Doctor en Filosofía por la Universidad de Estocolmo, Claudio Tamburrini, en reportaje realizado por Gustavo Veiga y publicado por Página 12, nos acerca sus ideas acerca de la concepción de los derechos humanos en Suecia, país en el que trabaja desde hace 25 años, y su polémica postura con respecto a las penas aplicadas a los represores del Terrorismo de Estado en Argentina (del que fue víctima), proponiendo disminución de penas a cambio de información fehaciente sobre el paradero de los desaparecidos. Para leer y pensar.
–Usted se exilió en Suecia en 1979. ¿Cómo funcionan hoy los derechos humanos en su país adoptivo comparados con aquella época?
–El concepto es siempre el mismo. Está definido en términos universales. Cada sociedad, dependiendo de su historia, de su realidad política, económica y social, les da prioridad a ciertos aspectos de los derechos humanos y a otros no. En Suecia, un Estado de Bienestar desarrollado donde las cosas más o menos funcionan, con sus falencias, con sus problemas (sobre todo de legislación), la prioridad de los derechos económicos, civiles y políticos ya no es una cuestión de la agenda diaria. Me da la sensación de que en sociedades como la sueca, el énfasis hoy está puesto en acabar con prácticas discriminatorias. Primeramente, se hizo hace 20, 25 años gracias al movimiento feminista. Es decir, se puso énfasis en un primer fenómeno discriminatorio que no era percibido por la sociedad hace 30, 40, 50 años quizá. Y hoy se hace con las minorías, o sea, con los homosexuales, con los inmigrantes, que son los que están llegando últimos a ese proceso de aplicación de los derechos humanos. Es como un círculo que se va ampliando.
–¿Es algo semejante al concepto de ampliación de la ciudadanía?
–No todos los que se benefician con los derechos humanos son ciudadanos. Yo no soy ciudadano sueco y gozo de los derechos humanos de los que goza un ciudadano sueco. Se trata de la ampliación del concepto de aplicación de los derechos humanos.
–¿Como capas geológicas de derechos que se van acumulando a través de las diferentes épocas?
–Según la concepción universalista, como mencioné antes, esa ampliación de las capas geológicas, como dice usted, ya está incluida en el concepto universal de los derechos humanos. Creo que el concepto de derechos humanos se fue modificando con el paso del tiempo. Aunque sean exclusivamente políticos, hoy son económicos también, se amplían a lo discriminatorio, a los derechos humanos en términos ecológicos. No es que estuvieran incluidos inicialmente en el concepto histórico, universal y primario de los derechos humanos. Se fue modificando el concepto como toda praxis.
–¿Cómo encuentra a la Argentina en cada uno de los viajes que hace?
–Hay algunos aspectos que son positivos. En el plano de los derechos humanos, por ejemplo, Argentina tiene una actuación destacada en cuanto a la persecución de los crímenes de lesa humanidad iniciada en el ’85 y ya completada, que había sido truncada por decisiones políticas con posterioridad a ese año y que ha sido continuada y profundizada por las dos últimas administraciones. Pero, lamentablemente, se han quedado solamente en la aplicación de las políticas punitivas y no en el esclarecimiento. Se confió en la pena para poder esclarecer el destino de los desaparecidos y con la pena se consigue castigar, se consigue disuadir a delincuentes futuros, pero no se consigue esclarecer. Cuando uno amenaza con una pena dura o impone una pena dura a alguien, lo que provoca es el silencio del castigado.
–¿Y qué habría hecho?
–Si un represor contaba todo y lo que contaba era útil, no lo condenaba o le rebajaba la pena. Pero si contaba pavadas que no servían, no se la rebajaba la condena. De esa forma quizás hubiera podido encontrar a los desaparecidos y seguir castigando a los cómplices civiles. A ellos todavía no llegó la Justicia. ¿Por qué? Porque se aplicó una política meramente punitiva que provoca el silencio del imputado.
–Usted viene sosteniendo esta idea hace tiempo. ¿Predicó en el desierto?
–Sí. El tren ya pasó. Los represores se están muriendo. No sabremos nunca quiénes fueron los responsables civiles, no sabremos nunca qué pasó con los desaparecidos. En algún caso aislado se podrá esclarecer el destino final por un hecho fortuito de los investigadores y se conseguirá encontrar algún que otro nieto desaparecido más, pero los 400 que faltan, no. Se recuperará una cantidad menor, lamentablemente. Pasó el tren y lo hemos perdido por enfocarnos exclusivamente en esta posición punitiva. Es decir, hubo como un amague, un primer paso positivo sin imaginación política para profundizar el proceso. Esa es la impresión que yo tengo.