Nuestra historia supo tener protagonistas, hombres y mujeres de todos los perfiles, destacados en el dialogo, en el enfrentamiento, en la política y en los campos de batalla, tanto los que usaron la palabra como los que prefirieron los gestos o se hicieron fuertes en el silencio.
La interpretación madura de la historia argentina ha superado al simple relato de la vida del “gran hombre” puro e infalible y nos presenta sujetos sociales que actúan en grupos creados por distintos intereses o circunstancias. Pero sin que esto signifique que la historia como proceso dinámico y contradictorio niegue de modo alguno el papel intransferible de aquellos héroes que construyeron la nación.
Es así que las efemérides y conmemoraciones históricas nos confrontan con nuestro pasado. A lo largo de todas y cada una de ellas, hemos tratado, desde este espacio, de resaltar aquellos valores y aquellas acciones que forjaron a nuestra patria. De recordar a aquellos hombres que con sus acciones lo hicieron todo cuando nada lo había.
Intentamos acercarnos a sus figuras, despojándolos de sus bronces, humanizándolos al punto de convencernos que todos nosotros, desde nuestro pequeño lugar, también podemos hacer, y mucho por mejorar este presente y proyectar nuestro futuro. Recreamos sus acciones, a modo de ejemplo, reconociendo su excepcionalidad, pero convencidos también que en nuestro tiempo y en nuestro lugar, grandes desafíos están a nuestro alcance. Sólo basta levantar sus banderas, y renovar ese sentimiento que hoy en nosotros parece dormido, el amor por la patria.
San Martín es uno de estos hombres y pertenece por derecho propio al puñado de próceres americanos que trasciende su figura para implantarse en la historia universal. En efecto, es una de las pocas figuras históricas cuya proyección excede nuestras fronteras.
Un hombre que después de pasar toda su vida en España, revistando durante veintidós años en su ejército, abandonó su carrera y su familia para ponerse al servicio de la independencia de la tierra en la que accidentalmente había nacido. Su decisión, crucial y razonada, dio sentido a toda su vida, convertida en una misión que llevó a cabo con tenacidad y coherencia.
Reconocido por su temple, su responsabilidad y su profesionalidad, ofreció a la patria que estaba naciendo toda su experiencia y su preparación. Fue un militar honroso, destacado en el ejército español. Ya en América, el ejercito a su mando traspuso cinco cordilleras, para liberar a Chile y a Perú. ¿Tenemos hoy los argentinos, la real dimensión del significado de esta gesta? Su causa fue la causa de todo el continente, y a ella le entregó todo. Renunció a los títulos y honores, prefirió el exilio a la guerra fraticida.
Quien pensaba “en grande”, “en americano”, debía enfrentar el localismo de cortas miras y las ambiciones personales, luchando contra la desconfianza y la maledicencia que mas de una vez pusieron en peligro la realización de su empresa. Si por momentos fue aceptado y admirado, “nunca fue amado ni verdaderamente popular”, afirmó Mitre. Su limpia y fría lógica en el orden de prioridades le hizo sacrificar a quienes lo rodeaban –su esposa, sus amigos de la logia porteña, sus viejos camaradas del Ejército de los Andes- hasta llegar a autoexcluirse para que su misión triunfara. Frente a la incomprensión de entonces, se recluyó en un amargo silencio, resignado a la soledad que precedió a su gloria.
José de San Martín pasó sus últimos años en el exilio, lejos de su patria. Lo mismo le sucedió a Simón Bolívar. Como un extraño designio, ambos libertadores terminaron sus días en el mas oscuro olvido. Uno, alejado de las ambiciones de poder y habiendo cerrado su campaña al haber considerado que no existían las condiciones necesarias para terminar con sus planes de emancipación. El otro, relegado por sus propios hombres, debió renunciar al sueño de una América Latina unida. Ambos, héroes de la emancipación americana, fueron reivindicados por la historia, que los ha devuelto al lugar que les correspondía por derecho propio.
Démosle nosotros también el lugar que merece a este San Martín cada vez más ausente en las escuelas y en la memoria de sus conciudadanos. Es nuestra deuda con el pasado, y nuestra cita con el futuro.
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