La antropología filosófica, se sirve de datos proporcionados por los estudios antropológicos no filosóficos para buscar la “esencia” del hombre, para determinar en que consiste la especificidad del ser humano en un mundo que comparte con otros seres vivientes y que el ser humano transforma y modifica.
Para algunos filósofos, las diferencias entre los seres humanos y los animales son de grado y no de esencia. La comunicación, la construcción de instrumentos, la organización en formas sociales, se encuentran presentes también en otros animales aunque de un modo menos evolucionado.
Para otros existe una esencia que distingue al ser humano; es decir, existe algo que poseen los seres humanos y que los animales no poseen. Quienes piensan así proponen, cada uno según su posición, diversas definiciones: el hombre es el animal racional o el animal técnico o el animal parlante o el animal simbólico o el animal político.
A continuación sintetizo el pensamiento de alguno de ellos:
San Agustín[1]: La razón es un instrumento valioso para conocer la verdad pero sólo si es guiada por la fe. La razón sin la fe es ciega y nos puede llevar por caminos equivocados. La fe no puede ser probada por medio de la razón, pues es ella quien ilumina a la razón. Por la fe podemos comprender la realidad. A través del entendimiento comprendemos lo justo y lo injusto, distinguimos lo verdadero y falso. Los animales carecen de esa facultad. “No te diferencias del animal más que por el entendimiento; no te envanezcas de otra cosa. ¿Presumes de fuerza? Te vencen las bestias ¿Presumes de velocidad? Te vencen las moscas ¿Presumes de hermosura? ¿Cuánta belleza hay en las plumas del pavo real? ¿Por qué eres entonces mejor? Por la imagen de Dios. ¿Dónde está la imagen de Dios? En la mente, en el entendimiento.”[2]
Blaise Pascal (1623/1662): “Puedo concebir perfectamente a un hombre sin manos, sin pies (…) pero no puedo concebir al hombre sin pensamiento. Sería una piedra o un animal.”
Cuando Pascal se refiere al pensamiento no se refiere sólo a la razón, porque la razón tiene límites que deben ser aceptados. La fe no puede ser explicada. El ser humano no sólo comprende la realidad a través de la razón, también la comprende a través del sentimiento y la fe. En Pascal, la ciencia y la religión conviven armónicamente pues se ocupan de ámbitos diferentes. Como San Agustín, Pascal encuentra que la razón tiene límites que deben ser aceptados. Hay aspectos de la realidad a los que la razón no tiene acceso. Pascal es creyente y entiende que la fe no puede ser explicada. “El corazón tiene razones que la razón no comprende”, afirma. El ser humano no sólo comprende la realidad a través de la razón, también la comprende a través del corazón, a través del sentimiento y la fe. En Pascal, la ciencia y la religión conviven armónicamente pues se ocupan de ámbitos diferentes.
“¿Qué es el hombre respecto del infinito?”. Para Pascal, la grandeza del hombre consiste en la conciencia de su pequeñez. El ser humano es pequeño, es miserable, pero es grande por saberse pequeño y miserable.
Francisco Bertelloni:[3] Dentro de la filosofía cristiana, la persona se define por su carácter irrepetible y unitario. Por una parte, el cristianismo se opone a cualquier intento de diluir el destino último de la persona en una suerte de destino colectivo o común. Por la otra, se opone al dualismo. El hombre no es un alma que usa un cuerpo. Cuerpo y alma no son sustancias yuxtapuestas, sino que constituyen una realidad unitaria: esa unidad es la persona. El alma no puede existir sin el cuerpo y el cuerpo no puede vivir sin el alma. Cuando el hombre muere el alma se separa del cuerpo; pero esa existencia transitoria separada es considerada como “antinatural”, pues el cristianismo sostiene que el alma volverá a su estado natural de unidad con el cuerpo en la resurrección de la vida futura. Una concepción fundamental del cristianismo es que la vida futura no consiste ni en un alma separada, “flotante”, ni en un espíritu común a todos los hombres, sino en la resurrección del cuerpo unido al alma y en la vida individual. Por eso, la antropología cristiana insiste en el carácter unitario y personal de esa unidad.
