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LA ÚLTIMA CARGA DE LA CABALLERÍA COSACA

Posted by on 19 julio, 2011
General Pyotr Krasnov

Cuando los nazis iniciaron la invasión de Rusia en plena Segunda Guerra Mundial, reclutaron al general Krasnov para que sumara un regimiento de cosacos a las fuerzas del Reich. Krasnov, que había tomado el camino del exilio luego de la derrota del Ejército Blanco contra los bolcheviques durante la Revolución rusa, partió en el acto a convencer a obreros de la Renault en Billancourt, porteros de hotel en Berlín, choferes de Zurich y acróbatas de a caballo de circos transhumantes, de que sólo ellos, los viejos cosacos del Zar, podían derrotar a los ejércitos de Stalin. Llegó a juntar cincuenta mil hombres, que aceptaron a Hitler como comandante supremo de las fuerzas cosacas y partieron al frente oriental a cambio de la promesa del Reich de que se les otorgaría un territorio en Ucrania, para crear allí su patria.

Algunos cosacos llegaron a pelear junto a Lenin en el ’17, creyendo que sin zares volverían los buenos tiempos de la autonomía anárquica, pero cuando comprendieron que los bolcheviques no los veían como otra cosa que perros de guerra, se pasaron al Ejército Blanco, y cuando los blancos fueron derrotados ofrecieron crear un “Estado cosaco-soviético” donde no mandaran los comunistas. Desde entonces vegetaban en el exilio esperando cualquier oportunidad que les permitiera volver a Rusia, volver a guerrear.

El territorio ofrecido fue cambiando a medida que los nazis sufrían derrota tras otra en tierras rusas. A fines de 1944, lo único que les quedaba para ofrecer a los cosacos eran las montañas de Carnia. Allí convergieron, en la nieve, los regimientos de Krasnov, 17 grupos lingüísticos diferentes, llegados a caballo o en camello o en carromatos indescriptibles, rebasando de mujeres y niños tan salvajes como sus dueños. Sólo el atamán Krasnov se privaba de su montura, por sufrir de gota; se movía en un pequeño Fiat con chofer, custodiado por una guardia de 24 cosacos armados hasta los dientes.

En ese Fiat emprendió la retirada cuando las fuerzas aliadas y los partisanos de la Brigada Garibaldi ocuparon Trieste. Los cosacos retrocedieron hasta la frontera austríaca con el propósito de hacerse fuertes allí y recuperar su territorio, pero se toparon con la desbandada nazi y supieron que su aventura había terminado. Krasnov negoció con los ingleses que se rendirían con una sola condición: no ser entregados a los soviéticos. Los ingleses incumplieron su promesa. Una madrugada, cumpliendo los pactos secretos de Yalta entre Churchill y Stalin, los ingleses entraron en el campo de detención con camiones, para cargar a los prisioneros y entregarlos al Ejército Rojo. Los cosacos no lo permitieron. Ataron a sus monturas bolsas llenas de piedras y, con sus mujeres y bebés en brazos, se fueron arrojando en masa a las turbulentas aguas del Drau. Unos pocos hacían frente a los británicos, mientras el resto se inmolaba de esa manera. Los ingleses sólo lograron entregar a los soviéticos una décima parte de aquellos cincuenta mil (que terminaron ejecutados o en Siberia); el resto dejó su vida aquella madrugada en las aguas del Drau.

Claudio Magris recorrió esos pueblos de montaña, pasó largas horas en aquellos cafés escuchando a sus parroquianos y escribió una novela emocionante con esa historia, que tituló Conjeturas sobre un sable. Pero no logró convencer a aquellos parroquianos de que Krasnov no se suicidó junto a sus hombres, sino que fue entregado por los ingleses a Moscú, donde fue juzgado por alta traición y ahorcado en 1947.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-165292-2011-04-01.html#arriba

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