Desde principios de siglo, junto con la llegada de los inmigrantes y los cambios sociales y culturales que ésta produjo, fue surgiendo una música particular de Buenos Aires: el tango. En un principio se trató de una música que sólo se bailaba, característica de las zonas aledañas al puerto, pobladas de inmigrantes y marineros. Los prostíbulos y los patios de conventillos fueron los ámbitos en los que el tango se fue formando…..
Desde entonces, el tango se convirtió en un componente de la vida cotidiana de la vida de una parte de la sociedad porteña y en un reflejo de los cambios que en ella se iban produciendo. Cada vez más, se compusieron tangos con letra. Estas canciones expresaron los sentimientos y el modo de hablar de muchos habitantes de la ciudad. En su gran mayoría los tangos utilizaban el lunfardo, surgido como una jerga particular de los ladrones –lunfardo era una palabra con la que los ladrones se denominaban a sí mismos- y que se fue enriqueciendo con el aporte de palabras provenientes de los idiomas que hablaban los inmigrantes.
La década del 20 se caracterizó por la prosperidad económica y por el ascenso social y político de los sectores medios urbanos. Muchos hijos de inmigrantes progresaron instalando un pequeño comercio, ocupando un puesto público, incorporándose a la actividad política o estudiando en la universidad. Surgieron nuevos barrios y otros crecieron mucho. Algunos como Flores o Belgrano, alejados del centro, crecieron como ampliación de antiguos pueblos. En cada barrio se fue delineando un perfil social definido. Los barrios fabriles como Parque Patricios, Pompeya o Boedo, y los cercanos al puerto como la Boca, Barracas o San Telmo, tuvieron un tono claramente obrero. Otros fueron lugares tradicionales de los sectores medios, como Villa Urquiza, Devoto, el norte de Palermo y el norte de Belgrano. El Barrio Norte fue, sin duda, un lugar exclusivo de las familias más acomodadas de Buenos Aires. El tango reflejó esos cambios. Poco a poco, fue dejando de ser una expresión musical exclusiva de los barrios y sectores más humildes y comenzó a ser aceptado en círculos sociales privilegiados, que en un principio lo rechazaron por considerarlo una danza obscena, impropia para la gente decente. En los cabarets del centro de la ciudad y en los salones de fiestas, las orquestas típicas tocaban tangos más refinados, de mayor riqueza armónica y sonora que la de los primeros tiempos. La música popular urbana recibió el aporte de músicos de conservatorio –como Julio de Caro y Osvaldo Fresedo-. El tango comenzó a ser una expresión artística que reunió elementos característicos de la cultura popular y de las elites.
A fines de los años ’20, la bonanza económica y los contrastes sociales de una sociedad en cambio quedaron retratados en muchas letras, entre las que se destacó por su tono crítico el tango Acquaforte, de Carlos Marambio Catán.
La década del ’30 se inició con crisis y depresión económica, interrupción del proceso democrático, fraude electoral y negociados. Para muchos fueron años de desesperanza y escepticismo. La desocupación afectó a muchos argentinos, que por primera vez tenían serias dificultades para encontrar trabajo, en un país en el que, hasta ese momento, la demanda de mano de obra siempre había superado a la oferta. El letrista de tango que mejor expresó ese sentimiento fue Enrique Santos Discépolo. En su tango Que vachaché (1925) hizo una crítica moral de los tiempos de esplendor alvearista y anticipó la falta de confianza y expectativas que muchos compartirían algunos años más tarde, durante la llamada década infame. Otros de los títulos de su autoría que reflejaron claramente la época fueron Cambalache, Uno y Yira Yira, en los que criticó con dureza los tiempos de crisis por los que transitaba el país.
Otra característica distintiva del período, fue el incremento, en los grandes centros urbanos, de la criminalidad. Además de la delincuencia individual y en pequeña escala, fueron tomando auge importantes bandas organizadas al estilo de la mafia italiana. La ciudad de Rosario, que había atraído a un gran número de inmigrantes, se vio asolada por la acción de grupos cuyos principales negocios eran los secuestros extorsivos, la prostitución y el juego clandestino. La delincuencia también estaba asociada al poder político. Algunos dirigentes utilizaban pistoleros tanto para controlar sus negocios como para manejar a su antojo los actos comiciales fraudulentos. El más célebre de estos pistoleros fue Juan Ruggero, alias “Ruggerito”, que trabajaba para el caudillo de Avellaneda Alberto Barceló. Los años de crisis vieron crecer aceleradamente el negocio de la prostitución, organizado por grupos mafiosos, particularmente en los suburbios de Buenos Aires, amparados por las autoridades policiales.
Resumido y modificado de: ALONSO, ELIZALDE, VAZQUEZ, La Argentina contemporánea, Aique, Bs. As., 1997.
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