por el Prof. Alejandro Héctor Justiparán
El presente trabajo, (presentado en varias entregas) intentará abordar el estudio del impacto, en Latinoamérica, de los dos conflictos mundiales acaecidos en la primera mitad del siglo XX. Más que una clara ubicación cronológica de los hechos y una neta separación de las situaciones especiales de cada Estado, intentaré encontrar las causas de este presente que hoy vive nuestro continente. Puede llegar a ser una imagen algo desordenada, con falta de sincronismo y sin la profundidad necesaria que se haría imprescindible para el abordaje de esta problemática. Un estudio más detallado y pormenorizado implicaría el uso de una más vasta bibliografía y el acceso a otros medios que escapan a las características de este trabajo. Presentadas estas limitaciones, utilizaré como ejes de estudio –ante la imposibilidad de tomarlos a todos- los aspectos políticos y económicos en dicho período. Trataré de seguir su evolución en todo el continente, deteniéndome en aquellos países que aparezcan como paradigmáticos de dicha situación.
En primer lugar realizaré una concisa semblanza de los principales procesos políticos y económicos acaecidos hasta fines del siglo XIX. Luego me detendré en ambos conflictos mundiales, para después analizar las consecuencias y los alcances de dichos enfrentamientos en las temáticas ya planteadas.
La historia latinoamericana, es la historia de su relación con Occidente. Europa primero y Estados Unidos después, dejaron su huella en esta parte del hemisferio. Siglos de colonización, explotación y dependencia, marcaron el rumbo y el ritmo de nuestras economías y de nuestras sociedades.
La expansión europea y la colonización del mundo provocaron modificaciones de distinto orden en las regiones periféricas. Hubo casos de intensa influencia de colonos europeos en territorios casi deshabitados. En otras partes del globo, como en la India y otras partes de Asia, una pequeñísima minoría de colonos sometió a un mundo de colonizados sin integrarse a él.
Al romperse los lazos de dependencia política con respecto a Europa, en los inicios del siglo XIX, variarán los efectos según el área de que se trate, y de la idiosincrasia del pueblo sometido.
Se puede destacar como característico de Latinoamérica, que los cambios sociales, políticos y económicos producidos en ella, se han dado de manera mucho más nítida en ciertas regiones que en otras, donde aún sobreviven algunas instituciones y costumbres. Resultaría arbitrario e incluso inexacto, el pretender integrar el pensamiento político latinoamericano, con la sola finalidad de facilitar su estudio y su clasificación. Aún así resulta innegable que muchos de dichos procesos, están íntimamente relacionados entre sí.
Se desprende de este pensamiento, que la historia del desarrollo latinoamericano, no puede ser la mera yuxtaposición de sus historias nacionales. Tras un proceso colonial en común, el movimiento emancipador había creado a principios del siglo XIX, un conjunto de países de idéntica raíz, constituidos a la luz de situaciones muy semejantes, y con un futuro que ya se insinuaba como muy problemático. El nivel de dependencia, que el continente había alcanzado de Europa, hizo que los conflictos mundiales del siglo XX, no pasaran desapercibidos.
HIPÓTESIS
Las siguientes hipótesis enunciadas son las más abarcativas del tema en cuestión.
“Un nuevo panorama se abrió después de la 1ª Guerra Mundial. Europa y su potencia más poderosa, Inglaterra, dejaron de ser el centro de gravitación mundial. Su lugar comenzó a ser ocupado por una potencia extraeuropea: los Estados Unidos.»
“El conflicto bélico mundial, ocurrido entre los años 1939 y 1945, tuvo como resultado un gran deterioro del sistema económico europeo (en un principio) y su posterior y rápido fortalecimiento; la siguiente afirmación de EEUU como una potencia mundial y, el poderío y origen de la expansión capitalista”.
“Ambos conflictos, influyeron de manera notoria y trascendente, en el desarrollo político, social y económico de los países latinoamericanos”.
METODOLOGÍA y MARCO TEÓRICO
El método aplicado en este trabajo es el hipotético-deductivo. Pretendo, mediante hipótesis, establecer guías precisas hacia el problema o fenómeno que estamos estudiando. Dentro de la investigación científica, las hipótesis son proposiciones tentativas acerca de las relaciones entre dos o más variables y se apoyan en conocimientos organizados y sistematizados.
Surgieron del propio planteamiento, y han sido basadas en el análisis de varias teorías que surgieron de la investigación.
En un principio había muchas alternativas para definir operacionalmente una variable, finalmente elegí aquella que proporcionaba mayor información sobre la variable, que captaba mejor su esencia, se adecuaba mejor a su contexto y era la más precisa. En cuanto al marco teórico utilizado, recurrí a bibliografía de tipo historiográfica, sociológica y geográfica. Las ideas filosóficas del siglo XIX y XX sirvieron de sustento y de base para explicar los fenómenos políticos y sociales ocurridos en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX.