Santo Tomás de Aquino insistió en que, al morir el hombre, el alma no muere con él; porque el alma no sólo vivifica el cuerpo como forma de cuerpo, sino que también es capaz de vivir sola: es forma del cuerpo y al mismo tiempo es sustancia. Es como si comparáramos el alma con el navegante y al cuerpo con el barco. Cuando el navegante navega en su barco es como el alma que está en su cuerpo, pero cuando el navegante no está en su barco, sigue siendo navegante: naute sine navio. Sin embargo, lo propio del alma, como lo propio del navegante, es estar en su barco, que es el cuerpo.
San Pablo inaugura la idea de que el hombre es una unidad de tres elementos, no de dos: el cuerpo, el alma y el espíritu. El alma es el lugar en el que se da el conflicto entre las pasiones y la vida recta. El alma, que sabe y quiere, sabe lo que debe hacer, pero sola no puede. Su voluntad es débil, insiste Pablo. Tampoco es principio de verdadera vida. Recién el espíritu es principio de inmortalidad, es lo que mantiene el vínculo entre el hombre y Dios y ese vínculo hace posible –no necesaria- la resolución de los conflictos del alma y la inmortalidad humana. El hombre se vincula a Dios a través del espíritu. Pablo parece estar diciendo que el hombre tiene un plus respecto del resto de la creación: ese plus es el espíritu.
La dignidad personal está vinculada con el carácter irrepetible del ser humano como persona. La teología cristiana habla de cada hombre como irrepetible. Para ello se apoya en un hecho absolutamente excepcional: el hecho de que Dios se hizo hombre y de que hizo a cada hombre. El hombre tiene su origen en Dios y tiene su fin en Dios, es decir, en la eternidad. El hecho de que Dios se hizo hombre es un acontecimiento único, es una ruptura del orden natural. Esta idea de lo irrepetible y excepcional está en la raíz del cristianismo, porque es irrepetible el hecho de que Dios se haya humanizado.
Ricardo Maliandi[4]: Sostiene que el hombre se define fundamentalmente por su capacidad técnica y que esta capacidad ha servido a la especie humana para compensar sus debilidades biológicas. No posee medios defensivos ni ofensivos naturales: no tiene grandes colmillos, ni cuernos ni garras, ni caparazón, ni escamas. Es un ser relativamente pequeño, comparado con otros animales y su fuerza es inferior. Otros animales también poseen fenómenos técnicos, pero los prodigios humanos no se asemejan en nada a ellos: desde encender y mantener encendido el fuego, pasando por el cuchillo, la rueda, la agricultura, el motor de explosión, hasta llegar a los satélites, las naves espaciales, las computadoras. El hombre posee una capacidad natural: su capacidad técnica.
Es cierto que existen otros animales en los que se puede apreciar complejos fenómenos técnicos. Las colmenas y los hormigueros ofrecen testimonio de la técnica natural y parecen decir que no es algo restringido al hombre. Pero hay prodigios humanos que no se asemejan en nada a las técnicas animales: desde encender y mantener encendido el fuego, pasando por el cuchillo, la rueda, la agricultura, el motor de explosión, hasta llegar a los satélites, las naves espaciales, las computadoras. Según Maliandi, “ la naturaleza parece haber fallado e intentado reparar el defecto otorgando a esa defectuosa criatura la conciencia de ello. Esa conciencia permite superar ese defecto.”
El hombre es débil, pero gracias a la conciencia de su debilidad, a la conciencia de sus límites, logra desarrollar una capacidad extraordinaria para sobrevivir. De este modo, el ser humano produce lo que es “mas que naturaleza”: produce la cultura. Las debilidades humanas son naturales pero la compensación es artificial, es el producto del ingenio, es cultural. El hombre posee una capacidad natural: su capacidad técnica. Pero los productos que surgen del uso de esa capacidad ya no son naturales. Esos productos son culturales.
