En las últimas décadas del siglo XIX, en el marco de un capitalismo cada vez más global, se desató una intensa competencia por la apropiación de nuevos espacios y el dominio de las poblaciones que los habitaban. La división internacional del trabajo estableció dos mundos disímeles, los productores de materias primas y los de bienes industriales. Estos, los países centrales, se lanzaron a la conquista de territorios periféricos que les permitieran engrandecer sus imperios y colocar sus productos, amén de proveerlos de materias primas.
La expansión de un pequeño número de estados desembocó en el reparto de África y del Pacífico y en la consolidación del control sobre Asia, aunque la región oriental de este continente quedó al margen de la dominación occidental. (Hobsbawm, Eric, 1989) El escenario latinoamericano no fue incluido en el reparto colonial, pero se acentuó su dependencia de la colocación de los bienes primarios en el mercado mundial. El crecimiento económico de los países de esta región dependió del grado de integración en la economía global del último cuarto del siglo XIX. En el Caribe, a la prolongada dominación europea de gran parte de las islas y de algunos territorios de América central y del sur se sumó la creciente gravitación de Estados Unidos, especialmente partir de su intervención en guerra de liberación de Cuba contra España en 1898.
Entre 1876 y 1914 una cuarta parte del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de estados europeos: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia,Países Bajos, Bélgica. Los imperios del período preindustrial, España y Portugal, tuvieron una participación secundaria. Los países de reciente industrialización extraeuropeos, Estados Unidos y Japón, interesados en la zona del Pacífico, fueron los últimos en presentarse en escena. En el caso de Gran Bretaña, la expansión de fines del siglo XIX presenta líneas de continuidad con las anexiones previas, fue el único país que, en la primera mitad del siglo XIX, ya tenía un imperio colonial.
La conquista y el reparto colonial lanzados en los años ochenta fue un proceso novedoso por su amplitud, por su velocidad y porque estuvo asociado con la nueva fase del capitalismo, la de una economía que entrelazaba las distintas partes del mundo. Los principales estadistas de la época – Joseph Chamberlain, Jules Ferry, por ejemplo- repitieron una y otra vez que era preciso abrir nuevos mercados y nuevos campos de inversión para evitar el estancamiento de la economía nacional.
Además, según su discurso, las culturas superiores tenían la misión de civilizar a las razas inferiores. En el marco de la gran depresión (1873-1895), gran parte de los dirigentes liberales giraron hacia el imperialismo para sostener una política expansionista apoyada por el Estado y basada en un fuerte potencial militar que garantizaría la superioridad de la propia nación. La expansión colonial no disgustaba a todos los socialistas. Algunos dirigentes de la II Internacional, también adjudicaron a la expansión europea un significado civilizador. El debate fue especialmente álgido en el congreso de Stuttgart en 1907.
Las nuevas industrias y los mercados de masas de los países industrializados absorbieron materias primas y alimentos de casi todo el mundo. El trigo y las carnes desde las tierras templadas de Argentina, Uruguay, Canadá, Australia y Nueza Zelandia, el arroz de Birmania, Indochina y Tailandia, el aceite de palma de Nigeria, el cacao de costa de Oro, el café de Brasil y Colombia, el te de Ceilán, el azúcar de Cuba, Brasil, el caucho del Congo, la Amazonia y Malasia, la plata de México, el cobre de Chile y México, el oro de Sudáfrica.
Las colonias, sin embargo, no fueron decisivas para asegurar el crecimiento de las economías metropolitanas. El grueso de las exportaciones e importaciones europeas en el siglo XIX se realizaron con otros países desarrollados. La argumentación del economista liberal inglés John Atkinson Hobson y del dirigente bolchevique Lenin acerca de que el imperialismo era resultado de la búsqueda de nuevos centros de inversión rentables no se correspondió acabadamente con la realidad . Los lazos económicos que Gran Bretaña forjó con determinadas colonias, Egipto, Sudáfrica y muy especialmente la India tuvieron una importancia central para conservar su predominio. La India fue una pieza clave de la estrategia británica global, era la puerta de acceso para las exportaciones de algodón al Lejano Oriente y consumía del 40 al 45 % de esas exportaciones, además, la balanza de pagos del Reino Unido dependía para su equilibrio de los pagos de la India. Pero los éxitos económicos británicos dependieron en gran medida de las importaciones y de las inversiones en Sudamérica y Estados Unidos.