Las nuevas concepciones del espacio geográfico, sirvieron para analizar de una manera más vasta y más completa, a los fenómenos antes enunciados.
LAS MATRICES POLÍTICAS EN LATINOAMÉRICA
Gustavo y Hélène Beyhaut,[1] dividen la historia latinoamericana en tres períodos principales:
1) La Independencia (1810/1825)
2) Europeización y expansión económica inducida (hasta principios del siglo XX)
3) El comienzo de la crisis (hasta la segunda guerra mundial)
Es justamente este último período, el que trataremos de analizar en torno a los ejes propuestos en la parte introductoria, comenzando por recorrer el que le antecede.
Como en toda periodización, los límites cronológicos son aproximativos y responden a cierta arbitrariedad, a fin de facilitar su estudio y comprensión.
La clase política que había heredado el poder tras la independencia abolió muchas de las instituciones, impuestos y derechos de aduana en concordancia con el liberalismo del siglo XIX; pero sus grandes esperanzas se desvanecieron con la crisis política y la decadencia económica que caracterizaron los primeros años de la mayoría de las nuevas naciones.
Si tratáramos de periodizar el pensamiento latinoamericano de los últimos cien años, en relación con la política, la primera mitad del siglo presenta etapas claramente identificables, en tanto que la segunda mitad es mucho menos definible en cuanto a sus momentos distintivos. Quizás una forma de describir este pensamiento político, es señalar sus diferencias con la trayectoria europea del siglo XIX.
Fue en Europa donde se dio una progresiva integración entre liberalismo y democracia, a tal punto que, después de un largo y complejo proceso, ambos conceptos lograron confluir en un discurso político unificado. A principios del siglo XIX el liberalismo era considerado un sistema de gobierno altamente respetable, basado en la división de poderes y en un régimen político representativo, en tanto que la democracia era un término peyorativo, asociado con el jacobinismo y el gobierno de la turba. Fue solamente a través de un largo proceso, que los dos términos llegaron a implicarse mutuamente.
Lo que va a ser característico del desarrollo ideológico latinoamericano es que esta implicación mutua entre liberalismo y democracia no habría de verificarse nunca de modo acabado. Las oligarquías liberales que organizaron los estados nacionales en el último tercio del siglo XIX no eran democráticas en el sentido estricto de la palabra.
La actitud de la palabra se transformó en propiedad de las oligarquías que controlaban la riqueza. Así vastos sectores de las clases medias y populares comenzaron a reaccionar contra estas nuevas minorías. La expresión política de esa reacción fueron partidos policlasistas, que apelaban a sentimientos primigenios relacionados con las clases humildes en particular.
El politólogo Ernesto Laclau sostiene que fue en torno a este corte histórico, que emergieron las matrices fundamentales del pensamiento político latinoamericano del siglo XX. “Este fue el momento de los reformadores democráticos de clase media que intentaron democratizar internamente al sistema liberal: Madero en México, Battle y Ordóñez en Uruguay, Yrigoyen en la Argentina, Ruy Barbosa en Brasil, Alessandri en Chile.”[2]
En el caso del Uruguay, las reformas democráticas lograron realizarse dentro del marco liberal democrático y en el caso argentino el acceso del radicalismo al poder condujo a una democratización interna del régimen liberal; pero en el resto del continente las reformas necesitaron el derrocamiento de los regímenes parlamentarios y la aparición de un nacionalismo popular antiliberal basado (en la mayoría de los casos), en el poder de las fuerzas armadas.
El liberalismo del siglo XIX se hizo cada vez más conservador en el ámbito sociopolítico en tanto que sus programas económicos favorecieron el surgimiento y desarrollo de las clases medias y trabajadoras urbanas. En algunos países, especialmente Argentina y Brasil, la inmigración europea extensiva aceleró el crecimiento. Ésta organizaría partidos políticos más modernos para hacer frente a las viejas elites liberales. Las nuevas clases sociales exigieron cada vez más su participación en la vida política. Entretanto, la población rural continuaba viviendo en la más profunda pobreza y opresión, si bien elementos revolucionarios empezaron a aparecer en su seno a lo largo del siglo XX. La migración rural a las ciudades se convirtió en algo habitual y característico, a menudo creando extensos cordones de miseria y marginación social, y aunque se mantuvo la desigualdad en el modo de vida entre la ciudad y el campo, la producción agrícola continuó siendo el pilar de la economía de explotación. El golpe de gracia –por así decirlo- lo constituyó la crisis económica mundial de los años 30, que socavaría las bases en las que se fundaba la hegemonía liberal oligárquica.
