Si bien comenzó antes, el capitalismo comienza a afianzarse con la Revolución Industrial inglesa de la segunda mitad del siglo XVIII. Era este un nuevo modo de organizar la economía y la sociedad, basado en la producción industrial, la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado.
En la Inglaterra de los siglos XVI y XVII comenzaron a producirse cambios en la organización de la producción agrícola. Hasta ese momento, esta producción había tenido como único fin el de asegurar la subsistencia (se sembraba y cosechaba para poder comer y comerciar a pequeña escala los excedentes). Los cambios involucraron la incorporación de adelantos tecnológicos, el uso de fertilizantes, la rotación de los cultivos, el cercamiento de las propiedades y la organización de su producción. Digamos que el trabajo agrícola empezó a ser visto como una empresa y se empezó a organizar como tal. El resultado fue un considerable aumento de la producción, produciéndose excedentes (sobrantes) para comercializar en el mercado. A este proceso se lo denominó revolución agrícola.
Así empezó a imponerse la propiedad privada, sobre la propiedad comunal. Mientras los dueños de las tierras (terratenientes) acumulaban grandes ganancias, muchos de los campesinos fueron desplazados de tierras que ocupaban desde generaciones pero de las que no tenían ningún título de propiedad que lo avalase. Algunos optaron por trabajar las tierras a cambios de un salario, otros migraron a las ciudades en busca de empleo.
La industria comenzó a imponerse en las ciudades y dio trabajo a toda esa población que había migrado desde el campo. Pero las condiciones de vida y las laborales eran muy diferentes. Ahora el trabajador industrial (proletariado) ya no era dueño de su trabajo ni de su producción. Las máquinas y la comercialización de los productos estaba a cargo de los empresarios, que a cambio fijaban una suma fija como pago, el salario. De vivir en el ámbito rural, estos trabajadores pasaron a instalarse en los suburbios de las ciudades, en condiciones de hacinamiento y pobreza. Así podemos observar las dos caras del mismo proceso, mientras los empresarios y los comerciantes (pertenecientes a la burguesía) se enriquecían y mejoraban sus condiciones de vida, los trabajadores (el proletariado) y sus familias se empobrecían y pasaban a vivir en condiciones miserables.
En esta primera fase se produjo el despegue industrial, el crecimiento acelerado, la aparición de las grandes máquinas, su ubicación en las fábricas y el trabajo asalariado.
A la primera fase de la Revolución Industrial siguió la segunda, a mediados del siglo XIX. En esta etapa otros países se sumaron a la industrialización de sus economías desarrollando nuevas industrias que utilizaban hierro, acero y carbón. En ella se produce la llamada División Internacional del Trabajo, que divide al mundo en países centrales (industriales) y países periféricos (productores de materias primas). En este intercambio desigual se profundizaron las diferencias entre las potencias y los países dependientes. En el primer grupo estaba Inglaterra, Francia, EE- UU, Alemania, Japón; mientras que en el segundo se ubicaban Latinoamérica, África, Asia, Oceanía y Europa Oriental.
La producción industrial necesitaba de mercados donde colocar sus productos y de materias primas para fabricarlos. La expansión imperialista del siglo XIX fue la respuesta. Las potencias europeas que se habían industrializado se lanzaron a la conquista de colonias en Asia, África y Oceanía. La competencia entre ellas no se hizo esperar. Esta causa, sumada a otras, desencadenará la Primera Guerra Mundial.