Hacia finales de los años 50, el joven Paulo Freire pensaba que el pasaje de una sociedad “cerrada” a una “abierta”, la industrialización y democratización de Brasil, requería que la educación se ocupara no solo de la adquisición de una conciencia “crítica”, sino también de la formación de cuadros técnicos capaces de sostener un proceso de desarrollo. Esa problemática referida a la vinculación de los procesos pedagógicos con el mundo económico fue rápidamente perdiendo importancia en el desarrollo del pensamiento freireano. Los saberes socialmente productivos, es decir aquellos que colaboraban en la articulación de tejido social, fueron finalmente los que contribuían a fortalecer la participación de la población en los procesos de transformación social.
La problemática acerca de los saberes del trabajo tuvo necesidad de ser nuevamente abordada cuando, ya en el exilio, Freire colaboró con gobiernos que estaban impulsando procesos de transformación del conjunto social, en los que la dimensión económica cobraba un lugar fundamental. En el contexto de la reforma agraria impulsada por el gobierno socialista cristiano de Frei, discutió con las perspectivas tecnocráticas de capacitación agraria, enfatizando la ligazón profunda del trabajo campesino con el universo de su cultura. La economía no sería modernizada por una intervención externa que no fuera capaz de entrar en diálogo con las formas de producción ancestrales de las comunidades. Los saberes del trabajo se consideraron socialmente productivos en la medida en que respondieran a las necesidades sentidas por los pobladores, y se concibieran inscriptos en su universo cultural.
En el caso de la revolución socialista de Guinea Bissau, la temática cobró importancia aún mayor. El desarrollo económico se tornó estratégico en el proceso de consolidación revolucionaria, y los saberes del trabajo se tornaron también socialmente productivos.
Para iniciar la transformación de la educación guinense heredada del dominio colonial, Freire recomendaba recuperar la experiencia de la guerra, en la que la educación popular se organizaba en cada territorio liberado tomando como ejes la formación política y la transformación del mundo productivo de la zona.
Frente a la urgente necesidad del gobierno revolucionario de profundas transformaciones en el terreno de la economía, en orden a modernizar y democratizar la producción, distribución y consumo, la dimensión técnica de los saberes del trabajo era fundamental. Pero a ella se agregaban también, como igualmente importantes, otras dimensiones éticas y políticas. La formación para el trabajo debía colaborar de modo imprescindible para que los participantes crecieran en su capacidad de comprensión del proceso económico, promoviendo así una inserción cada vez más crítica en el esfuerzo de crecimiento económico. La conciencia revolucionaria era uno de los principales factores de producción. En la obra freireana, la productividad social de los saberes se definió en el marco de la configuración de sentido en la que los mismos se inscribían. Ni la alfabetización ni los saberes del trabajo lo fueron en sí mismos. Desarrollo, revolución, liberación, socialismo, democracia, producción, fueron ejes estructurantes de proyectos de sociedad, que adquirieron en la obra freireana capacidad de definir la dimensión socialmente productiva de ciertos saberes.
¿Cuáles son hoy, en un contexto de crisis estructural, los ejes posibles de estructurar sociedad? ¿El conocimiento, la información, la comunicación, la producción, el trabajo?
En el contexto neoliberal de los años 90, Freire criticó los planteos que conciben la capacitación técnica como una mera instrumentalización, fragmentándola del universo cultural y de conocimiento de los sujetos. Los saberes del trabajo deben estimular la “curiosidad epistemológica”, promover los procesos de “desocultamiento” de la verdad, y facilitar la comprensión global del proceso productivo.
Desde esta lectura del texto freireano, los saberes del trabajo socialmente productivos en el contexto actual deberán dar herramientas para moverse en el mundo complejo y en crisis, estimulando los vínculos con los procesos de trasmisión y producción cultural, promoviendo ejercicios de pensamiento que permitan al trabajador analizar la situación en que se encuentra; organizar un mapa complejo del mundo social, político, histórico, geográfico, en el que se inserta su trabajo y transcurre su biografía; fortaleciendo así los procesos de constitución de identidades sólidas, complejas, plurales.
Lidia Rodríguez
Diplome de Etudes Approfondi, y candidata a doctora en pedagogía, Universidad de París VIII. Investigadora del Instituto de Investigaciones de Ciencias de la Educación. Docente en la Universidad Nacional de Entre Ríos y de la Universidad de Buenos Aires. Integra la Secretaría de Capacitación de la CTA Capital Federal; directora de Alternativas Pedagógicas para América Latina (Appeal).
ANALES EDUCACIÓN y TRABAJO. nº 5, diciembre 2006
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