Fernando Savater[5], señala que la conciencia de la muerte es lo que distingue al hombre de los demás animales. Sólo los seres humanos son mortales pues son los únicos que saben que van a morir. Ser mortal, es saberse mortal. La muerte no es algo que se encuentra solamente en el futuro, sino que es algo que nos preocupa y que está presente en nuestros días. Y porque nos sabemos mortales nuestras vidas son esencialmente diferentes de las vidas que desarrollan otros seres. Porque sabemos que vamos a morir, sabemos también que estamos vivos. Las plantas y los animales no están vivos en el mismo sentido en el que lo estamos nosotros. Nosotros no sólo vivimos, además pensamos en cómo nos conviene vivir. Pensamos en nuestra vida porque la certeza de la muerte es lo que hace que la vida sea tan importante. “Todas las tareas y empeños en nuestras vidas son formas de resistencia ante la muerte, que sabemos ineluctable. Es la conciencia de la muerte la que convierte a la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro precioso por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar”.
Ernst Cassirer: “Vivimos más, mucho mas en nuestras dudas y temores, en nuestras ansiedades y esperanzas por el futuro que en nuestros recuerdos o en nuestras experiencias presentes. A primera vista, se podría considerar una ventaja bastante dudosa, pues se introduce en la vida un elemento de incertidumbre que es ajeno a todas las demás criaturas. Parece que el hombre sería mas prudente y feliz si pudiera prescindir de esa idea fantástica, de ese espejismo del futuro (…) La religión aconseja al hombre que no tema al día que ha de venir y la sabiduría humana le advierte que goce el día que pasa sin cuidarse del futuro (…) Pero el hombre jamás puede seguir ese consejo. Pensar en el futuro y vivir en él constituye una
parte necesaria de su naturaleza[6].”. Sostiene que lo más característico de la conciencia humana es la dimensión del futuro. En nuestra conciencia del tiempo, el futuro constituye un elemento indispensable. Porque nos sabemos mortales nuestras vidas son esencialmente diferentes de las vidas que desarrollan otros seres. Porque sabemos que vamos a morir, sabemos también que estamos vivos. Esto no significa que pensemos todo el tiempo en la muerte, pero el saber que somos mortales nos hace interesarnos por nuestras vidas y por las vidas de nuestros semejantes. La conciencia de que nuestra vida es limitada es el motor de nuestros proyectos y de nuestros afectos.
Un chimpancé se aleja de su grupo, descubre un peligro y encuentra la conducta apropiada para librarse de él. A su regreso, no podrá informar a sus congéneres del peligro ni de la conducta adecuada para hacerle frente.
Un antílope vigila al rebaño y alerta a los demás acerca de la presencia de un león. Pero no puede comunicar algo sobre el león en su ausencia. Ni puede “gastarles una broma” a los suyos, comunicándoles la presencia del león cuando este no se encuentra en el lugar.
Cassirer, en 1945, propuso además definir al hombre como un “animal simbólico”. Sabido es que todos los animales tienen un sistema “receptor” y un sistema “efector”, según el cual todos los organismos reaccionan ante estímulos externos[7]. Según Cassirer, el ser humano interpone entre el estímulo y la respuesta el pensamiento. Por esta razón, la reacción no es inmediata sino que es demorada y da lugar a diferentes respuestas en diferentes individuos. En el ser humano aparece un tercer sistema que se ubica entre el sistema receptor y el sistema efector: el “sistema simbólico”.
