En 1817 debido a estas maniobras, a la sequía de 1816 y a poderosas razones de orden general, como ser la valorización de las haciendas por la exportación de carne salada y a las depredaciones de los indios, que con las fronteras desguarnecidas desde 1810 habían reducido el territorio explotable y arreado a miles de cabezas de ganado, se produjo una extraordinaria carestía de la carne en la ciudad de Buenos Aires. Fenómeno tan inusitado en una población cuyo principal alimento era la carne provocó gran efervescencia popular y numerosas quejas y reclamos. En general no se apreciaban las causas generales que generaban el alza de los precios y se atribuía el encarecimiento exclusivamente a la exportación que efectuaban los saladeros, que sin duda era una de las causas, pero no la única. Pueyrredón ante “el clamor popular” y “una representación de varios labradores, hacendados, abastecedores y artesanos” como dice el decreto en sus considerandos, ordenó la clausura provisoria de los saladeros, después de un plazo prudencial, a partir del 31 de mayo de 1817.
Debemos ver en esta representación el interés de los abastecedores independientes que no se resignaban al predominio de los saladeristas y a perder su situación privilegiada, anterior a la instalación de éstos, de únicos compradores de haciendas. Por eso sostienen en la mencionada representación “que la permanencia de los saladeros no puede ni debe tolerar un día más, porque los males que causan van creciendo por instantes con feroz rapidez, como lo estamos viendo, en cuya atención se de servir la superior voluntad de V. E. ordenar y mandar que desde el momento cesen las matanzas para carne salada…”
BLISS, Horacio William. Del virreinato a Rosas, en Miretzky María, Historia 2, la Edad Moderna y el surgimiento de la Nación Argentina, pág. 340.
Imagen: El Matadero, Buenos Aires, Acuarela 1830.