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EL LUJO DE LOS FARAONES

Posted by on 2 mayo, 2011

Hemos visto los trabajos de los humildes, tal como nos han sido expuestos en los frescos de las tumbas que servían para solaz de los ricos en el más allá. Pero los grandes y los poderosos -faraones, dignatarios, gobernadores- no sólo han visto sus imágenes estampadas para toda la eternidad en las paredes de sus tumbas, sino también en las columnas y bajorrelieves de los templos, que constituyen para nosotros verdaderos testimonios de su civilización. No ha habido época tan rica en documentos como los cinco siglos del Imperio Nuevo (-1580/-1090) con sus tres dinastías. La vida del faraón, rodeado de la corte y del harén, deleitándose en los banquetes al contemplar cómo evolucionan las bailarinas; el suntuoso mobiliario de sus palacios; las expediciones marítimas y comerciales que fleta, han suministrado innumerables temas a los desconocidos artistas que jamás firmaron sus obras y que, por tanto, no se diferenciaban de los demás artesanos.

Porque, tanto pintores como escultores, no pasaban de ser como un funcionario cualquiera en el cumplimiento de su deber. Los documentos del Imperio Nuevo resultan difíciles de diferenciar de las obras de los otros períodos, pues el arte egipcio, obediente a las convenciones y utilizando técnicas fijadas ya en el tercer milenio, ofrece un ejemplo único de estabilidad y de serena permanencia. Tres siglos de arte europeo constituyen un caos, una incesante renovación, frente a tres mil años de continuidad egipcio. Esta continuidad es, sin embargo, interrumpida durante el período de Amarna (hacia -1370).

Como consecuencia de la revolución religiosa intentada por el faraón herético Akhenatón, «el rey ebrio de Dios», el estilo se hace realista y familiar; reproduce, incluso, su largo y enfermizo rostro. Luego la tradición se restablece nuevamente, y, con Ramsés II, el conquistador, las figuras hieráticas y colosales, símbolos del poder y riqueza faraónicos, vuelven a aparecer.

Fuente: Atlas Histórico y síntesis cronológica, Editorial Codex, Madrid, 1965.

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