Las revoluciones, dirigidas y promovidas generalmente por las clases medias y apoyadas por los trabajadores y el campesinado descontento, tuvieron lugar en México, Brasil, Argentina, Guatemala, Bolivia, Cuba, Nicaragua y en otros países; en todas ellas, sus líderes adoptaron diversas ideologías emergentes (populismo, nacionalismo, socialismo).
En la opinión de José Luis Romero, Latinoamérica, como otras regiones que eran áreas coloniales dependientes de otros países, tienen un desarrollo ideológico que no puede entenderse sino a partir de los fenómenos de aculturación que se han operado en ella. Es así que las grandes corrientes de ideas que tenían influencia en los países que influían e influyen el Latinoamérica se integran con un componente social de prestigio (las clases altas) que les atribuye una significación distinta de las que se les atribuiría si se las midiera en relación con las situaciones reales predominantes en Latinoamérica.
“Como se ha hablado de la recepción de la cultura griega en Roma, o de la recepción del derecho romano en la Edad Media, creo que se puede hablar de la recepción de la democracia como sistema institucional en Latinoamérica. Esta misma tesis la he sostenido con respecto a la Ilustración, al positivismo liberal y al socialismo. He señalado que la recepción de tales corrientes ideológicas se produjo a través de grupos urbanos ilustrados, cuyo grado de coherencia con el resto del conjunto social era escaso, y se hizo menor aún por su adhesión a esas ideologías.”[3]
Este pensamiento me parece muy significativo, ya que no puede negarse que estas ideologías han sostenido una notable influencia, pero el análisis de sus contenidos no nos ayudaría mucho a entender los problemas latinoamericanos. La generación liberal del 80 en nuestro país ha sido, quizás, una muestra que lo expresado por Romero fue real.
Este “fracaso” de las políticas liberales en Latinoamérica, por lo menos en lo que se refiere a su alcance a la totalidad del conjunto social, es atribuido por el ensayista Carlos Alberto Montaner[4], a que en nuestra sociedad, no prevalecen los valores liberales. Considera que “A partir del siglo XVI, época en que en Inglaterra, Alemania, Holanda y Francia comenzó a arraigar definitivamente la nueva ciencia empírica basada en la experimentación, período en que en el norte y centro de Europa se desató la pasión por la tecnología y se abrió paso la idea del progreso material como objetivo final de la convivencia social, en España, en cambio, triunfaron de manera clarísima el pensamiento escolástico y el viejo espíritu medieval, (…) España debe haber sido el tipo de Estado represivo constituido para impedir a sangre y fuego la llegada de lo que algunos historiadores llaman la Edad Moderna.” (…) mentalidad social que se transmitiera íntegramente a los criollos latinoamericanos.[5]
Es en Europa donde, a finales del siglo XVII, se le da un giro radical a las relaciones de poder, introduciéndose así lo que puede llamarse el “constitucionalismo” o –lo que viene a ser lo mismo- el Estado de Derecho. Es decir, sociedades que no delegan la autoridad en familias privilegiadas, sino en el derecho natural y en la voluntad del propio pueblo, ambos consagrados en textos legales que se colocan por encima de todos los ciudadanos, incluida la familia real.
Cuando el constitucionalismo se convirtió en una verdad mayoritariamente compartida por la sociedad, cuando el pueblo se sintió soberano porque regía un texto constitucional y no un elegido por la gracia de Dios, de forma inadvertida, se invirtieron los papeles que desempeñaban gobernantes y gobernados. Gobernar se convirtió en administrar los fondos asignados por los ciudadanos mediante el pago de los impuestos. En España, y por extensión en Latinoamérica, nunca sucedió esta grandiosa metamorfosis. Por el contrario, las elites dominantes encontraron en el fraude electoral, la forma de perpetuarse en el gobierno. La crisis de los años 30, y el rápido ascenso de las clases populares, fueron minando las bases en las que se fundaba la hegemonía liberal oligárquica.
Si la primera mitad del siglo XX fue dominada por la antinomia liberalismo/nacionalismo, las décadas posteriores a los años 50 habrían de organizar el pensamiento político en torno a una serie sucesiva de modelos: el desarrollo autosostenido, el planeamiento y los cambios estructurales. El neoliberalismo expresó que lo que contaban eran los modelos económicos y que las formas políticas eran simples instrumentos más o menos adecuados para la aplicación de aquellos.
Es, en el divorcio existente entre las ideas liberales y el conjunto de las clases sociales, donde se encuentra la matriz del nacimiento de los movimientos populares en Latinoamérica. Que van a surgir como la respuesta de un pueblo marginado por grupos liberales ilustrados, para quienes el progreso de su país se confundía con el progreso de los grupos a que pertenecían.