Todo lo que el hombre percibe es interpretado a través de los símbolos propios de su cultura, gracias al lenguaje.[8] Cada uno ve la realidad desde su perspectiva, que está vinculada a la cultura a la que pertenece. Por supuesto, individuos de una misma cultura tienen visiones distintas, y hasta opuestas. Sin embargo, esas visiones tienen un marco en común: el de la sociedad en que viven. Así es que, la relación del hombre con la realidad nunca es directa, siempre está mediatizada por el sistema simbólico. El hombre necesita de ese medio artificial para conocer la realidad que lo rodea y para generar respuestas que considere apropiadas. Para Cassirer, decir que el hombre es un animal racional es correcto pero insuficiente. La racionalidad es específicamente humana, pero el hombre desarrolla actividades que también son específicamente humanas y que no son racionales (arte, fe, religión, amor, etc.). Todo lo humano es simbólico y está revestido de lo cultural. Incluso aquello que consideramos más próximo a lo natural, como comer o dormir, tiene para el hombre un significado y un lugar en su escala de valores. Afirma Cassirer que “la razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De este modo, podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de la civilización”.
La capacidad humana de simbolizar llega a su máxima expresión en el lenguaje. Las palabras son símbolos que representan conceptos y éstos, a su vez, se refieren a cosas del mundo externo (mesas, árboles, casas) y del mundo interno (sensaciones, impresiones). La característica fundamental del símbolo es que tiene aplicabilidad universal. Esto significa que la palabra sirve para designar infinidad de objetos de una misma clase. Por ejemplo, la palabra “casa” no se refiere a una casa en particular sino que incluye a todas las casas pasadas, presentes, futuras, existentes, inexistentes. Esto permite que podamos comunicar nuestras experiencias a través de símbolos. Las experiencias son subjetivas. Cada uno tiene las suyas. Pero, gracias al lenguaje, cada uno puede comunicarlas y compartirlas con los demás. Un médico puede interpretar el dolor de su paciente por las palabras que el asiente le comunica sin necesidad de que haya tenido que pasar también él por ese dolor.
Los animales, al no poseer la capacidad de simbolizar, no pueden transmitir sus experiencias. Por su mundo es subjetivo. El mundo del ser humano, en cambio, es el mundo de las propias experiencias más el mundo de las experiencias de otros a los que puede acceder a través del lenguaje, enriqueciéndose indefinidamente con lo que los demás han vivido. Un científico, no necesita volver a realizar todos los experimentos realizados por sus colegas en el pasado. Con sólo conocerlos puede avanzar en su investigación. El mundo de este científico esta compuesto por los experimentos hechos por él pero, sobre todo, por el saber que sus colegas le han transmitido a través del lenguaje hablado y escrito.
[1] San Agustín (354/430) elaboró un método sistemático de filosofía para la teología cristiana. Enseñó retórica en Cartago, Roma y Milán antes de bautizarse en el 387. Sus discusiones sobre el conocimiento de la verdad y la existencia de Dios parten de la Biblia y los antiguos filósofos griegos. Defensor enérgico del cristianismo, san Agustín elaboró la mayoría de sus doctrinas resolviendo conflictos teológicos con el donatismo y el pelagianismo, dos movimientos heréticos cristianos.
[2] In Joannis evangelium tractatus, III, 4)
[3] Doctor en Filosofía (UBA), nacido en Bs. As. en 1947. Es investigador del Conicet.
[4] Filósofo argentino, autor de Cultura y conflicto.
[5] Filósofo español, en su obra Las preguntas de la vida.
[6] Cassirer, Ernst. Antropología filosófica, México, FCE, 1990, pp. 86-87.
[7] Cassirer basa su posición en estudios realizados por el biólogo Johannes von Uexküll, según el cual, todos los organismos se hallan adaptados a su ambiente. Todos poseen un sistema “receptor” y un sistema “efector”. Esto significa que todo organismo recibe los estímulos externos y reacciona ante los mismos inmediatamente.
[8] Por ejemplo: el canto de un pájaro es interpretado de maneras diferentes por un indígena y un cazador de aves, y estas diferentes interpretaciones generan diferentes respuestas.
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