En 1943, a 55 años de su fallecimiento, la Conferencia Interamericana de Educación (integrada por educadores de toda América) se reunió en Panamá y estableció el 11 de septiembre como Día del Maestro, en todo el continente americano, día en que pasó a la inmortalidad Domingo Faustino Sarmiento. ¿Por qué fue elegida la figura de este sanjuanino como el prototipo del educador?.
Sarmiento fue hombre de acción y de pensamiento, supo aunar la idea abstracta con la obra concreta. Como pensador fue uno de los forjadores de las instituciones nacionales. Desde su juventud vio claramente el panorama del país y se enroló en la corriente del progreso y la civilización, rechazando al primitivismo del medio al que él debía reformar y elevar. Se hizo librepensador, sin ataduras de prejuicios, dogmas o razones políticas y, mucho menos, de sinrazones partidarias. Su naturaleza independiente lo llevó a defender con valentía lo que creía justo, sin dobleces ni engaños. Desde estos principios se extendió su pensamiento social, que debe ser analizado en su contexto, en su tiempo. Su trayectoria política, su pensamiento, debe ser rigurosamente analizado en el contexto de finales del siglo XIX. Cierto fue su desprecio por lo autóctono, por el gaucho y por el indígena. La herencia colonial española era –para él- una pesada herencia que impedía la inserción argentina en el concierto de las naciones desarrolladas del mundo. Hoy sentimos rechazo por este pensamiento eurocentrista y xenófobo, y no esta mal que así sea. Pero también es cierto que tras la descalificación y la crítica, este sanjuanino autodidacta supo proponer y llevar al terreno de la acción una propuesta superadora que sentó las bases de una escuela pública y gratuita que supo ser orgullo y modelo en todo el continente.
Para Sarmiento, barbarie no era solamente la falta de cultura, sino el sistema de vida. Era la vida primitiva y natural, la falta de hábitos de trabajo, el desprecio por la ley, el duelo criollo, la justicia por mano propia, el menoscabo de la autoridad. Era la soledad del campo, la falta de contacto humano que imponía la vastedad de la pampa.
Civilización era todo lo opuesto. No es el concepto actual que tenemos del vocablo, sino otro, de acuerdo con aquella realidad. Si barbarie era el diagnóstico, civilización era el remedio. Era la ciudad, la ley, la higiene pública, las obras de salubridad, la profilaxis, la medicina, la ciencia, el saber. Era la ilustración, los hábitos de trabajo organizado, era tener más para hacer más, para comprender el mundo y la vida.
¿Cómo hacerlo? Su propuesta era simple: instruir al pueblo, educar al soberano. La educación haría el milagro y él dedicaría su vida a realizarlo.
Su legado es el de haber pensado en la educación como solución a los problemas argentinos. El haber jerarquizado y apoyado a una de sus más importantes instituciones, la escuela. Escuela que hace ya muchos años está lejos de ser el mecanismo igualador capaz de promover un futuro a partir del propio esfuerzo. Receptora de los dramas sociales provocados por la desocupación, la pauperización de los hogares y los consecuentes conflictos familiares. Sus docentes, faltos de recursos y mal remunerados, conocemos de este diario desafío.
Hoy, a comienzos del siglo XXI, la comunidad educativa toda rinde homenaje a este hombre, que supo ser mucho más que sus errores, supo darle a la educación el lugar que le corresponde en la construcción del futuro de una sociedad. Todavía estamos a tiempo. Ojalá todos nos demos cuenta de ello. Como Sarmiento.
Discurso pronunciado por el Profesor Alejandro H. Justiparán en ocasión de un nuevo aniversario de la desaparición física de Domingo, F. Sarmiento.
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