La primera división de las fuerzas del ejército llegadas de la Banda Oriental, comandadas por el general Juan Lavalle, un valiente oficial destacado en las guerras de la Independencia y la campaña del Brasil, fue el instrumento de la «logia unitaria» encabezada por hombres como Salvador María del Carril, Julián Segundo de Agüero o Juan Cruz Varela. El ex presidente Rivadavia no se mezcló en la conspiración. El pronunciamiento subversivo de las tropas que el 1º de diciembre de 1828 marcharon sobre el antiguo fuerte de Buenos Aires obligó al gobernador a huir en busca del apoyo de las milicias de Rosas, al tiempo que pedía ayuda al interior. Una tumultuosa asamblea de algunos cientos de sus partidarios, realizada en la iglesia de San Francisco, proclamó gobernador provisorio a Lavalle.
Rosas aconseja a Dorrego rehuir el combate, a la espera de apoyo. El 9 de didiembre, las milicias que seguían a Dorrego fueron fácilmente batidas por las entrenadas tropas de Lavalle en Navarro. En cuanto al propio Dorrego, traicionado por algunos de sus jefes, fue entregado al enemigo.
Es entonces cuando Lavalle -calificado contemporáneamente como «un sable sin cabeza»- incitado por los jefes unitarios, decide fusilar al gobernador federal. De nada sirvieron los intentos de Guillermo Brown, a quien Lavalle había dejado al mando del gobierno del fuerte, para salvar la vida de Dorrego, quien sería fusilado un 13 de diciembre de 1828. a continuación, algunos documentos históricos de la época, como la carta de del Carril a Lavalle, la respuesta a la intermediación de Brown, las palabras de Dorrego y el bando anunciando el fusilamiento.
Carta confidencial de Salvador María del Carril al general Lavalle
12 de diciembre de 1828.
… La prisión del señor Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil… La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo de la fusilación de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla…
Prescindamos del corazón en este caso… La ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inutilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra, y no cortará usted las restantes… nada queda en la República, para un hombre de corazón.
Señor general don Guillermo Brown.
Navarro, 13 de diciembre de 1828.
… Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona.
Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra Excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo.
… Estoy seguro de que a vuestra vista, no le quedará a Vuestra Excelencia… la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego, y la tranquilidad de este país son incompatibles.
Juan Lavalle
Palabras de Dorrego, según Lamadrid
¡Compadre, se me acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas! A un desertor frente al enemigo, a un bandido se le da más término y no se le condena sin oírle y sin permitirle su defensa… ¿Dónde estamos? ¿Quien ha dado esa facultad a un general sublevado?
Boletín aparecido en Buenos Aires el 14 de diciembre
Participo al Gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público
Juan Lavalle
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