por el Prof. Alejandro H. Justiparán
Polémico, inacabado, el proceso que comenzó el 12 de octubre de 1492 aún no ha terminado. Su discusión aún despierta fuertes polémicas.
Por un lado, los hispanistas reivindican una “gesta” evangelizadora y civilizadora, protagonizada por un pueblo “mejor dotado física y culturalmente” que manifestó su superioridad en todos los aspectos. Por el otro, los indigenistas hablan de “invasión”, de “genocidio”, de una colonización que dio lugar a una exacerbada explotación de recursos humanos y materiales. Mientras que, para los conciliadores, lo correcto sería hablar del “encuentro” de diferentes culturas.
Los desacuerdos partían de las mismas palabras escogidas para designar la naturaleza de la recordación: celebración, festejo, conmemoración, duelo. Bien sabemos que los aniversarios pueden resultar –a veces- incómodos. Y que en ellos suelen recorrerse los caminos más comunes, que van desde la exaltación hasta la condena sin atenuantes.
El día 12 de octubre se conmemora el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Se promueve así el análisis y reflexión histórica, el diálogo intercultural, el reconocimiento y respeto por los pueblos originarios. Hasta el año 2010, se lo denominaba “Día de la Raza”, en relación con la llegada de Colón y la corona española al territorio continental. Con este cambio, se buscó un nuevo significado. “Se establece un cambio de paradigma y se da espacio al reconocimiento de una identidad múltiple y una valoración de la inmensa cantidad de culturas originarias que conviven hace siglos en estos territorios”.
Si nuestra mirada se dirige al pasado, al proceso de conquista iniciado hace ya 530 años. No podemos, no debemos más que condenar la enorme tragedia demográfica y cultural consumada desde el desembarco de los europeos en América. En un cuadro que incluye saqueos, destrucción, abusos, injusticias y crueldades. Aquí no valen las medias palabras ni los eufemismos. Mas de cinco siglos han pasado, y la destrucción sistemática de las culturas autóctonas aún no ha cesado. Generaciones de americanos hemos crecido en la equivocada creencia que nuestros aborígenes eran bárbaros, salvajes y sin inteligencia alguna. Y que habían sido “civilizados” por una cultura superior. Si esta fecha pretende ser un festejo y un reconocimiento a esa “gesta”, hoy, 12 de octubre, no hay nada que festejar.
Si analizamos el presente, la de hoy debe ser una fecha clave para la reflexión, a fin de plantear un futuro con grandeza; es importante que el aborigen deje de ser un paria en su propia tierra, objeto de todo tipo de vejámenes, de discriminación racial y desculturización. Hoy, antes que sea tarde, nuestros gobernantes son quienes deberán tomar conciencia de que la Argentina les otorga derechos al habitante primitivo de estas tierras, que deberán ser respetados por el hermano no aborigen.
Si por el contrario nuestra mirada es hacia el futuro, este no será tal si no está basado en la verdad. No se trata de promover un anti-hispanismo exacerbado, sino de contribuir a formar un todo agregando la parte que le faltaba a nuestra historia. Sangre indígena y europea corren por nuestras venas. Además de la herencia europea recibida, del idioma, de valores y creencias, conocer nuestro pasado y reconocer en él otras raíces no puede menos que hacernos más grandes y ricos culturalmente. Si logramos esta síntesis, esta integración, podremos entonces decir que estos cinco siglos no habrán pasado en vano, que los hombres pueden aprender de sus errores, y que nuestra historia se ha humanizado de una vez por todas. Entonces, sólo entonces, podremos soñar con una América plural en lo cultural, lo étnico y lo social.