En el afán de refutar las razones económicas esgrimidas por Hobson y Lenin, una corriente de historiadores enfatizó el peso de los fines políticos y estratégicos para explicar la expansión europea. Estos objetivos estuvieron presentes, pero sin que sea posible disociarlos del nuevo orden económico. Cuando Gran Bretaña, por ejemplo, creó colonias en África oriental en los años ochenta, lo hizo porque así frenaba el avance alemán y sin que hubiera un interés económico específico en esa región. Pero esta decisión debe inscribirse en el marco de su condición de metrópoli de un vasto imperio y desde esta perspectiva, no cabe duda del afán de Londres por asegurarse tanto el control sobre la ruta hacia la India desde el canal de Suez como la explotación de los yacimientos de oro recientemente encontrados al norte de la Colonia del Cabo. En este contexto la distinción entre razones políticas y económicas es poco consistente.
En principio tanto las colonias formales como las informales se incorporaron al mercado mundial como economías dependientes, pero esta subordinación tuvo impactos sociales y económicos disímiles en cada una de las periferias mencionadas. En primer lugar porque el rumbo de las colonias quedó atado a los objetivos metropolitanos. En cambio, en los países semisoberanos, sus grupos dominantes pudieron instrumentar medidas teniendo en cuenta sus intereses y los de otras fuerzas internas con capacidad de presión. Pero además, tanto en la esfera colonial como en la de las colonias informales coexistieron desarrollos económicos desiguales en virtud de los distintos tipos de organizaciones productivas. Los enclaves cerrados, los casos de las grandes plantaciones agrícolas tropicales como las de caña de azúcar, el tabaco y el algodón, junto con las explotaciones mineras, dieron paso a sociedades fracturadas. Por un lado un reducido número de grandes propietarios muy ricos, por otro, una masa de trabajadores con bajísimos salarios y en muchos casos sujetos a condiciones serviles. En las regiones que predominaron estas actividades productivas hubo poco margen para que el boom exportador alentase el crecimiento económico en forma extendida. Tanto en Latinoamérica como en las Indias Orientales Holandesas, el cultivo del azúcar, por ejemplo, estuvo asociado a la presencia de oligarquías reaccionarias y masas empobrecidas. En cambio, los cultivos basados en la labor de pequeños y medianos agricultores y en los que el trabajo forzado era improductivo, los casos del trigo, el café, el arroz, el cacao ofrecieron un marco propicio para la constitución de sociedades más equilibradas y con un crecimiento económico de base más amplia.
Gran parte de las áreas dependientes no se beneficiaron del crecimiento de la economía global. En la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza y sus poblaciones fueron víctimas de prácticas depredatorias. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey Leopoldo II en el Congo fueron los más decididos explotadores.
En aquellas colonias donde una minoría de europeos impuso su dominación sobre grandes poblaciones autóctonas, los casos de Kenia, Argelia, Rhodesia, África del sur, los colonos acapararon la mayor parte de las tierras productivas, impusieron condiciones de trabajo forzado y marginaron a los nativos sobre la base de la discriminación racial.
Las experiencias en las que la incorporación al mercado mundial dio lugar a una importante renovación y modernización de la economía estuvieron localizadas en las áreas de colonización reciente que contaban con la ventaja de climas templados y tierras fértiles para la agricultura y la ganadería. En Canadá, Uruguay, Argentina, Australia, Nueva Zelanda, Chile, el sur de Brasil las lucrativas exportaciones de granos, carnes y café alentaron la afluencia de inmigrantes y la expansión de grandes ciudades que estimularon la producción de bienes de consumo para la población local. Aquí hubo incentivos para promover una incipiente industrialización.
También las colonias en que prevalecieron los cultivos de pequeña explotación fueron beneficiadas con un cierto grado de crecimiento económico a través del crecimiento de las exportaciones. En la costa occidental de África: Nigeria con el aceite de palma y cacahuete, Costa de Oro (Ghana) con el cacao y Costa de Marfil con la madera y el café. En el sur y sureste de Asia, Birmania, Tailandia e Indochina, los campesinos multiplicaron la producción de arroz. Pero en estos casos no hubo aliciente para la producción industrial en virtud de las limitaciones impuestas por el colonialismo y el bajo nivel de la vida local.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: Carpetas docentes de Historia. FaHCE-UNLP
http://www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/carpeta-1/el-imperialismo/introduccion