encargó de despejar todo tipo de dudas sobre qué consecuencias trajo aparejada la puesta en práctica de la normativa.
Fue un periodista deportivo, Ezequiel Fernández Moores, quien en plena crisis de 2001 pudo tomar distancia sobre el trabajo de sus colegas y describir con lucidez el uso de los eufemismos y la incorporación acrítica del lenguaje de las fuentes: “Es notable como en los medios de comunicación –señaló Moores en una charla pública– se incorpora dócilmente un tipo determinado de lenguaje: podemos decir con facilidad que los pobres saquean supermercados pero no que los bancos saquean ahorros. Al saqueo de los bancos lo llamamos corralito”.
El diccionario 1.300 neologismos en la prensa argentina no se propuso como un trabajo exhaustivo, se realizó tomando un muestreo azaroso sobre tres decenas de ejemplares del diario Clarín y otras tantas del diario La Nación, por lo que se presume que la cantidad de nuevos términos es aun mucho mayor. “Elegimos analizar los neologismos del periodismo porque hoy usa un lenguaje muy cotidiano, está en un punto intermedio entre lo coloquial y lo técnico, sin llegar a ser excesivamente jergático”, explica Adelstein que, junto a Kuguel, ahora trabajan en una investigación más abarcativa sobre la terminología que los argentinos emplearon en los últimos 25 años.
Recuperación democrática
Dentro del vocabulario surgido desde que se recuperó la democracia, las especialistas encontraron que en el área de derechos humanos se registran numerosas resemantizaciones, es decir viejas palabras que cobran nuevos significados. Tal es el caso de “madres”, “abuelas”, “hijos”, “hermanos” o “desaparecido”. También nacieron palabras para designar situaciones hasta el momento inexistentes, como es el caso de “escrache”, la manera que la población inventó para condenar socialmente a los represores de la última dictadura mientras la condena judicial era inexistente. “Muchas veces el periodista crea palabras para generar nuevos sentidos o para condensar gran cantidad de información en poco espacio. En ese sentido, el caso más paradigmático de estos tiempos tal vez sea el término ‘K’: ‘radical k’, ‘transversal k’, ‘estilo k’, ‘modelo k’”, grafica Kuguel.
Asimismo, las dimensiones de la crisis del 2001 fueron directamente proporcionales a la impronta que ésta marcó en la lengua. Por ejemplo, cuando se hizo necesario designar nuevas formas de protesta nació –entre otros– el término “acampe”, ya no para definir una actividad de campamento sino para referirse a las manifestaciones en espacios públicos que incluyen las instalaciones de carpas. Las ingeniosas ocupaciones que surgieron para combatir los récord de desocupación también necesitaron de nuevas palabras. De pronto, los medios de comunicación comenzaron a hablar de “cuidacoches”, “paseaperros”, “limpiavidrios” o “cartonear”. Y el debate que al mismo tiempo se desató sobre la seguridad dejó sus huellas con novedosas expresiones como “gatillo fácil” o “meter bala”, según se denunciara o se fomentara el abuso de armas de la policía. Un repaso agudo por cada una de estas novedosas expresiones permite advertir rápidamente por qué caminos transita Argentina.
1 1.300 neologismos en la prensa argentina, Universidad General San Martín, Buenos Aires, mayo de 2008, 208 páginas, 18 pesos.
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