Lo cierto es que estos grupos liberales ilustrados, promovieron a su manera un cambio socioeconómico en sus respectivos países, pero que, en todos los casos, produjo una “acentuación de la movilidad social y algunas veces un decidido ascenso en distintos grupos de las clases populares”[6]. Una de las primeras consecuencias fue la demanda de acceso a la vida política por parte de sectores antes marginales; de ella devino una lógica reacción negativa por parte de los grupos liberales ilustrados que detentaban el monopolio del poder, quienes muy pronto estrecharon sus filas y comenzaron a adquirir los rasgos de una oligarquía cerrada.
Este fenómeno, como muchos otros a lo largo de los últimos siglos, se advierte en casi todos los países de Latinoamérica. Cuando las oligarquías descubrieron que les era difícil gobernar, cuando empezaron a producirse huelgas o movimientos subversivos o de alineamiento de los sectores populares en organizaciones políticas que tenían algún matiz revolucionario, no vacilaron en recurrir al ejercicio autoritario del poder, generalmente bajo la forma de una dictadura.
Por una parte empezó a desarrollarse una fuerte tendencia a los estudios sociológicos, inspirada generalmente en Comte y en Spencer, cuyo objetivo era encontrar las causas del estado de inquietud social que caracterizaba la vida latinoamericana; y por otro lado comenzó a fortificarse una corriente de pensamiento político que justificaba el papel de las aristocracias y la función de los gobiernos fuertes.
Pero no todos los grupos privilegiados cerraron sus filas, hubo también respuestas positivas. Así a fines del siglo XIX, encabezaron estos movimientos hombres de las viejas elites, todos sensibles a las nuevas preocupaciones y receptivos frente a las perspectivas nuevas que se abrían en sus respectivos países[7]. Algunas veces, como en el caso de la U.C.R. en la Argentina, encabezada sucesivamente por Leandro N. Alem y por Hipólito Yrigoyen, el acento del movimiento estaba puesto principalmente sobre la vigencia de la democracia formal. Pero aún flotaba un vago sentimiento de reivindicación social de las clases marginales. Este sentimiento fue aún más explicito en otros movimientos: el que encabezó González Prada en el Perú; el que se constituyó en Chile con Arturo Alessandri. Acaso pudiera agregarse- el movimiento que encabezó en Venezuela Rómulo Betancourt y los que orientaron en otros países Muñoz Marín en Puerto Rico, Figueres en Costa Rica, Arévalo en Guatemala, entre otros.
En general, podría decirse que fueron movimientos de raíz liberal, un poco más perceptivos hacia los problemas sociales.
Pero lo más singular en el proceso de formación de las corrientes de opinión en Latinoamérica, es la constitución espontánea de movimientos populares, que surgen por fuera de los tradicionales aparatos ideológicos. Movimientos de este tipo, fueron los ya citados, en Nicaragua, Cuba y México, y también los que condujeron a la formación del APRA en Perú, los que se canalizaron en el Movimiento nacional Revolucionario en Bolivia o los que acaudillaron Vargas en Brasil o Perón en Argentina.
Por su propia naturaleza, es difícil establecer los contenidos ideológicos de tales movimientos. Es innegable que todos tuvieron aquellos rasgos de arraigo popular que ya han sido señalados. Esto supone ciertas tendencias. Unas veces eran movimientos de clase, orientados por las oligarquías tradicionales y con un cierto contenido revolucionario en relación con la estructura económica social. Otras agregaban a esos rasgos ciertas actitudes derivadas de enfrentamientos raciales. Y en algunos casos entrañaban y una violenta reacción contra los grupos extranjeros bajo la forma de movimientos antiimperialistas. Esta última actitud solía arrancar de un planteo nacionalista. Y como todos estos componentes movían a la acción y arraigaban en sentimientos profundos de sectores de escasa experiencia política, se dieron mezclados con un retorno a la concepción paternalista de la política cuya expresión tradicional era el personalismo.[8]
LA SIGUIENTE ENTREGA ABORDARÁ EL TEMA DE LAS MATRICES ECONÓMICAS.
[1] GUSTAVO y HÉLÈNE BEYHAUT, “Historia Universal Siglo veintiuno”, vol. 23. América Latina.
[2] LACLAU, ERNESTO. “Las matrices políticas en Latinoamérica”. Artículo publicado en el Diario Clarín, Suplemento Zona, domingo 17 de octubre de 1999.
[3] ROMERO, JOSÉ LUIS, “Situaciones e ideologías en Latinoamérica”. Capítulo “Situaciones e ideologías en el siglo XX”, página 46.
[4] Ensayista cubano nacido en 1943, vicepresidente de la Internacional Liberal, autor, entre otras obras, de el “Manual del perfecto idiota latinoamericano”.
[5] MONTANER, CARLOS ALBERTO, “No perdamos también el siglo XXI”. Plaza & Janés editores, España, 1997, páginas 28 y 29.
[6] ROMERO, JOSÉ LUIS, Op. Cit. Pág 45.
[7] Ibídem, página 47.
[8] Ibídem, página 49.
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