Confiándose en la brújula y en la providencia, Colón se proponía atravesar el mar incógnito y llegar, como él mismo lo decía, al levante por el poniente, a las regiones de Asia por un camino más corto que los conocidos y ya recorridos por los portugueses. Ya Aristóteles, en su tratado del cielo, había dicho: “La tierra no solamente es redonda, sino que no es muy grande, y el mar que baña el litoral más allá de las columnas de Hércules (se refería al Estrecho de Gibraltar), baña también las costas vecinas de la India”.
Un célebre físico y astrónomo llamado Pablo Toscanelli, le había explicado a Colón esas doctrinas cosmográficas en dos cartas célebres que influenciaron decisivamente en su espíritu aventurero. Así, a retazos, con más inexactitudes que certezas, Colón fue construyendo su teoría. En ella sentó como principio fundamental la redondez de la Tierra, que cada país tenía sus antípodas, y que era posible dar la vuelta al mundo navegando de oriente a poniente como de poniente a oriente. Más allá de determinados errores, es bueno aclarar que se necesitaba tener un gran carácter para sustentar y poner en práctica semejante proyecto explorador en esa época. Recordemos que lo que hoy nos parece obvio, nos hace quizás no comprender los alcances de la primera concepción de la teoría y la audacia de la primera tentativa. En el siglo XV no se conocía la circunferencia de la Tierra y aún la teoría de su redondez no constaba más que en las opiniones de algunos filósofos. La extensión del Océano era desconocida, al igual que su navegabilidad. Nadie sospechaba las teorías de gravitación, que hace posible la circunnavegación de la Tierra, aun admitiendo que era redonda…
Pero las certezas de Colón tenían un límite, su completa carencia de recursos para emprender tamaña empresa. Intentó convencer al Rey portugués y luego al Senado genovés. Fracasó rotundamente. Fue entonces que pensó en la corona española, y hacia allí se dirigió.
Cuenta la historia que una tarde de 1485, una anciana figura que llevaba de la mano a un niño, golpeó las puertas del convento de los frailes franciscanos cercano al puerto de Palos. Allí fue recibido por el fray Juan Pérez, quien se interesó en la historia del extranjero, que no era otro más que Cristóbal Colón, en búsqueda de un hombre poderoso que respaldara sus proyectos. La hospitalidad franciscana trocó en amistad. Y fue así que el fraile le dio a Colón, una carta de recomendación para el confesor de la reina.
Reinaban en España los soberanos de Castilla y Aragón, Fernando e Isabel, que por su enlace habían unido las dos coronas. Al arribo de Colón, los reyes se encontraban en Córdoba, preparando la guerra contra la ocupación mora de Granada. El confesor de la reina recibió su carta, y rápidamente la desechó por considerarla imposible de realizar. Lejos de desmoralizarse, el navegante genovés contagió su entusiasmo a don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y gran cardenal de España, quien lo presentó finalmente ante los reyes.
Fernando oyó con atención, pero antes de brindar su apoyo a tamaña empresa, consultó a una junta de astrónomos y geógrafos de la Universidad de Salamanca. Los frailes eruditos negaron que existieran antípodas que marcharan con la cabeza para abajo sin caer en los espacios sin límites, que la tierra fuese redonda, y que en caso de serlo, sería innavegable porque su circunnavegación no podría hacerse en menos de tres años.
Colón permaneció en Córdoba, siguiendo de cerca la campaña de los reyes contra Málaga, cuando a fines de marzo de 1488 recibió una carta del rey don Juan de Portugal en que lo llamaba a Lisboa.
Allí, el destino volvió a jugarle una mala pasada. En diciembre llegó Bartolomé Díaz de vuelta de su célebre exploración hasta la extremidad meridional del África. La prioridad ahora para Portugal, era la de continuar avanzando en ese sentido, y no hacia el oeste como proponía Colón. A principios de 1489, nuestro navegante regresó a Córdoba, para encontrarse un año después, con el veredicto negativo de los sabios de Salamanca. Dos años se habían tomado para decir que el proyecto era irrealizable.
