Los indígenas que habitaban al sur de la provincia de Buenos Aires, atacaban frecuentemente a las poblaciones fronterizas. Rosas, quien habia dejado de ser el gobernador dela provincia, dispuso emprender contra ellos una campaña punitiva a través del desierto, como entonces se llamaba a la región pampeana. El objetivo era el de establecer los nuevos puntos de la frontera en los ríos Negro y Neuquén, en una campaña originalmente planeada como una empresa conjunta de todas las provincias sureñas que tenían frontera con los indígenas, incluyendo Mendoza, San Luis, San Juan y Córdoba, pero finalmente su ejecución quedó a cargo exclusivamente de Buenos Aires.
En su mensaje ala Asamblea del 7 de mayo de 1832, Rosas exponía claramente los objetivos de la expedición:
“Hacendados, vosotros sabéis que la campaña y la frontera se encuentran hoy enteramente libres de los indios enemigos: que aterrados por los repetidos golpes de muerte que han sufrido en sus mismos hogares y tolderías, se han refugiado al otro lado del río Negro de Patagonia, y a las faldas de la Cordillera de los Andes. Un esfuerzo más, y quedarán libres para siempre nuestras dilatadas campañas, y habremos establecido la base de todos los cálculos de nuestra riqueza pública”.[1]
El 28 de enero de 1833 Rosas fue nombrado Comandante General de Campaña y Jefe de la División Izquierda del Ejército Nacional para operaciones contra los indígenas. La columna del centro quedaba bajo el mando del general Ruiz Huidobro y la derecha seria comandada por Luis Aldao. El 22 de marzo partió de Los Cerrillos (estancia de Rosas) un convoy compuesto por mil quinientos hombres, treinta carretas, seis mil caballos y miles de vacunos bajo las órdenes de Rosas, quien incorporó unos 600 indios amigos como fuerzas auxiliares en las cercanías del arroyo de Tapalqué. A mediados de mayo su columna había llegado a las márgenes del río Colorado.
Mientras tanto, la columna del centro había derrotado a los ranqueles en las Acollaradas (en el sur de San Luis), pero se vio forzada a volver ante la falta de la ayuda prometida por el gobierno de Córdoba.
La columna de la derecha, dispersó a los indios en la región del Atuel, pero también debió regresar ante la falta de caballada.
La única división que completó con éxito su misión fue la conducida por Rosas, quien a comienzos de 1834, en las cercanías de Bahía Blanca, puso fin a una campaña en la que sus fuerzas habían batido a más de 3.200 indios, y rescatado a más de 1.000 cautivos. Asimismo, se habían obtenido 1.200 prisioneros, recuperado miles de cabezas de ganado e incorporado 2.900 leguas cuadradas de territorio.
La expedición otorgó a Rosas un nuevo título, el del Conquistador del Desierto. Para Lynch[2], no era un título inapropiado, teniendo en cuenta que había agregado a la provincia de Buenos Aires una superficie que se extendía 200 leguas al oeste hacia los Andes y al sur más allá de Río Negro, miles de kilómetros cuadrados en total. Posibilitando además nueva información topográfica, nuevos recursos y nueva seguridad.
Tras la campaña, los indios se comprometieron a no cruzar la frontera ni adentrarse en Buenos Aires sin el permiso de sus autoridades y aceptaron responder al llamado del servicio militar, de ser necesario. A cambio, cada cacique recibiría regularmente una cantidad de caballos acorde al número de sus hombres a cargo, además de una pequeña asignación de yerba, tabaco y sal. Las pulperias y los comerciantes que proveían a estos 10.000 indígenas, se enriquecieron notablemente gracias a este nuevo mercado, insaciable de mercaderías.
“Si bien la pacificación fue conveniente para la nación en los veinte años siguientes, a la larga permitió también a los indios fortalecer sus posesiones. La negociación toral significó un subsidio para los indios, pagado por el gobierno de Buenos Aires (…) Este liberalismo (…) dio a Rosas el control sobre los indios y extendió así marginalmente su base política”.[3)] Cabe recordar, que el pago de estos “subsidios” mantenía a los aborígenes pacificados mientras el gobierno provincial transfería grandes superficies de tierras a manos privadas. En 1834la Legislatura aprobó la distribución de125.000 hectáreas entre la oficialidad del ejército partícipe de la campaña, otorgando además17.500 hectáreas al general Pacheco y cuarenta y tres leguas a once coroneles. Resulta interesante observar quienes fueron los verdaderos beneficiarios del reparto de tierras y cómo se cimentaron inmensas fortunas en pocas familias. Será objeto de otro artículo.
(1) Citado en LYNCH, John, Juan Manuel de Rosas, Emecé editores, Bs. As., 1981.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem, página 62.
IMAGEN: http://www.oni.escuelas.edu.ar/2002/BUENOS_AIRES/ultimo-malon/lineas.htm
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