Se llama «Teoría de los dos demonios», a aquella que pretende explicar la violencia desatada en la Argentina durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976/1983) a partir del enfrentamiento (o guerra) entre dos bandos o «demonios»: las organizaciones guerrilleras (Montoneros, ERP) y las Fuerzas Armadas. Muchos sostienen que dicha teoría encuentra su origen en el prólogo al «Nunca Más» (informe de la Conadep, sobre la desaparición de personas durante la dictadura), en el que Ernesto Sábato escribe:
Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda […] a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.
Si bien es correcto afirmar que Sábato habla de dos violencias, no lo hace en términos equivalentes, ya que condena claramente al Terrorismo de Estado. Lo que sí me parece erróneo, es el establecimiento de una causalidad entre el golpe de Estado perpetrado en 1976 y el accionar guerrillero, utilizada por aquellos que quieren justificar la Dictadura. Como si lo que hubiera ocurrido hubiera sido un caso de estímulo-respuesta. Claramente la excusa de la violencia terrorista sirvió para imponer el golpe, para poder así, por la fuerza, imponer un nuevo modelo económico, controlado por el capital financiero internacional. Los beneficiados por el nuevo modelo serán los bancos extranjeros, el empresariado liberal y los sectores agropecuarios; mientras que aquellos que se opondrán serán reprimidos y silenciados por el aparato represivo estatal. El cuestionar el Terrorismo de Estado, no significa justificar la violencia terrorista.
[…] No podemos dejar de señalar que en varios países del continente y en la Argentina había guerrillas. Estas deberían haber sido contenidas a través de las leyes vigentes y dentro del marco del estado de derecho. (Adolfo Perez Esquivel)
En este marco, lo que en Argentina se llevó a cabo, no fue ni un error, ni un exceso, fue un genocidio que obedeció a un plan sistemático de desaparición de personas. Rita C. Kuyumciyan lo define así: “El genocidio es la instrumentación masiva del terror (…) Genocidio significa la aniquilación coordinada y planeada de un grupo nacional, religioso o racial” (Rita C. Kuyumciyan, El primer genocidio del siglo XX, Planeta, Buenos Aires, 2009, p. 53). Luego de la Declaración de los Derechos Humanos realizada por las Naciones Unidas en 1948 se irán agregando los grupos sociales, políticos, ideológicos.
José Pablo Feinmann nos termina de despejar las dudas: «El genocidio implica la desaparición de los cuerpos de las víctimas. La masacre argentina intentó cobijarse bajo esa metodología: sin cuerpos no habría matanza. ¿Dónde estaba la prueba? De aquí la célebre frase de Videla: “Un desaparecido es alguien que no está. Se evaporó”. Para erradicar toda teoría del “empate” o de “los dos demonios” este punto es central (…) No hay empate y hay un solo demonio: el que no entregó los cuerpos. Es distinto tener el cuerpo del ser querido, velarlo, enterrarlo según sus valores religiosos y tener una tumba donde ir a recordarlo, a rezarle o lo que sea: hasta hablarle en un susurro que expresa el lento devenir del dolor, su intimidad. Es distinto esto que no tenerlo. Cuando una madre o un padre esperan eternamente el regreso del hijo “evaporado” (según la aberrante terminología del condenado Videla), el dolor de esa ausencia es un dolor que no cesa, no puede cesar. Sólo cesaría con el retorno del hijo perdido o de su cuerpo. Si los que esperan por los desaparecidos tuvieran su cuerpo o lo que de él quede podrían darle sepultura, tendrían un lugar donde ponerle una flor. De modo que esa búsqueda de “culpables” en el “otro” bando no tiene sentido y hasta es una afrenta a quienes carecerán para siempre del cuerpo del “desaparecido”. La ausencia es un hueco que nada puede llenar. La ausencia es un dolor y una angustia que siempre esperan. La esperanza del que espera al hijo que le han “desaparecido” jamás “desaparece”. Para su dolor, para su interminable angustia, es, aquí, la esperanza la que los alimenta. ¿Cómo podrían dejar de tenerla? Dejar de esperar al desaparecido sería matarlo del todo. O por segunda y definitiva vez. ¿De qué empate se habla? Acaso –alguna vez– lleguen a juzgar a dos o tres jefes de la guerrilla. Supongamos. ¿Qué se lograría con eso? ¿Con eso quieren empatar el dolor de los que esperan en vano día tras día?»
La actual política oficial refuta la teoría de los dos demonios. Y lo hizo explícitamente al reformular el prólogo de Sábato en una reedición del «Nunca Más» en 2006.
“Es preciso dejar claramente establecido, porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes, que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables».
El nuevo prólogo provocó una fuerte polémica, entre aquellos que habían trabajado en el informe original en 1984 y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación de la gestión de Nestor Kirchner.
Será hora que, en el camino de la búsqueda de la verdad, nos hagamos cargo como sociedad de los errores del pasado. Para que no vuelvan a repetirse, Nunca más.
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