Eric Hobsbawm recorre como nadie en «Historia del siglo XX», el camino de una época estigmatizada por la guerra. Resumo aquí su mirada única y amplia de la Segunda Guerra Mundial.
Con muy raras excepciones, ningún historiador sensato ha puesto nunca en duda que Alemania, Japón e Italia fueron los agresores. Los países que se vieron arrastrados a la guerra contra los tres antes citados, ya fueran capitalistas o socialistas, no deseaban la guerra y la mayor parte de ellos hicieron cuanto estuvo en su mano para evitarla. Si se pregunta quien o qué causó la segunda guerra mundial, se puede responder con toda contundencia: Adolf Hitler. Ahora bien, las respuestas a los interrogantes históricos no son tan sencillos. La situación internacional creada por la Primera Guerra Mundial era intrínsecamente inestable, mientras que la insatisfacción por el status quo no lo manifestaban sólo los Estados derrotados y, por consiguiente, no se creía que la paz fuera duradera. No obstante, es innegable que la causa inmediata de la guerra fue la agresión de las tres potencias descontentas, vinculadas por diversos tratados desde mediados de los años 30. Los episodios que jalonan el camino hacia la guerra fueron la invasión japonesa de Manchuria en 1931, la invasión italiana de Etiopía en 1935, la intervención alemana e italiana en la guerra civil española de 1936/1939, la invasión alemana de Austria a comienzos de 1938, la mutilación de Checoslovaquia por Alemania en los últimos meses de ese año, la ocupación alemana de lo que quedaba de Checoslovaquia en marzo de 1939 (a la que siguió la ocupación de Albania por parte de Italia) y las exigencias alemanas frente a Polonia que desencadenaron el estallido de la guerra.
La guerra comenzó en 1939 como un conflicto exclusivamente europeo, y en efecto, después de que Alemania invadiera Polonia, que en solo tres semanas fue aplastada y repartida con la URSS, enfrentó en Europa occidental a Alemania con Francia y Gran Bretaña. En la primavera de 1940, Alemania derrotó a Noruega, Dinamarca, Países Bajos Bélgica y Francia con gran facilidad, ocupó los cuatro primeros países y dividió a Francia en dos partes, una zona directamente ocupada y un «Estado» satélite francés con su capital en Vichy. Para hacer frente a Alemania sólo quedaba Gran Bretaña. La URSS, previo acuerdo con Alemania, ocupó los territorios europeos había perdido en 1918 y Finlandia. Los intentos británicos de extender la guerra a los Balcanes desencadenaron la esperada conquista de toda la península por Alemania, incluida las islas griegas.
Alemania atravesó el Mediterráneo y penetró en África, cuando pareció que su aliada, Italia, perdería todo su imperio africano a manos de los británicos, que lanzaban su ofensiva desde su principal base, Egipto. El Afrika Korps alemán, a cuyo frente estaba uno de los generales de mayor talento, Erwin Rommel, amenazó la posición británica en el Próximo Oriente.
La guerra se reanudó con la invasión de la U.R.S.S. lanzada por Hitler el 22 de junio de 1941, fecha decisiva en la segunda guerra mundial. Era una operación tan disparatada -ya que forzaba a Alemania a luchar en dos frentes- que Stalin no imaginaba que Hitler pudiera intentarla. Pero en la lógica de Hitler, el próximo paso era conquistar un vasto imperio terrestre en el Este, rico en recursos y en mano de obra servil, pero subestimó la capacidad soviética de resistencia. A principios de octubre habían llegado a las afueras de Moscú. Pero ese momento pudo ser superado, y las enormes reservas rusas en cuanto a espacio, recursos humanos, resistencia física y patriotismo, derrotaron a los alemanes y dieron a la U.R.S.S. el tiempo necesario para organizarse eficazmente.
