
Las amplias regiones agrícolas de Europa permanentemente padecían la falta de forraje de invierno para alimentar a su ganado. Cada otoño, grandes cantidades de animales tenían que ser sacrificados, y su carne conservada para el consumo invernal, a través del salado o del adobo. La sal deshidrata la carne, la seca y permite su conservación por más tiempo. De ahí la constante e inagotable demanda de especias para condimento, y especialmente para conservación. La sal era el preservador más común y barato. La mayor parte de la provisión de sal de la Europa Occidental era de origen portugués. Otras especies conservantes eran: la pimienta de origen indio, la canela de Ceilán, la nuez moscada de Célebes, el jenjibre chino y el clavo de olor proveniente de las Islas Molucas. Esto explica la necesidad del comercio entre Occidente y Oriente.
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