Fray Juan Pérez volvió a interceder. Convenció a Colón que demorara su partida hacia las cortes francesas e inglesas y –en una entrevista con la reina- logró la reanudación de las negociaciones. La suerte le jugó esta vez a favor. El 20 de enero de 1492, cayó Granada, y con ella la ocupación árabe del último territorio peninsular. Era el momento propicio para que los reyes cumplieran las promesas hechas al navegante. Nuevamente había que negociar, ya no acerca de la empresa a realizar, sino por las consideradas “desmedidas” pretensiones de Colón, quien pedía para sí los títulos de Almirante y de Virrey de las tierras conquistadas, más la décima parte de las riquezas a obtener. Como el rey vacilara ante los gastos de la expedición, fue la reina quien exclamó: “Yo la acepto por la corona de Castilla, aún cuando fuese necesario empeñar mis joyas para sufragar sus gastos”. El 17 de abril de 1492 se firmaron las llamadas Capitulaciones de Santa Fe[1]. En ellas, la Corona española se comprometía a otorgarle a Colón:
- – El título vitalicio y hereditario de Almirante de la mar oceánica.
- – El título de Virrey y Gobernador de las tierras que descubriera.
- – El derecho a recibir la décima parte de todas las riquezas y mercancías obtenidas en la empresa.
- – La autoridad para lidiar en los problemas que se originasen en cuestiones de riquezas.
- – El derecho a contribuir con la octava parte de los gastos de la expedición, a cambio de recibir luego una parte similar de los beneficios obtenidos.
- Con esos beneficios, Colón logró un rápido ascenso social, al pasar a formar parte de la nobleza cortesana.
PARTIDA DE LA EXPEDICIÓN
El 12 de mayo se despidió Colón de la corte y se trasladó al Puerto de Palos, con los despachos reales. Ante la negativa de sumarse a la expedición, muchos marineros fueron enrolados por la fuerza merced a una autorización girada por la reina a los magistrados de Andalucía en la que los autorizaba a esta práctica compulsiva de ser necesario.
Dos ricos armadores de Palos, Martín Alonso Pinzón y su hermano Vicente Yañez Pinzón suplieron parte de los gastos, atrajeron a parientes y amigos y aceleraron el armamento de las naves. Las tres carabelas estaban listas a fines de julio.
Colón eligió la Santa María, que era la mayor de ellas, y la única que tenía cubierta. Martín Alonso Pinzón se embarcó en la segunda, llamada la Pinta, y su hermano Vicente fue reconocido por capitán de la tercera, nombrada la Niña. Esta pequeña escuadrilla contaba con noventa marineros y algunos empleados de la Corona que elevaban a ciento veinte el número total del emprendimiento.
Al amanecer del viernes 3 de agosto de 1492, el pueblo de Palos acompañó con un profundo sentimiento la partida de una expedición de la que sólo esperaba desgracias.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
BARROS ARANA, D., Compendio de Historia de América, Cabaut y Cia. editores.
IMAGEN 2: Historia Universal, P12, Colegio Nacional de Bs. As., 2000, fasciculo 27, pág. 431.
[1] El original de las Capitulaciones no se conserva, lo que se conserva en la actualidad, en el Archivo General de Indias, es un testimonio autorizado dentro de la unidad Patronato con la signatura PATRONATO,295,N.2, y un asiento en un registro cedulario en la unidad Indiferente General con la signatura INDIFERENTE,418,L.1,F.1R-1V, y en el Archivo de la Corona de Aragón, un registro de Cancillería dentro de la unidad Archivo Real (Real Cancillería), con la signatura ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN, REAL CANCILLERÍA, REGISTROS, NÚM.3569, en los folios 135v-136v. TEXTO COMPLETO en: http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/conquista_y_colonia/capitulaciones_de_santa_fe.php
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