Al no haberse decidido la batalla de Rusia, Alemania estaba perdida, pues no estaba equipada para una guerra larga ni podía sostenerla. A pesar de sus triunfos, poseía y producía muchos menos aviones y carros de combate que Gran Bretaña y Rusia, por no hablar de los EE-UU. La nueva ofensiva lanzada por los alemanes en 1942, una vez superado el terrible invierno, pareció tener el mismo éxito que todas las anteriores y permitió a sus ejércitos penetrar profundamente en el Cáucaso y en el curso inferior del Volga, pero ya no podía decidir la guerra. Los ejércitos alemanes fueron contenidos, acosados y rodeados y se vieron obligados a rendirse en Stalingrado (verano del 42, marzo del 43). A continuación los rusos iniciaron el avance que les llevaría a Berlín, Praga y Viena al final de la guerra. Desde la batalla de Stalingrado, todo el mundo sabía que la derrota de Alemania era sólo cuestión de tiempo.
Mientras tanto, los EE-UU consideraban intolerable la ampliación del poder japonés hacia el sureste asiático y comenzaron a ejercer una fuerte presión sobre Japón, cuyo suministro y comercio dependían completamente de las comunicaciones marítimas. Fue este conflicto el que desencadenó la guerra entre los dos países. El ataque japonés sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 dio al conflicto una dimensión mundial. Probablemente Japón no podía haber evitado este conflicto a menos que hubiera renunciado a conseguir un poderoso imperio económico, piedra angular de su política. De hecho, fue el embargo estadounidense del comercio japonés y la congelación de sus activos lo que obligó a Japón a entrar en acción para evitar un rápido estrangulamiento de su economía. La apuesta era peligrosa y resultaría suicida. Era imposible que Japón pudiera salir victorioso de este conflicto.
El misterio es por qué Hitler, que ya estaba haciendo un esfuerzo supremo en Rusia, declaró gratuitamente la guerra a EE-UU, dando al gobierno de Roosevelt la posibilidad de entrar en la guerra europea al lado de los británicos sin tener que afrontar una dura oposición política en el interior. Hitler estaba convencido de que las democracias estaban incapacitadas para la acción, subestimando así el potencial norteamericano. La única democracia a la que respetaba era la de Gran Bretaña, de la que opinaba, correctamente, que no era plenamente democrática. Las decisiones de invadir Rusia y declarar la guerra a los Estados Unidos decidieron el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
Esto no se apreció de manera inmediata, puesto que el Eje alcanzó el cenit de sus éxitos a mediados de 1942 y no perdió la iniciativa militar hasta 1943. Además, los aliados occidentales no regresaron de manera decidida al continente europeo hasta 1944, pues aunque consiguieron expulsar a las potencias del Eje del norte de África y llegaron hasta Italia, su avance fue detenido por el ejército alemán. La resistencia alemana fue muy difícil de superar incluso cuando los aliados desembarcaron en el continente en junio de 1944. En el Este, la determinación de Japón de luchar hasta el final fue aún más inquebrantable, razón por la cual se usaron armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki para conseguir una rápida rendición japonesa. La victoria de 1945 fue total y la rendición incondicional.
Las pérdidas ocasionadas por la guerra son literalmente incalculables y es imposible incluso realizar estimaciones aproximadas, pues a diferencia de lo ocurrido en la Primera Guerra Mundial, las bajas civiles fueron tan importantes como las militares. Según las estimaciones, las muertes causadas directamente por la guerra fueron de 3 a 5 veces superiores a las de la Primera Guerra y supusieron entre el 10 y el 20% de la población total de la URSS, Polonia y Yugoslavia y entre el 4 y el 6% de la población de Alemania, Italia, Austria, Hungría, Japón y China. En Francia y Gran Bretaña el número de bajas fue muy inferior al de la Primera Guerra Mundial (en torno al 1%) pero en los EE-UU fueron más elevadas. Las bajas en los territorios soviéticos se han calculado en diversas ocasiones, incluso oficialmente, en 7, 11, 20 o incluso 30 millones. El único hecho seguro respecto a las bajas causadas por la guerra es que murieron más hombres que mujeres. Una vez terminada la guerra fue mas fácil la reconstrucción de los edificios que las de la vidas de los seres humanos. Se iniciaba la Guerra Fría….
Resumido y adaptado de: HOBSBAWM, Eric, Historia del siglo XX, Crítica, Bs. As., 1999, 3ra reimpresión, Cap. I, La época de la guerra total, págs. 44 a 51.